Los amantes pasajeros, de Pedro Almódovar
Siempre me ha costado entender la especial inquina que determinados sectores le tienen a Pedro Almodóvar. Aunque no me guste ratificar los tópicos, parece inevitable pensar que en este país se digiere mal el éxito, el olfato comercial y la creatividad. Lo cual, por otra parte, podría explicarnos las razones de algunos de los fracasos de nuestra sociedad. A estas alturas, y con cerca de 20 películas a sus espaldas, entre las que hay obras maestras, otras mediocres y alguna bastante mala, creo que nadie puede negar que el manchego es uno de los grandes creadores de este país y que ha conseguido eso tan difícil de hacer no sólo reconocible su sello sino también que el público de medio mundo aplauda sus propuestas.
Como suele ser habitual en él, llevábamos meses oyendo hablar de su última película, del cambio intenso de las anteriores a la comedia, del casting y de otros detalles que han ido alimentando, sin prisa pero sin pausa, la curiosidad por verla. Algo que, insisto, Pedro sabe hacer como nadie y eso, en un cine que siempre se queja de su poco éxito comercial y del poco peso como industria que tiene, debería ser algo a aplaudir e imitar. Es, sin ir más lejos, lo que cada semana hacen los americanos con las películas buenas, malas y regulares que llegan a nuestras pantallas y que, con frecuencia, con más que discutibles méritos artísticos, se convierten en éxitos de taquilla y no suelen ser objeto de linchamiento como si suele pasar con el cine del manchego. Insisto que me parece que hay mucho de envidia y de estrechez de miras en tales actitudes, sobre todo cuando alcanzan el nivel de acritud del que por ejemplo esta semana han hecho críticos tan admirados por mí como Carlos Boyero.
He de confesar que fui al cine predispuesto a que la película no me gustara y a salir echando pestes. Sin embargo, hace tiempo que no me he alegrado tanto de hacer caso omiso a los críticos... e incluso a algún amigo que decepcionado me decía que le había parecido horrible. Indudablemente LOS AMANTES PASAJEROS no es una gran película, pero no es mucho más mediocre que otras propuestas exitosas y que incluso alguna multipremiada últimamente. Es una comedia plagada de caricaturas, de excesos, de una mirada que pretende ser alocada aunque - y este es uno de mis peros - acabe siendo engullida por el acomodamiento, del gusto de la ficción por la ficción, de ganas de hallar la complicidad del espectador que, ahora más que nunca, necesita productos que le sirvan para evadirse e incluso, por qué no, para hallar ciertas respuestas ante el pozo oscuro en el que estamos. De alguna manera, LOS AMANTES PASAJEROS sería la película perfecta para la emisión dentro de una década del Cine de Barrio que reflejara cómo éramos en los años de la crisis.
Al margen de las referencias más o menos logradas a la situación de este país - ese avión dando vueltas sobre la península en el que la clase turista duerme "anestesiada" mientras que putas, corruptos y gente del show business se desparraman en primera clase - , lo más interesante de esta propuesta es que nos da una clave de la que todos deberíamos tomar nota. La reivindicación del deseo - esa ley -, del placer, del goce, de la ruptura de los tabúes, del amor/sexo como salvación y del optimismo que debe empezar por ser fieles a nuestro cuerpo y sus designios. Decía hace unos días el director, que quizás uno de los temas centrales de la película fuera la bisexualidad. Yo creo que más que eso, que también, la película, con su indiscutible tono de comedieta desmedida que bien podría enlazar con Ozores o Masó (a los que por cierto habría que reivindicar para romper también con los prejuicios pseudo intelectuales que los han maltratado por sistema), nos está diciendo que ante la crisis que nos azota la mejor manera de sobrevivir es recuperar precisamente la alegría de vivir. Romper esquemas, saltar reglas, buscar complicidades, escuchar los latidos de la piel y dejarse llevar por los momentos de placer que si no llegan hay que buscarlos.
Con un cine a rebosar como hace tiempo que no vivía - otra alegría para la industria y para la cultura - y en el que las carcajadas no cesaron en toda la proyección, yo ayer sentí que la única salida al terrible momento en el que estamos pasar por reinventarse, por meter en el armario los tabúes y, por supuesto, por despertar a los anestesiados haciéndoles ver que sólo ellos son los dueños de su destino. Algo que el cine de Pedro ya planteó en sus inicios, en aquellos momentos cruciales de la transición donde todo estaba por hacer, y que ahora, sin la frescura originaria pero con evidentes restos de su talento indudable, vuelve a ofrecernos a un país de banqueros que huyen, de aeropuertos vacíos y de mentiras sostenidas en lo público y en lo privado.
Por su puesto que voy que voy a seguir tu recomendación y veré la pelicula.
ResponderEliminar