La Semana Santa es una gigantesca y prodigiosa performance que usa la ciudad como escenario privilegiado. Éste es sin duda uno de sus mayores alicientes, tal vez el que la convierte en una celebración única y, por tanto, envidiada. La Semana Santa es una barroca y excesiva demostración de arte público , en la que la ciudad es también protagonista y en la que los principales actores son los ciudadanos y las ciudadanas. Un teatro con miles de figurantes, en el que cada uno sabe muy bien cuál es su papel y en el que cada pieza ha de ajustarse con precisión para que finalmente haya armonía.

El escenario de la ciudad es lo que hace que estos días sean únicos. La geografía urbana y humana. Ésta es la singularidad de una celebración que desborda lo religioso, lo devocional y se adentra en los tortuosos caminos del mestizaje. De ahí las dificultades para su explicación y de ahí también la fascinación que ejerce en almas tan dispares. Las que, vengan de donde vengan, crean o no, voten a derechas o izquierdas, se quedan sobrecogidas por el paso de la Sangre por las estrecheces de Deanes o no pueden evitar un pellizco de emoción cuando descubren unos cirios encendidos en un fondo blanco de cal.
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