DIARIO CÓRDOBA, 31-12-2012 Ella me mira con los ojos húmedos y no deja de repetirme: "Es que me he pasado la vida cuidando enfermos". Así, como si fuera una sentencia inapelable, mi tía confiesa "el mal que no tiene nombre". La miro y veo en ella a tantas mujeres que durante siglos no han hecho otra cosa que vivir para los demás. Los hermanos, los padres, el marido, los hijos. Descubro en su mirada triste las renuncias y los silencios, el olor a habitación cerrada, la huella de los hospitales y la frustración que genera vivir la vida como si no fuera más que un tránsito hacia la muerte. Mi tía me cuenta a su manera la indignación casi recién descubierta a sus años con un sistema que la educó para la obediencia y la entrega, mimada desde un paternalismo que puso tantas rejas a sus días. Es consciente de las libertades no gozadas, aunque ahora sea tarde para dar marcha atrás y empezar de cero. Como si el libro estuviera por escribir. Páginas en blanco donde gara...
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez