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Mostrando entradas de 2020

MOFFIE: El mandato de virilidad

Moffie, basada en una obra autobiográfica del novelista Andre Carl van der Merwe , es una hermosísima película que nos cuenta una historia particular pero que, al mismo tiempo, trasciende el momento y el relato concreto para hablarnos de algo universal . La historia particular es la de Nicholas, el joven blanco y homosexual que es obligado a alistarse en lsa Fuerzas de Defensa de Sudáfrica en la frontera con Angola. Estamos en 1981, cuando el   el gobierno de la minoría blanca de Sudáfrica estaba envuelto en un conflicto en su frontera con la Angola comunista. Todos los varones blancos sudafricanos aptos entre 17 y 60 años debían completar dos años de servicio militar obligatorio.   La universal es la relacionada con cómo la masculinidad se ha ido forjando a través de una serie de entrenamientos, prácticas y exhibiciones mediante las cuales los varones hemos tenido que ir ajustándonos a unas expectativas de género. Todos los rituales mediante los que hemos ido poniéndonos la máscara q

LA NOCHEBUENA DE UNA ABUELA QUE MIRA POR LA VENTANA

En estos días de tanta mesa camilla, a la que siempre vuelvo como un niño mal criado, no han dejado de venir a mi cabeza imágenes de esa Navidades en las que solo por el hecho de seguir los ojos ilusionados de mi hijo me dejaba llevar por todo eso que ahora me deja indiferente. No he podido olvidar todos los preparativos que desde semanas antes, como quien va ahorrando poco a poco en una hucha secreta, su abuela iba tejiendo, sin que nadie la viera, a su aire, en esos pequeños espacios de libertad que podía permitirse. Como si fuera una hormiguita, iba llenando la despensa de cosas ricas, preparando en sobres al aguinaldo que daría a sus nietos y a sus nietas (ay, cada día más y la paga siempre la misma), rescatando el viejo belén que guardaba en el trastero. Era todo un ritual para ella colocar en un lugar central de la cocina el jamón que cada año compraba como si fuera un tesoro y con el que parecía conformarse de que la lotería nunca llamase a su puerta. Un jamón que luego iban cor

LOS ROSTROS COMO UTOPÍA

Son tantas las cosas que hemos ido perdiendo en este jodido año, incluso aquellos que tenemos la fortuna de seguir con vida y con una situación laboral estable, que no sabría por donde empezar a escribir una carta a los Reyes Magos. Los únicos en los que, por cierto, cree mi alma republicana. Son tantas las pequeñas y las grandes cosas a las que hemos ido renunciando en esta especie de paréntesis que vivimos que no sabría cuál de ellas me gustaría recuperar la primera. No sé si los abrazos, o los viajes, o simplemente la sensación de volver a las calles sin ese miedo y sin esa angustia que hoy nos está convirtiendo en seres cada vez más huraños. Liberado al fin de esa exigencia de distancia social que está siendo, me temo, la mejor coartada para quienes siempre pretendieron dominarnos, sin que ni siquiera nos sirvan ya de manera efectiva los derechos que creímos fundamentales.     La vida digna ha ido perdiendo el adjetivo en nombre de la salvaguarda del sustantivo.   Después de varios

25N: LA URGENCIA DE POLÍTICAS DIRIGIDAS A LOS HOMBRES

Un año más, en torno al 25N, volveremos a reincidir en el diagnóstico de por qué, pese a los instrumentos legislativos y a las políticas desarrolladas en los últimos años, que pese a sus imperfecciones han supuesto un avance significativo en la lucha por la igualdad real, la violencia machista no cesa. Y lo haremos en un año singular en el que la pandemia, muy especialmente en los momentos más duros del confinamiento, ha contribuido a hacer menos visible esa violencia que se perpetúa en lo privado y que continúa siendo la proyección más dramática del contrato sexual todavía vigente. Volveremos a reivindicar la necesidad de más recursos, del desarrollo del casi olvidado Pacto de Estado de 2017, de incorporar a nuestro ordenamiento un concepto más amplio de violencia de género siguiendo las pautas del Convenio de Estambul, o de formar y sensibilizar a todos los operadores jurídicos para que la tutela judicial de los derechos de las mujeres sea efectiva. Sin embargo, y pese a lo necesario

