Ir al contenido principal

Matrimonios semifelices

Vicente Verdú, como es habitual en él, nos retrata con su bisturí de hombre lúcido. Nada se puede objetar a sus palabras. Atrévanse.


VICENTE VERDÚ, EL PAÍS,  23/07/2011
Hay matrimonios felices y matrimonios desgraciados, pero los que más abundan son los que no son ni felices ni desgraciados. El gran éxito norteamericano de Pamela Haag con su libro Marriage confidential radica en que después de haber entrevistado a más de 2.000 parejas casadas a lo largo de Estados Unidos ha concluido que se aburren tanto con su cónyuge como no habrían imaginado nunca pero, a la vez -y este es el punto- no se sienten tan desdichados como para decidir separarse.
Con este talante flotan, no sin dificultades, millones de esposas y maridos que incluso en los treinta y tantos, envidian la "libertad" de sus amigos solteros. No se trata, en fin, de que se lleven mal o muy mal. Lo peor es la diferencia que experimentan entre el romanticismo de la relación en sus primeros compases y el tedio que se ha colado por las fisuras de la convivencia como las pelusas por los pasillos.
Bertrand Russel en La conquista de la felicidad alertaba (¡ya en los años treinta!) sobre los peligros de querer mantenerse en una excitación permanente propia del talante que introdujo la sociedad de consumo desde la II Guerra Mundial en Europa y desde los años locos en Estados Unidos. El mandato de "divertirse hasta morir" (Amusing ourselves to death. Neil Postman. Penguin Books. Nueva York, 1985. Divertirse hasta morir. Ediciones de la Tempestad. Barcelona, 1991) es ahora la orden que se opone al más o menos ordenado discurrir de la vida diaria en los casados.
Hallar entretenimientos aquí y allá, novedades y sorpresas ha sido la regla general en la sociedad de consumo durante la vistosa prosperidad y cuya cultura bullía sobre el nervioso afán de sumar una diversión a otra y una recompensa a la siguiente en vistas de que ya se tenía poco en cuenta los beneficios del más allá.
El matrimonio, sin embargo, viene a ser el envés de este proyecto convulso o aventurero. Su proceso natural conduce, tarde o temprano, de lo estimulante a lo anestésico. El gusto por conversar y contar nuestros asuntos al otro decae hasta crear unos silencios tan vacíos como tristemente paralelos. Ni el otro ameniza nuestra vida con sus puntos de vista ni sus puntos de vista conservan el primer brillo de sus ojos. Más bien una línea taciturna pasa de un extremo a otro de la mesa, de un punto a otro del diván o de un lado a otro del lecho conyugal.
¿Una tortura? No llega a ser torturante pero se parece, empieza a ser una tabarra. Alejandro Dumas decía que el matrimonio representa una carga tan pesada que se necesitan dos personas para soportarla pero, a menudo, incluso tres.
Los matrimonios semifelices se pueblan de infidelidades y algunos se separan pero nunca en la proporción que correspondería a su desgaste. No pocos matrimonios desencantados mantienen el pulso por razón de la estabilidad que les proporciona ese vínculo y que no es, desde luego, desdeñable. Mejor, se dicen, la serenidad que lo sublime. Mejor la casamata que la vida a salto de mata.
Entre ellos además puede haberse creado una holgura suficiente para que la mutua respiración no ahogue. La excesiva contigüidad, los planes, los proyectos y las distracciones, siempre juntos, allanan la pasión y son proclives, además, al enervamiento.
Sentirse atado a la pareja, a una pareja que no se quiere matar pero tampoco se muere de amor por ella, es el modelo más común de las vidas maritales o matrimonios semifelices.
¿Bueno? ¿Malo? ¿Regular? Hoy, sin tantos hijos que atenúen y amenicen, como antes, los contactos directos, sin la gran familia extensa donde se evacuaban las decepciones y los agravios, la vida en común se estrecha. ¿Se extingue? Es decir, ¿seguirá existiendo en el futuro esta clase de matrimonio? Probablemente, no en la misma proporción. Todas las novelas de hace apenas 50 años, por buenas que fueran, tenían pasajes aburridos que se toleraban como forraje indispensable de sus historias. Incluso novelas enteras, pesadas de principio a fin, se soportaban cumpliendo el deber moral de la cultura/culta.
Ahora, sin embargo, prácticamente todo en el cine, en la novela, en el videojuego o en el telefilme es acción y, cuando no pasa nada, ese tiempo muerto las descalifica. Los argumentos, en el libro o en la pantalla, han de brindar peripecias casi sin pausa y, si llega el caso, hacer saltar al espectador, en una agitación liberada del entendimiento y la razón y la causa. ¿Matrimonio semifeliz? No puede durar mucho esta fórmula porque al cabo ¿no sería incluso más acorde a nuestros días un combo y otro combo a la tumultuosa manera de Quién teme a Virginia Woolf?

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad ...

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía...

CARTA DE MARÍA MAGDALENA, de José Saramago

De mí ha de decirse que tras la muerte de Jesús me arrepentí de lo que llamaban mis infames pecados de prostituta y me convertí en penitente hasta el final de la vida, y eso no es verdad. Me subieron desnuda a los altares, cubierta únicamente por el pelo que me llegaba hasta las rodillas, con los senos marchitos y la boca desdentada, y si es cierto que los años acabaron resecando la lisa tersura de mi piel, eso sucedió porque en este mundo nada prevalece contra el tiempo, no porque yo hubiera despreciado y ofendido el cuerpo que Jesús deseó y poseyó. Quien diga de mí esas falsedades no sabe nada de amor.  Dejé de ser prostituta el día que Jesús entró en mi casa trayendo una herida en el pie para que se la curase, pero de esas obras humanas que llaman pecados de lujuria no tendría que arrepentirme si como prostituta mi amado me conoció y, habiendo probado mi cuerpo y sabido de qué vivía, no me dio la espalda. Cuando, porque Jesús me besaba delante de todos los discípulos una ...