Ir al contenido principal

LIBERACIÓN

Bolonia, 25 de abril de 2013.


Hoy Italia ha sido una fiesta. La patria, entendida en el sentido más republicano de la palabra, ese que en España no hemos alcanzado aún tras más de 30 años de democracia, celebra los valores compartidos, las heridas que se han ido cerrando, su historia que es una historia de batallas y conquistas. El mismo día que Portugal recuerda su lucha por las libertades, Italia hace un ejercicio sano de memoria histórica y subraya lo mucho que costó - principalmente muchas vidas - acabar con el fascismo y conquistar un Estado de Derecho.

El día amaneció luminoso, soleado, radiante primavera que ha llenado las calles de música, de actividades para los niños, de actos en recuerdo de los caídos, de banderas ondeantes y, en el caso de Bolonia, de mucho rojo en los balcones y ventanas. 

En la impresionante Iglesia de San Estefano, que en su interior esconde a su vez  cuatro iglesias, me encontré con una ceremonia cívil y militar de recuerdo a los caídos. Solemne y operística, como tanto le gusta a los italianos. Los poderes civiles, militares y religiosos honrando la memoria y, a su vez, reafirmando un presente constitucional. Todo ello mientras que en el Quirinale se trata una vez más de salvar al país, entendido en sentido institucional, de un nuevo naufragio.


Vivir este día tan cargado de simbolismo en Bolonia me ha hecho reflexionar sobre las carencias que España sigue teniendo en materia de memoria histórica y, en consecuencia, en la forja de una patria entendida no tanto en un sentido nacionalista y excluyente sino en cuanto comunidad que se ha hecho a sí misma y que como tal mira al futuro.

En España sigue faltando la celebración de cómo nos liberamos del fascismo, aunque en contra nuestro juegue el hecho vergonzante de que el dictador muríera en la cama y no como consecuencia de la valentía y la lucha democrática del pueblo. Ahora más que nunca descubrimos la debilidad de una transición que se hizo obviando el necesario ejercicio de memoria y, en consecuencia, sin el elemento, también emocional, que supone dejar claro que el país sufrió una guerra y que hubo vencedores y vencidos. Y que los vencedores siguieron en sus puestos durante cuarenta años.
 En España nos sigue faltando ese sentido republicano de "lo común", de las heridas compartidas y de las luchas que en su día dejaron muertos y ganadores. Y ahora estamos comprobando cómo ese déficit, junto a otros factores coyunturales, hace que nuestro sistema constitucional sea frágil. Aún no hemos alcanzado la madurez democrática que, paradójicamente, yo detecto en Italia. Y digo paradójicamente porque a nivel institucional el sistema nos puede parecer un desastre, y de hecho hay muchos factores que así lo corroboran, pero percibo en la ciudadanía, en las calles, en el tejido social, una fuerza que me cuesta encontrar en mi país que tanto me duele. 

 Un país del que hoy me llegan las terribles noticias del aumento del número de parados, de la marcha atrás que anuncia el reaccionario Gallardón, incluso de los últimos fracasos futbolísticos... ese opio del pueblo que ciega tanto al personal.

Salgo esta tarde a tomar un capuccino y las calles y plazas de Bolonia son una fiesta. Hay música por los rincones, ríos de gente por todas partes, se contagia el entusiasmo y las ganas de seguir adelante. No recuerdo una sensación así en España en un día de fiesta nacional, no digamos en la celebración de un 6 de diciembre que se ha convertido en el simple pretexto para un puente y no en una celebración cívica.

La tarde concluye en un café de la Plaza Mayor, hablando de Rafael de Urbino y de su Éxtasis de Santa Cecilia que está en Bolonia, mientras escucho a un grupo de música cantando todo un clásico: Oh, bella ciao!!! (http://www.youtube.com/watch?v=4CI3lhyNKfo) Una canción triste y dolorosa que siempre me rompe el alma y que me lleva a una época de trincheras y batallas. "Si muero como partisano...Por la libertad".

Y entiendo mejor que nunca porque siempre en Italia siento que la vida es más fuerte que en ningún otro sitio. Tan intensa a veces que duele. Roja, roja, roja. Como Bolonia.






