
"Cuando tenía cinco, seis, a los siete años, solía arrancar a llorar sin más, por el mero hecho de llorar, mis ojos bien abiertos al sol, a las flores... Quería sentir un inmenso dolor dentro de mí..."
He de confesar que nunca había oído hablar de Violette Leduc (1907-1972). La acabo de descubrir gracias a la película de Martín Provost, una más que correcta biografía de una mujer que luchó toda su vida consigo misma y con el mundo que le había tocado vivir. Aunque en la película se muestra también la relación que tuvo con autores y editores de la época, como Jean Genet, Jean Coucteau, Sartre o Camus, que publicó su primera novela, VIOLETTE se recrea de manera singular en la tortuosa relación que la escritora tuvo con Simone de Beauvoir. La mujer que para Violette se convierte en referente y en objeto de deseo, a la que ama sin ser amada, la que halla en la hija bastarda de una sirvienta (al fondo, Las Criadas que Genet ensaya para su estreno) el germen de una gran escritora. De una mujer que será de las primeras en hablar de sus angustias, de su sexualidad, de sus deseos y de sus fantasmas, como hasta entonces solo lo habían hecho los hombres. La que cuenta también la dolorosa experiencia de un aborto, la pasión entre mujeres o un matrimonio que fue una farsa. La asfixia.
Con la ayuda de la magistral interpretación de Emmanuelle Devos, asistimos al tormentoso proceso creativo, a su lucha por sobrevivir, a la angustia que le provoca sentirse, desde niña, sola, no ser amada. A la deriva. Comprobamos la peculiar relación que se establece entre Simone y Violette, mientras que la primera triunfa con "El segundo sexo" y la segunda apenas vende unos cuantos ejemplares de sus primeras novelas. Son dos mujeres pisando un terreno plagado de minas, no reservado para ellas, que se necesitan, aunque de distinta manera, y a través de cuyas historias descubrimos el largo camino de ella hacia la plenitud de derechos. No en vano, cuando Violette triunfa con su novela autobiográfica "La bastarda" y gana el premio Congourt en 1964, es cuando en Francia empiezan a hacerse las reformas legislativas que llevarán a que las mujeres dejen de ser unas menores de edad desde el punto de vista civil.
Violette es una película sobre el doloroso trance que con frecuencia representa el proceso de escribir, pero también un bellísimo relato sobre esa parte de la historia que siguen sin contarnos. La protagonizada por mujeres como Simone o como Violette, que incluso ve como se traduce en enfermedad su sufrimiento. Una enfermedad cuya causa no era otra que su falta de amor, su falta de autonomía, su permanente subordinación a otros que parecían decidir el destino de sus días por ella. El mal que no tiene nombre.
Violette Leduc descubrió en la Provenza su lugar en el mundo. Allí, lejos del grisáceo París, ve como se iluminan sus días y como es posible sacarle finalmente el jugo a un tomate. Un regalo de felicidad tardía, de liberación, de emancipación. Así la sentimos cuando la vemos conducir un coche, bajo un sol radiante y unas modernas gafas de sol. Leduc moriría no mucho después de su éxito literario, tras sufrir un cáncer de mama. El punto y final de la historia de una mujer singular pero que también podría ser la de tantas otras mujeres. Las que continúan demostrando que lo personal es político.
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