Como si fuera el 6 de enero, Abel se ha despertado muy muy temprano. Como si tuviera que buscar los regalos que los Reyes Magos hubieran dejado en el salón. Pero él ya sabía cuál era la sorpresa. Su túnica blanca, su cíngulo blanco y rojo, su capirote, su medalla.
Se ha asomado a la ventana cada cinco minutos. Ha llamado nervioso a sus abuelos. Ha desayunado más rápido que ningún otro día.
Ya está en San Lorenzo, supongo que mirando al cielo y fijándose en los mil detalles de la Borriquita.
Su rostro lo dice todo. Hoy es el niño más feliz del mundo. Aunque seguro que hay miles, más pequeños y más grandes, que comparten con él la sonrisa.
Mirándolo es fácil deducir que nuestra Semana Santa no es otra cosa que la celebración de la vida. Le pese a quien le pese. Y pobre de aquél que no quiera entender que es un milagro de mil capas en el que lo emocional le gana la partida a la razón, paradójicamente tan estúpida, que se niega a dejarse llevar por los sentidos.
Se ha asomado a la ventana cada cinco minutos. Ha llamado nervioso a sus abuelos. Ha desayunado más rápido que ningún otro día.
Ya está en San Lorenzo, supongo que mirando al cielo y fijándose en los mil detalles de la Borriquita.
Su rostro lo dice todo. Hoy es el niño más feliz del mundo. Aunque seguro que hay miles, más pequeños y más grandes, que comparten con él la sonrisa.
Mirándolo es fácil deducir que nuestra Semana Santa no es otra cosa que la celebración de la vida. Le pese a quien le pese. Y pobre de aquél que no quiera entender que es un milagro de mil capas en el que lo emocional le gana la partida a la razón, paradójicamente tan estúpida, que se niega a dejarse llevar por los sentidos.
Aunque sea una pasión que, a nivel personal, no comparta (y, por tanto, no haya podido hacerla extensiva a mi peque, también totalmente ajeno a sus encantos), no me cuesta trabajo imaginar, viendo ese rostro henchido de ilusión del tuyo, lo gratificante que debe resultar. Felicidades a los dos...
ResponderEliminarUn abrazo y buena semana.