Vivimos en un país con tan escasa memoria y tan poco
agradecido que, a diferencia de lo que ocurre en otros lugares, cualquier
artista, por más que lleve décadas demostrando su talento, es sometido a un
riguroso examen cada vez que presenta un nuevo trabajo. De esta manera, no hay
trayectoria que valga: todo se mide en función de las aciertos o imperfecciones
de lo más reciente. Las expectativas no se generan como eslabones de una cadena
sino más bien como una prueba que parece diseñado por quienes parecen disfrutar
más con el fracaso que con el éxito ajeno. Algo así tengo la sensación de que ocurre
en este país, que no es tan camisa blanca como ella cantara, con Ana Belén. Una mujer que, con sus
éxitos y también con sus equivocaciones, lleva más de cincuenta años, que se
dice pronto, regalándonos su pasión por el trabajo bien hecho, su búsqueda
permanente de perfección y, por encima de todo, la siempre quebradiza sensación
que supone sentir que lo mejor siempre está por llegar.
En estos malos tiempos para quienes viven de la música,
aunque paradójicamente sea una época en la que la escuchamos más y por más
diferentes medios, Ana Belén se ha
atrevido, cuando podría perfectamente limitarse a sobrevivir gracias a recopilatorios
y duetos gloriosos, a parir un nuevo disco con el que nos demuestra que sigue
cantando como quiere, y lo que quiere, además de que sigue removiendo emociones
con historias de apenas unos minutos. Tal y como ella se ha reivindicado, en Vida, que es como se llama su última
aventura, la que fuera niña de la Calle del Oso vuelve a ser la intérprete y
cómplice de quienes componen para ella. Una vez más, la que nos enamorara liándonos
a la pata de la cama, deja claro lo que la diferencia de otras cantantes
españolas. En su caso no se trata de los aciertos al seleccionar un determinado
repertorio, sino también la afinidad ética y estética con quienes le escriben
canciones. De esta manera, la Belén es mucho más que una simple portavoz de las
historias escritas por Drexler, Sabina, Andrés
Suárez o Dani Martín. Tantos hombres a los que ella ha amado y ama. La musa
que se resiste a ser solo eso. La voz que obra el milagro de hacer que las
letras vuelen: algas enredadas, que diría Ángel
González al ritmo de Pablo Milanés,
y que conmueven la isla entera.
En Vida, que como
ella bien ha dicho es un disco optimista pero pegado a la tierra, encontramos
las constantes de una artista que siempre nos ha hablado del aquí y del ahora,
de las contradicciones e infiernos que habitamos, de las heridas y de las luces
de un mundo frente al que ella, la mujer de izquierdas que solo posee lo que se
ha ganado con su trabajo, se resiste a permanecer como mera espectadora. A pesar
de que evita calificarse como una Mujer
valiente, que es el título de la hermosísima canción que la escrito Rozalén, única mujer en un trabajo muy
de hombres, es inevitable que muchos y muchas la veamos como portavoz y
referente de causas que laten más allá de su ombligo. Algo que en ocasiones
puede ser una carga para la que muchos solo ven como una musa, pero que, sin embargo,
es lo que dota de mayor credibilidad de quien se atreve con canciones como las
dos de Fede Lladó que interpreta
como si le brotaran de las entrañas, o cuando nos estremece con esa nana al
revés que su hijo ha compuesto mientras que todos mirábamos, entre impasibles y
conmocionados, el Mediterráneo sangrante en los telediarios.
El sabio Víctor Manuel,
ese hombre más feminista que ella con el que Ana tiene la fortuna de compartir
camino, le ha regalado una de las composiciones más bellas que yo recuerdo del
asturiano y que mejor definen el momento presente de la alumna aventajada de
Narros. Y con ella, de muchos y de muchas que hemos ido creciendo escuchándola,
mirándola y admirándola. La vida más ancha que se multiplica con el movimiento,
la inquietud adolescente de quien sabe que todos los días son un regalo, las
enseñanzas de todos los Everest que hemos logrado escalar, la serenidad que supone
vivir los amores a salvo de mareas. Todo esto, que está en ese mar entre azul y
rojo que es Vida, bien podrían ser
los renglones entresacados del diario de cualquiera de los que un día muy
lejano ya, cuando apenas éramos unos niños, descubrimos con Ana que el secreto
de la libertad reside en alzar el vuelo, aunque nadie nos haya enseñado a volar.
Quienes todavía hoy, cuando ya hemos pasado casi el ecuador, nos miramos en la
sonrisa que decora la tarde, esa con la que Ana Belén nos sigue reglando
primaveras que llenan los paisajes, botellas llenas de buenos presagios y la geometría
variable con la que la vida nos sorprende cuando nos atrevemos a ondear
solamente la bandera de nuestra libertad.
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