25N: DE HIJOS Y PADRES

Todos los hijos hemos tenido, llegado el momento,     y metafóricamente hablando, que “matar al padre”. La mayoría de nosotros, en mayor o menor medida, y en muchos casos por la simple inercia del cambio de los tiempos, nos hemos construido como sujetos individuales negando en gran medida a quienes nos precedieron, por mucho que en el fondo, y a la larga, quede en nosotros una huella inevitable de quienes fueron nuestros referentes masculinos más cercanos. Todo ello con independencia de que, junto a padres amorosos y ejemplares, haya habido una amplia fratría que de diligentes y buenos padres de familia solo han tenido la etiqueta que misógino les otorgaba el Código civil. He pensado mucho en esta tensión, que yo ahora estoy viviendo desde la doble experiencia que supone ser hijo de un abuelo y padre de un hombrecito que acaba de llegar a la mayoría de edad, al contemplar la polémica generada por la campaña lanzada por nuestro Ayuntamiento con motivo del 25N. Una campaña que, con indep

LA NUEVA MASCULINIDAD DE SIEMPRE

Tras su novela  Candidato,  que puede leerse, entre otras cosas, como el retrato sin miramientos de una masculinidad hegemónica y depredadora, Antonio J. Rodríguez acaba de publicar un ensayo en el que con valentía nos interpela a los varones.  La nueva masculinidad de siempre,  cuyo título describe a la perfección la paradoja en la que con relativa frecuencia nos instalamos, constituye un análisis demoledor en muchos aspectos, controvertido en otros, pero en suma necesario, sobre algunas de las encrucijadas en las que nos encontramos los hombres del siglo XXI. Unos sujetos que, como mínimo, andamos algo desnortados ante los avances del feminismo, el poderío creciente de nuestras compañeras y la quiebra lenta pero sin pausa del púlpito en que durante siglos tuvimos el monopolio de la palabra. Un contexto en el que no faltan lamentablemente colegas de fratría que se abrazan a una suerte de revanchismo patriarcal que incluso pone en peligro algunas de las conquistas igualitarias que las

ADAM: Por qué necesitamos los cines

  Cada vez que he ido al cine en las últimas semanas, y he intentado hacerlo fielmente, como el devoto que va cada domingo a misa, he tenido la amarga sensación de que el edificio se estaba derrumbando. Al ver los espacios cada vez más vacíos, con la mitad de las salas cerradas, con apenas gente por los pasillos ni colas en las taquillas, he sentido, como un puñal, que esa podría ser la última vez. Y he vivido el ritual como quien se despide de un ser querido, como esa última noche en la que ya sabes que no volverás a sentir la piel del amante, como ese último renglón dubitativo que escribes cuando estás terminando un escrito. El pasado domingo, cuando el gobierno andaluz no había hecho más que anunciar medidas más restrictivas que, una vez más, incidirán de manera tan negativa en el sector de la cultura, volví a una sala con ese nervio un tanto infantil de quien quiere vivir la experiencia como única, como de hecho lo es la que supone entrar en una sala oscura y dejarte llevar por la

EL ÁRBOL, EL BOSQUE Y ROZALÉN

Añadir título Cuando era niño y los veranos eran eternos en el cortijo de mis abuelos, mis ojos siempre miraban entre asombrados y temerosos un pequeño terreno cubierto de álamos que estaba a unos metros del estanque donde aprendí a nadar. Altos y desafiantes. Verdes y grises. Un espacio pequeñito en aquella tierra de olivos pero que a mí me parecía casi un bosque. En aquella alameda, en la que a mi abuelo Francisco le gustaba tanto pasear mientras repetía versos propios y extraños, yo empecé, sin darme cuenta, a inventar mundos que me servían de refugio. Aquella pequeña suma de pequeños árboles fue mi bosque de las brujas, de los insectos y de los ogros. El de los pájaros sin jaula y el de un cielo lejano que, sin embargo, yo entonces creía poder tocar con mis pequeñas y regordetas manos. Tardé mucho en entender todas las metáforas que caben en un bosque y cuánto de mí había en cada árbol. Uno y todos. Las piezas siempre desordenadas de un puzle cuyo casos solo apreciaría con el tiemp

