La semana pasada descubrí en el Thyssen la obra de una pintora española de esas que han quedado casi invisibles en una memoria escrita por los y para los hombres. Con el título de El realismo íntimo , la exposición nos ofrece un primoroso recorrido por las pinturas de Isabel Quintanilla, entre las que sobresalen las que se fijan en esos rincones de la vida privada que, durante siglos, fueron los únicos permitidos a las mujeres. La máquina de coser, los vasos de cristal, los platos de comida, las estancias y las ventanas, pero también Roma, las plantas, los árboles, las flores, muchas flores, como si por ahí hubiera paseado la señora Dalloway. Todo en sus cuadros parece estar hablándonos de una mirada que veía más allá de las cosas, que se resistía a quedar atrapada en lo cotidiano, que buscaba y encontraba belleza en la intimidad y en los objetos donde se sostiene la vida. Entre Emily Dickinson y Virginia Woolf. Días después vi la segunda película de Celia Rico, Los pequeños amo
La reciente encuesta del CIS acerca de las percepciones sobre la igualdad de género nos ha vuelto a demostrar como el espacio de lo privado continúa ajeno a ella. Por más que desde el punto de vista formal hayamos avanzado de manera sustantiva, y así por ejemplo en nuestro país los hombres podamos disfrutar de un permiso de paternidad de 16 semanas, la corresponsabilidad continúa siendo una meta. La encuesta citada nos revela que en un día laborable, las mujeres dedican más tiempo a las tareas del hogar que nosotros: ellas ocupan 172 minutos de media al día frente a nuestros 126,76 minutos. En el cuidado de los hijos la distancia entre ambos sexos aumenta: mientras las mujeres dedican 412,25 minutos (6,7 horas), ellos ocupan unos 228,88 minutos (3,7 horas). El tiempo se iguala en lo relativo al cuidado de personas dependientes, aunque las mujeres le dedican casi una hora más que nosotros. Estos datos, que coinciden con los de otros países, nos demuestran que las mujeres siguen sop