Me encuentro a la gran Rita Rutkowski que sale de la primera función y, de sus palabras, deduzco que su valoración de la última película de Trueba no es muy positiva. Pero prefiere no condicionar mi visionado y no profundiza en sus comentarios.
La película tiene indudables aciertos estéticos: la apuesta
por el blanco y negro, la ausencia de música, el quijotesco Rochefort, el
cuerpo y la mirada de Aida Folch, la digna vejez de la Cardinale o la impagable
Chus Lampreave, por más que su personaje parezca metido con calzador. Sin
embargo, EL ARTISTA Y LA MODELO a mí me ha dejado frío, no me ha emocionado lo
más mínimo, incluso me ha llegado a aburrir. Todo ello sin valorar la muy
discutible concepción que Trueba nos muestra del arte, excesivamente romántica,
casi folletinesca diría yo. Como también lo es su mirada sobre la guerra o las
luchas políticas que sirven de fondo, muy diluido y vago, a una historia en
cuya escritura se echa en falta la mano firme de Azcona.
La lectura más interesante de la película tiene que ver con la contraposición entre la Cultura y la Naturaleza, identificados el primero con la identidad masculina y el segundo con lo femenino. Así comprobamos como el Hombre es el sujeto creador frente a la mujer objeto, que no crea ni produce, que es recreada por el artista que la observa. Él es que tiene ideas o las busca frente a ella que ni siquiera sabe lo que es un escultor o una modelo. Ella es pura Naturaleza - "emanación de la Naturaleza", dice el artista en un momento determinado - , por ello la vemos gozar tanto en el agua jugando con los peces. La mujer y el aceite como supremas creaciones divinas. Para ser comidas, miradas, olidas, degustadas.
¿Habría sido muy distinta la película si hubiera sido LA ARTISTA Y EL MODELO? Creo que sí. Pero esa sería otra historia. La que acabo de ver me ha dejado tan frío como el mármol de las esculturas.
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