Comentarios

  1. Qué tal Octavio,
    entendiendo que tu estancia boloñesa está siendo magnifica y repleta de experiencias enriquecedoras. Boloña es una ciudad espléndida y, probablemente, una de las más comprometidas con la lucha por la libertad, durante la segunda guerra mundial e incluso después durante los años del terrorismo. Habrás visto las fotos de los caídos en Piazza Maggiore, tal vez has visitado la estación de trenes donde en el agosto de 1980 murieron 80 personas por una bomba -supuestamente- colocada por fanáticos fascistas; de Boloña era Marco Biagi un profesor de Derecho del Trabajo que enseñaba en la Universidad de esa misma ciudad y que fue matado a tiros por terroristas de extrema izquierda mientras volvía a casa en bicicleta, sólo por colaborar con el Gobierno en un proyecto de reforma laboral.
    Boloña es una ciudad particular por muchísimos aspectos. Ha sido el lugar en el que han nacido las primeras universidades, siempre ha sido una ciudad cultural y políticamente inquieta y profundamente crítica respecto a los distintos contextos históricos en los que ha vivido.
    Así, es natural sentir el entusiasmo que trasmite la vida que fluye por sus calles, y que una fecha tan señalada como el 25 abril no deja de amplificar. Sin embargo -y con mucha tristeza- no creo que esa ciudad constituya o represente el paradigma de la realidad italiana. Tal vez, todo lo contrario.
    En estos últimos años, francamente, mi País no me ha dado razones para creer en su madurez democrática ni en ese sentido republicano de lo común del que hablas. He visto, sin embargo, un País largamente acrítico, incapaz de evolucionar y de progresar en el camino del reconocimiento de los derechos civiles y de la laicidad del Estado. Un País profundamente estancado en la pura forma, en el culto del “videri” y no del “esse”, liderado por una clase política incapaz de ofrecer respuestas reales a las necesidades más esenciales. No son palabras vacías o meramente retoricas, las sufragan lo hechos. Italia es el país en el que, desde hace 20 años, la alternancia política ha consistido en el binomio Berlusconi-“pseudo-izquierda”; en el que, hasta el pasado febrero, las mujeres lograban un 18% de representación en la Camera dei Deputati (…de “los diputados”, nunca mejor dicho), mientras que los jóvenes menores de 40 años eran un 5, 5% del total. Italia es un País que, todavía, no implementa medidas contra la violencia de género, que no reconoce las uniones de hecho…de ningún tipo. Italia es todavía un País en el que se predica y practica el culto al “salvador de la patria”. Por una parte de esta Italia, dicho demiurgo hoy es un hombre de casi 88 años que, probablemente, desearía poder acabar su vida en la paz tranquila de su familia y de sus pasiones y que, sin embargo, ha vuelto a asumir una función de liderazgo que nuestra Constitución le reconoce sólo formalmente. Por otra parte de Italia, sin embargo, este salvador es un cómico que con su retórica irónica y sagaz mezcla conceptos populistas y demagógicos con otros de puro sentido común, con un claro objetivo: desmantelar el modelo actual y construir un sistema alternativo de participación democrática…que, según mi modestísimo punto de vista, nunca funcionará mientras que Italia siga pensando que el futuro depende de la providencia de Dios o del enésimo demiurgo.
    Creo que queda cada vez más lejos este sentimiento “partigiano” de libertad y esta esperanza que acompañaba al Constituyente de 1948 por construir un futuro mejor, que hoy la memoria de los hechos del 25 abril pretende alimentar. Ojalá la mayor parte de Italia siguiera sintiendo suyas esas palabras que Calamandrei un día pronunció hablando a los jóvenes: “si queréis ir en peregrinación al lugar donde nació vuestra Constitución, id a las montañas donde cayeron los partisanos, a las cárceles donde fueron presos, a los campos donde les ahorcaron. Allá donde ha muerto un italiano para recuperar la libertad y la dignidad, id, oh jóvenes, con el pensamiento, porque allí nació nuestra Constitución”.
    Un abbraccio,
    Ciro

    ResponderEliminar
  2. Gracias Ciro por tu sentido y profundo comentario.
    Puede ser cierto todo lo que dices, es decir, que todo eso que me ha transmitido Bolonia no sea lo generalizado en el país. En todo caso, yo creo que tanto allá como acá deberíamos retomar como bandera eso que podríamos llamar el espíritu de Bolonia... Por cierto, lejanísimo a la reforma universitaria que lleva tan inmerecidamente ese nombre... Porque creo que Bolonia representa precisamente todo lo contrario de lo que está suponiendo la reforma europea para la Universidad.
    En fin... Habrá que seguir luchando... En todo caso, Ciro, yo adoro tu país y cada vez que estoy en él siento un enorme "subidón"... Me da energías, luz, ganas de vivir...Hablamos de todo esto, claro. Abrazo fuerte y... partisano!!!

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n