Mirar tras la reja. La calle al otro lado. Mujeres que miran desde sus habitaciones al final de sus días. El último capítulo. Llueve, llueve, amenaza lluvia. Las paredes blancas se van poniendo verdes. Miran, rezan, piensan, recuerdan. Mujeres en los balcones y tras las rejas. Miradas femeninas que siempre esperan, entre la nostalgia de lo que no pudieron ver y la tristeza de los días que se escurren. Mujeres mayores que tienen las bocas llenas de palabras por decir. Ellas miran tras los hierros. "La sed de infinitud luchando contra los barrotes de la jaula" escribió Carmen Martín Gaite. Mujeres solas que se acompañan tras los visillos y que se peinan juntas frente al espejo en el que se ven cada día más viejas. Quizás desamparadas. La Virgen los Ángeles no sale y ellas cierran los postigos. El ruido sigue afuera. Ellas tal vez recen una oración desordenada contra los ángeles que las siguen teniendo entre rejas.
"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad
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