Un cuento para acabar el año Gael no llegó en un jet privado, ni siquiera en el AVE. Lo hizo en un autobús de esos que recorren los pueblos de la península y en los que es mejor olvidarse del sentido normal del tiempo. Gael llegó en un autobús de cuyo maletero ladraba un perro que no quería sentirse como una maleta. Lo hizo cuando ya era de noche y los perfiles empezaban a confundirse con las luces estridentes de la feria navideña que siempre huele a buñuelo y a algodón de azúcar. No lo imaginaba tan poquita cosa, tan delgado y ligero. Casi imperceptible en la noche de los santos inocentes. Apenas un suspiro que vino escuchando música, no sé si de Iron Maiden, Morricone o la última lista de los 40. Todo en él, tal y como me habían sugerido sus palabras, era algo desconcertante, escurridizo a veces, como si hubiera en su presencia algo de irrealidad. Parecía flotar más que andar y fue complicado al principio captar si lo que decía era la traducción del último ...
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez