26 y 27 de enero de 2012
Cualquier pretexto es bueno para volver a Cádiz. Y en este 2012 no podía ser otro que la Constitución de 1812. Fiel a ese compromiso, me alojo en el coqueto hotel Las Cortes de Cádiz y, para sentirme absolutamente metido en ambiente, me dan la habitación Viva La Pepa.
En el Congreso, además de cumplir con los ritos habituales de estos eventos, y de compartir buena mesa con colegas y sin embargo amigos/as, certifico que hay una línea de continuidad en nuestro constitucionalismo. Y así, muchos de los problemas que todavía siguen abiertos arrastran de una historia que nos ha hecho singulares frente a otros países de nuestro entorno. Basta con recordar la confesionalidad militante y excluyente del 12 para entender mucho mejor cómo de esos barros todavía seguimos arrastrándonos por algunos lodos...
Pero, al margen de lo profesional, estos dos días en Cádiz me permiten reencontrarme con luz, que sigue siendo única aunque estemos en enero. Descubro además una visión inédita para mí: Cádiz desde sus terrazas. De nuevo me dejo seducir por un lugar en el que me siento viajero romántico y en el que con facilidad mi pecho se abre, mi cabeza se despoja de tonterías y me entrego al placer de disfrutar la belleza de las pequeñas cosas. Las que son grandes de verdad. Un paseo de calles estrechas, un nazareno de viernes, el mar más gris que en verano, el blanco roto de las torres. Y ese cielo que parece único, irrompible, acogedor. También en enero.

Cualquier pretexto es bueno para volver a Cádiz. Y en este 2012 no podía ser otro que la Constitución de 1812. Fiel a ese compromiso, me alojo en el coqueto hotel Las Cortes de Cádiz y, para sentirme absolutamente metido en ambiente, me dan la habitación Viva La Pepa.
En el Congreso, además de cumplir con los ritos habituales de estos eventos, y de compartir buena mesa con colegas y sin embargo amigos/as, certifico que hay una línea de continuidad en nuestro constitucionalismo. Y así, muchos de los problemas que todavía siguen abiertos arrastran de una historia que nos ha hecho singulares frente a otros países de nuestro entorno. Basta con recordar la confesionalidad militante y excluyente del 12 para entender mucho mejor cómo de esos barros todavía seguimos arrastrándonos por algunos lodos...
Pero, al margen de lo profesional, estos dos días en Cádiz me permiten reencontrarme con luz, que sigue siendo única aunque estemos en enero. Descubro además una visión inédita para mí: Cádiz desde sus terrazas. De nuevo me dejo seducir por un lugar en el que me siento viajero romántico y en el que con facilidad mi pecho se abre, mi cabeza se despoja de tonterías y me entrego al placer de disfrutar la belleza de las pequeñas cosas. Las que son grandes de verdad. Un paseo de calles estrechas, un nazareno de viernes, el mar más gris que en verano, el blanco roto de las torres. Y ese cielo que parece único, irrompible, acogedor. También en enero.

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