"Pero yo tengo esa manera de ser, quiero demasiado, mando demasiado, amo demasiado algo que no alcanzo, y cuando no lo alcanzo, intento desesperadamente transformar lo que existe de modo que el objeto defectuoso se aproxime a la realidad inalcanzable"
Lidia Jorge, Misericordia
Con Charo aprendí muchísimas cosas, tal vez la principal a amar la belleza, a asumir que la vida no tiene más secreto que procurar hacer de ella una obra de arte. Con ella viví mi primer concierto de música clásica, mi primer ballet, casi mis primeras obras de teatro y, lo que siempre será parte de mi piel en fuga, esa primera Italia de la que Charo me abrió las puertas, como a su otro niño querido, Jesús, en un viaje que yo fui escribiendo en postales que le regalaba cada noche. Porque ella siempre me insistía: tú escribe, escríbelo todo. Y así lo hacía. Hasta hoy. Nadie como Charo me animó a salir del armario de mis diarios y compartir lo que hasta entonces era solo una especie de terapia para mí, que siempre fui un niño raro. Fue una de mis primeras y más fieles lectoras, de esas a las que sobre todo le gustaba cuando yo me quitaba la máscara y pasaba el folio por dentro, en un ejercicio tan falto de pudor que me quedaba desnudo y a la intemperie. Saber que ella estaría como lectora al otro lado hacía que ni siquiera sintiera frío.
Compartimos apuntes y exámenes, en una carrera que para mí fue la primera y única pero que para ella era como otra oportunidad para seguir subiendo al tejado, graduaciones y celebraciones. Estuvo feliz el día de mi boda, más feliz aun cuando nació Abel y nunca se me olvidará su orgullo de madre cordobesa cuando su niño de más de cuarenta llegó a ser catedrático. Entre medias, conferencias, presentaciones de libros y flores, muchas flores. Porque siempre que Fer hacía uno de sus ramos maravillosos yo le hacía una foto y se la enviaba. En su contestación sobraban las palabras para descubrir una sonrisa y su aliento de mujer generosa. Esa que yo tuve la suerte de conocer bien bajo su apariencia de señora con carácter y sin pelos en la lengua, que también lo era, pero incluso en esos instantes donde ella revelaba su pisada de sacerdotisa exigente y perfeccionista yo acaba aprendiendo una lección más sobre la vida y sus cuestas empinadas.
En este domingo tan triste, en el que parece que el sol duele y ni siquiera hallo consuelo en el silencio de mi habitación, quisiera volver a la ventana de Florencia desde la que juntos veíamos Santa María Novella, al Cinema Paradiso que vimos en el Santa Rosa, al calor húmedo de una Venecia en la que cenamos una de las pizzas más felices que yo recuerdo, a las cartas que durante años nos escribimos y luego a los mensajes que casi a diario nos enviábamos por el teléfono. Fue así como en mis últimos años de viajero, ella estuvo conmigo en Cádiz y en Roma, en Portugal y en París, en tantos lugares donde yo he tratado siempre de llevar a la práctica todo lo que ella me enseñó. Me gustaría que una banda sonora de Ennio Morricone, o una de esas muchas canciones que ella me grababa en casetes que todavía guardo como un tesoro, atravesaran la tristeza de esta tarde de verano, de un recién iniciado verano, en el que quiero pensar que Charo, al fin, va a poder hacer un buen corte de mangas y decirnos ahí os quedáis con los 40, que yo estoy más ancha que larga en Cinecittà.
Supongo que seguiré odiando el verano, y más después de este 2025 en que lo he iniciado asomándome a ese vacío tan inmenso que deja la “mucho más que amiga” a la que, como no podía haber sido de otra manera, vi por última vez en la presentación de mi último libro en la Biblioteca del Grupo Cántico. No se me ocurre mejor lugar ni pretexto para una despedida que no sabíamos que sería. Rosas, libros y palabras. Con Jesús y Abel. El destino juguetón ha querido además que en estos días ande escuchando las nuevas canciones de Ana Belén. Charo, que sabía bien de mi pasión por ella, también vivió conmigo todos esos momentos en que yo he tenido la suerte de estar cerca de la de Lavapiés. Entre ellas, hay una escrita por Víctor Manuel, que es la que da título al disco, y que define muy bien la mejor lección que yo aprendí de la amiga que siempre estará. Vengo con los ojos nuevos es una declaración de intenciones que yo intento, aunque la puñetera vida a veces me lo ponga difícil, despertarme cada día, escribir en mi diario (como me insistía ella) y lanzarme a un mundo en el que cada vez parece que hay menos espacio para la esperanza. Antes de salir a la calle, suelo mirarme en un espejo que fue regalo de Jesús y Charo el día de mi boda. Lo hago para de alguna manera no olvidar de donde vengo ni tampoco quienes me han ayudado a mirarme al fin sin miedos en el espejo. Con los ojos nuevos.
Córdoba, domingo 22 de junio de 2025
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