Anoche finalmente pude ver la película PRIMOS en el Coliseo San Andrés. Tal vez el mejor lugar, un cine de verano, para una comedia tan refrescante, aunque al mismo tiempo tan cargada de miradas incisivas. No es de extrañar en un director como Daniel Sánchez Arévalo, el cual me sorprendió con la carga de profundidad y emoción de su AZUL OSCURO CASI NEGRO. Y es que bajo las risas y sonrisas que provoca esta singular historia de tres hombres desubicados que vuelven a los "orígenes" tratando de encontrarse a sí mismos podemos detectar una reflexión, también presente en AZUL.., sobre las masculinidades. Los tres tipos que nos presenta la película son otros tantos prototipos de hombres heridos, incompletos, prisioneros de su propia identidad. En unos casos obligados a ser héroes, en otros arrastrando miedos y traumas, casi siempre respondiendo al patrón que los demás esperan de ellos más que a lo que ellos sienten dentro de su corazón. Tal vez porque en la mayoría de las ocasiones se niegan a escucharlo y porque habrían necesitado más de una clase de inteligencia emocional.
Miguel (Adrián Lastra, todo un descubrimiento), obligado en su día a ser un héroe de guerra, es un enfermo más porque los demás lo tratan como tal que porque él realmente se sienta así. Arrastra cobardías, temores, inseguridades, en una eterna minoría de edad que al final de la película consigue dejar atrás de la mano precisamente de un niño.
Julián (espléndido Raúl Arévalo, un actor que crece en cada película) es el prototipo del tipo triunfador, vitalista, enérgico, depredador sexual y profesional competitivo. El típico "macho" que, sin embargo, está más solo que la una y que anda mendigando cariño aunque no se atreva a decirlo expresamente. Su relación con el personaje de Antonio de la Torre (genial su interpretación de la vida a través de los grandes éxitos de su videoclub) y con el de su hija (Clara Lago) nos muestran el lado oculto, menos "masculino", de un machito que sufre los costes de una hombría que acaba siendo una carga. Porque nos obliga a ser como el canon ordena.
Y finalmente Diego, el personaje detonante de la historia, el novio abandonado en el altar, interpretado por un Quim Gutiérrez atractivo y creíble, es un hombre perdido en el laberinto de los sentimientos. Con una corazón enorme pero sin brújula. Un poco niño, algo niñato, deliciosamente tierno en su inteligencia de hombre que entiende al amor como dependencia y que, en el fondo, tiene miedo, mucho miedo, a la libertad que supone tomar decisiones.
Y frente a esos hombres rotos, esclavos de sí mismos, unas mujeres más valientes, más dueñas de sí mismas, con los ovarios bien puestos frente a unos varones que sólo parecen tener "cojones" - los del Espatero - en sus discursos de machitos.
Diego cuenta en una de las escenas de la película que cuando era pequeño y no podía dormir, su padre le aconsejaba que soñara con Tarzán. En esa recomendación estaba implícita la metáfora de una masculinidad identificada con el heroísmo, con la dureza, con la permanente tensión, con el objetivo de ser el rey de la selva que, en el fondo, no puede vivir sin Jane. Y tal vez en ese sueño imposible radique la razón de muchos de sus fracasos. Los que al final de la película parece exorcizar aunque no se haya desprendido del todo de ese peso que le obliga, que nos obliga, a comportarnos como hombres de verdad.
Muy bonita y correctísima la reflexión sobre la presión que implica soñar con Tarzán. Ni yo mismo había caído en eso. :) Gracias por tus palabras.
ResponderEliminarSaludos,
Dani Sánchez Arévalo.