"La primera inmersión es la que cuenta..."
Cuando me tomo un café con Joaquín Pérez Azaustre, mi querido Joaquín, es como si hubiéramos dejado la conversación detenida justo el día de antes, aunque realmente haga meses, años incluso, de nuestro anterior encuentro. Volvemos a encontrarnos unos días después de que presentara "Las Ollerías", el poemario con el que ha ganado el XXIII Premio de la Fundación Loewe. Aunque no tenemos mucho tiempo, nos basta para re-conocernos, para resucitar complicidades, para certificar que lo nuestro empezó cuando éramos más ángeles que demonios. Cuando todo parecía por llegar. En aquellos días en que Joaquín se retorcía entre enredaderas y mostraba, me mostraba, como nunca nadie lo ha hecho, cómo un sueño va tomando forma partiendo casi de la ingenuidad, y pasando por las lágrimas, hasta llegar a hacerse cuerpo.
"Las Ollerías", que lleva ya varios días en mi mesilla de noche, no es sólo, y según dicen "los expertos", su mejor poemario. Para mí es el libro que me refleja lo que Joaquín es y ha sido, sus raíces y sus piscinas, sus avenidas y sus callejones sin salida. Es un libro tierno, en el sentido menos peyorativo del término, porque se adentra en los quereres familiares, en las emociones más íntimas, también en algún que otro infierno que parece arder debajo de los versos. Es también el poemario que mejor demuestra lo mucho que Joaquín se halla atado a esta Córdoba a la que, un poco como todos, ama y odia al mismo tiempo. Por eso su título es tan acertado y tan complejo. Tan definitivo.
Termino de leer "Las Ollerías", al que seguro volveré muchos más días, y espero que nuestra amistad-fraternidad sea también "una casa abierta con un recibidor de maderas suaves".
Y apunto en mi cuaderno de bitácora que yo también saldré a flote y que yo también un día descubriré que soy la eternidad.
Por supuesto que lo eres, querido Octavio. Por lo menos para mí. Muchas gracias por seguir justo en ese momento de la conversación ya de hace años, y también de mañana. Fortísimo el abrazo!
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