ALMODÓVAR Y LA VOZ HUMANA DE LAS MUJERES

  La mujer abandonada, la madre entregada, la amante despechada, la Penélope que espera a su Ulises, la callada violada, la enamorada como vaca sin cencerro, la amada atada a la pata de la cama. Todos y cada uno de los que Marcela Lagarde denominó cautiverios de las mujeres se encuentran en la filmografía de Pedro Almodóvar. Un cineasta que, en su momento, rompió con determinadas inercias y, sobre todo, fue capaz de colorear una sociedad tan sombría como la española, pero que, sin embargo, ha sido más bien conservador en su mirada sobre las que siempre han sido las grandes protagonistas de sus películas. Y no porque en ellas no existan algunos personajes femeninos rebeldes o que en su época rompieron moldes, sino porque en el contexto de toda una obra, pero sobre todo, en la relación de ellas con los hombres es más que evidente que el manchego todavía no ha asesinado a Rousseau. Unos hombres que en la mayoría de los casos, salvo en las excepcionales   La mala educación   o   Dolor y gl

AMPARO RUBIALES: La utopía y la ternura.

Desde hace no muchos años en mi vida hay tres Amparos. La primera es mi bisabuela, que nos dejó hace ya algunos años, pero que sigue estando presente como una de esos libros antiguos que tienes detrás de otros muchos, casi perdido en la estantería, pero que de vez en cuando te gusta cogerlo y pasar los dedos por sus páginas, como si fuera una caricia. Nada hay más placentero que esa rara sensación de polvo y memoria que se queda en las manos y que como si fuera un perfume te acompaña durante un buen rato. La segunda, y obviamente la más importante, es mi madre, la lectora voraz y la mujer araña que todavía hoy, en la distancia del tiempo y los kilómetros, continúa cada día tejiendo esa especie de bufanda interminable con la que siempre quiso abrigar a sus hijos. La tercera, y la que llegó más tarde a mis días, es Amparo Rubiales, una de esas afinidades electivas que me ha regalado el feminismo, y que se ha convertido en poco pero intenso tiempo en una de las ventanas de mis días. A la

LOS HOMBRES QUE LEEN A MUJERES

 S iempre que me preguntan cómo los hombres deberíamos iniciar el proceso de transformación que nos lleve a superar el machito que llevamos dentro insisto en una tarea esencial: tenemos que escuchar más a las mujeres, reconocerles su autoridad como pensadoras y creadoras, entablar con ellas diálogos desde la equivalencia. Es decir, tenemos que ser militantes en la superación del mandato de silencio con el que el patriarcado condenó a las mujeres a la servidumbre y a un estatus devaluado de ciudadanía. Y para ello, los hombres tenemos que desaprender lo que nos enseñó Telémaco y lo que tantos dioses, terrenales o no, han marcado en nuestra memoria de seres privilegiados y aparentemente autosuficientes.  Es imposible tener conciencia de género, que es el primer paso para convertirnos en hombres igualitarios, si no ampliamos nuestra visión del mundo e incorporamos a ella lo que han vivido y sufrido nuestras compañeras, lo que han aportado al pensamiento, lo que han peleado y lo que han sa

LA EXTINCIÓN DE LA MASCULINIDAD: Apuntes alarmados sobre el machismo en la era COVID.

