No sé si mis abuelas votarían tal día como hoy hace 78 años. Lo que sí estoy seguro es que algunas mujeres de mi familia, invisibles, sin nombre, sin casa en la memoria, lo hicieron aquel 19 de noviembre de 1933. Quizás sin ser del todo conscientes de la conquista que latía entre sus dedos, en el sobre que depositaban en la urna.
Esta conmemoración, que como casi todas las que tienen como protagonistas a las mujeres, pasará hoy desapercibida, debería ser un buen pretexto para la reflexión en esta jornada de lluvia y cielos grises. Después de quince días que nos podíamos haber ahorrado, de tanta obviedad y promesa increíble, de tanto ruido y pocas nueces, necesitamos el silencio. El que me ocupa en esta hora mañanera en que escribo y en la que la ciudad aún está entre las sábanas y el primer café. El silencio es como una playa en la que es posible caminar descalzos, desnuda la piel y abiertos sus poros. Tan libres y tan niños. Con todo el futuro por delante. Se agradece el frescor del agua entre los dedos tras dos semanas de calientes disputas que han olido a chamusquina. Y a desesperanza.
En esta jornada de reflexión tan singular por tantas cosas, me gustaría recordar a esas primeras electoras. Vestidas de negro con un sobre blanco entre las manos. Madres del porvenir, paridoras de hombres que se matan. En esa urna estaba recién nacida la democracia, la igualdad, la esperanza. Los tres versos que me acompañan en este sábado sin políticos/as y con la lluvia empapando la tierra.
Esta conmemoración, que como casi todas las que tienen como protagonistas a las mujeres, pasará hoy desapercibida, debería ser un buen pretexto para la reflexión en esta jornada de lluvia y cielos grises. Después de quince días que nos podíamos haber ahorrado, de tanta obviedad y promesa increíble, de tanto ruido y pocas nueces, necesitamos el silencio. El que me ocupa en esta hora mañanera en que escribo y en la que la ciudad aún está entre las sábanas y el primer café. El silencio es como una playa en la que es posible caminar descalzos, desnuda la piel y abiertos sus poros. Tan libres y tan niños. Con todo el futuro por delante. Se agradece el frescor del agua entre los dedos tras dos semanas de calientes disputas que han olido a chamusquina. Y a desesperanza.
En esta jornada de reflexión tan singular por tantas cosas, me gustaría recordar a esas primeras electoras. Vestidas de negro con un sobre blanco entre las manos. Madres del porvenir, paridoras de hombres que se matan. En esa urna estaba recién nacida la democracia, la igualdad, la esperanza. Los tres versos que me acompañan en este sábado sin políticos/as y con la lluvia empapando la tierra.
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