  Los hombres seguimos hablando demasiado. Ocupamos casi todo el espacio público y apenas nos hemos incorporado, tímidamente y sin renunciar a una nuestra capa de superhéroes, al privado. Nuestra voz sigue siendo la dominante. Ni siquiera creo que la experiencia del confinamiento vivido durante la pandemia provocada por el coronavirus nos haya convertido en esos impolutos cuidadores que parecieran sacados de una revista de moda. Además, parece que ahora es cool cuestionar todo aquello por lo que el feminismo lleva siglos batallando. No son pocos los colegas, intelectuales y no tanto, que aprovechan cualquier ocasión para censurar las reflexiones o propuestas que hacen que se tambalee su lugar privilegiado. Los estribillos se repiten y van calando. El feminismo es una exageración, las feministas son unas histéricas, qué mas queréis si vivimos en un mundo de iguales. Las tertulias, las redes sociales y cualquier conversación rutinaria, por más que ahora esté condicionada por las mascaril

TODA LA VIDA ES CINE

Una de las cosas que más eché en falta durante el confinamiento fueron las salas de cine, esos espacios en los que vivo una especie de liturgia laica. La que implica asomarte a una ventana inmensa y, al mismo tiempo, mirarte en un espejo en el que, como en la vida misma, es decir, entre la comedia y el drama, descubres esos rincones de ti mismo que nunca te habías atrevido a mirar. En las semanas que estuvimos recluidos, vi muchas películas y sobre todo muchas series. Seguí soñando y creciendo gracias a la pantalla mucho más pequeña del salón de mi casa. Pero esas imágenes, y esos sonidos, y esas palabras, y esas historias, de ninguna manera consiguieron remover mis emociones con la misma fuerza que lo hace una película vista en el lugar donde se debe ver. Porque soy de esos soñadores que, aun reconociendo el potencial que supone hoy acceder a cantidades a veces desmesuradas de productos audiovisuales por las más diversas vías, se empeña en seguir aferrado a ese ceremonial que aprendí

FALLING: LA MASCULINIDAD QUE SE DESPLOMA

  En los últimos años han sido muy frecuentes los relatos de escritores que tratan de alguna manera de cerrar heridas que tienen abiertas en la relación con sus padres. Con distinta fortuna e intencionalidad, autores como Manuel Vilas, Marcos Giralt Torrente,   Ricardo Menéndez Salmón, Héctor Abad Faciolince o Karl Ove Knausgard, nos han mostrado no solo las carencias   y las sombras de una relación siempre en la cuerda floja, con frecuencia forjada más sobre los silencios que sobre las palabras, sino también, y aunque ellos mismos no fueran conscientes, un retrato de una masculinidad, la suya, que se hace añicos y que se desmorona, de manera muy especial, cuando se mira en el espejo del padre. Sin embargo, y a diferencia de las narraciones mediante las que las mujeres saldan cuentas con su pasado familiar, hay en todos ellos una común complacencia, una suerte de heroísmo masculino que se resiste a dejar de ser, no tanto el peso de la culpa – tan femenino y machista-, sino más bien la

LOS OJOS TRISTES DE MI PADRE

Durante los larguísimo meses de pandemia, y mucho más en este inicio de otoño que nos ha cogido sin las lecciones aprendidas, no hemos dejado de darle vueltas a las carencias de nuestro sistema sanitario, a los costes que en términos materiales y humanos está suponiendo la covid y, por supuesto, a las múltiples efectos que la enfermedad produce en nuestros cuerpos. Hemos reflexionado y debatido mucho sobre todo lo que tiene que ver con nuestra salud física, pero me temo que muy poco sobre lo que esta dolorosa experiencia está provocando en el bienestar emocional no solo de las personas afectadas sino en general de todos nosotros. Es decir, me temo que no estamos siendo del todo conscientes hasta qué punto está quebrada nuestra ‘integridad moral’ y, en definitiva, esa suma de ingredientes, difícil de identificar cuando las condiciones son las ‘normales’, que nos permiten sobrevivir más allá del buen funcionamiento de nuestro organismo. De todo eso que hace que cada día podamos ir constr