Las fronteras indecisas,
DIARIO CÓRDOBA, 14-1-2013
Somos seres de fronteras indecisas. Frágiles, vulnerables, tan poquita cosa. Nos movemos siempre entre la paradoja y las contradicciones, en un permanente aprendizaje que nos convierte en ocasiones en niños malcriados, tan temerosos de los interrogantes como necesitados de una mano cálida que nos proteja. Nos pasamos media vida, cuando no la vida entera, tratando de encontrarnos, de definirnos, de hallar una justa correspondencia entre quienes somos y la imagen que de nosotros nos devuelve el espejo de los demás. Lo que en definitiva debería ser una aventura apasionante, con frecuencia se convierte en una carrera de fondo en la que no faltan ni el sudor ni las lágrimas. A menudo quien bien nos quiere nos hace llorar y el mundo se revela como un espacio hostil, en el que nos resulta tremendamente complicado encontrar nuestro lugar.
Tal vez las lágrimas serían menos y el sudor sólo el necesario si desde un principio asumiéramos nuestras debilidades e imperfecciones. Si fuéramos educados para gestionar adecuadamente nuestras limitaciones, convencidos de que las fronteras son siempre elásticas, fluctuantes, porosas. Sin embargo, la racionalidad occidental, tan patriarcal y reaccionaria, insiste en convencernos de que el ideal son las líneas rectas y de que la realidad puede estructurarse en torno a binarios que se excluyen. De esa manera, es fácil caer en los radicalismos, en la ortodoxia y en la negación del diálogo. Si todo es o blanco o negro son imposibles los encuentros. Si faltan los matices, la belleza se escurre entre los barrotes de la jaula.
Todo ello además desde la negación radical de los aspectos emocionales que son los que, junto a la razón, nos separan del resto de seres vivos. Como bien ha analizado Victoria Camps en su merecidamente premiado último libro, es preciso tener en cuenta las emociones, asumirlas como un factor positivo de nuestra identidad y de nuestras relaciones con los otros, reubicarlas en lo público para con ellas y desde ellas inventar otra manera de hacer política. Un objetivo en el que lleva empeñado mucho tiempo buena parte del feminismo que reclama que todos esos valores que tradicionalmente han estado ubicados en lo privado, y por tanto carentes de reconocimiento social, se conviertan en nuevos principios de lo público. Quizás, yo no pierdo la esperanza, en ello estaría la clave para la reforma de unos sistemas de poder que tanto dolor producen y que están lejos hoy de satisfacer las demandas de justicia social y bienestar.
Si asumiéramos que no somos héroes y que, al contrario, nuestra humanidad consiste en la necesidad que tenemos de los otros para completar nuestra finitud, otro gallo nos cantaría. En la asunción de que somos seres en transición, performativos, en continuo y enriquecedor aprendizaje, se halla la clave para acabar con los fundamentalismos y con los dogmas. Es decir, para crear un escenario público en el que hombres y mujeres, animales políticos lo queramos o no, construyamos el futuro mediante puentes y no levantando murallas. Tal vez en un espacio utópico habitado por la decencia que supone ser conscientes de nuestras limitaciones, al tiempo que lo somos de las necesidades de los demás, se escucharían cada vez menos las voces de obispos insolentes, banqueros despiadados o políticos que han hecho de su ombligo la única razón de su estatus. Sería el mejor antídoto contra salvadores y profetas. Desde esa atalaya, le tomo prestado el título a Caballero Bonald de uno de los capítulos de su "Tiempo de guerras perdidas". En esas fronteras indecisas, que son al fin las que cruzamos una y otra vez todos los que situamos nuestro eje vital en el pecho, comienzo un nuevo año, una nueva etapa, un diario en blanco que espero rellenar con los versos que sea capaz de arrancarle a la vida. Convencido de que el progreso, personal y político, aún es posible.
Tenía pensado, mientras leía, darte la razón, punto a punto.
ResponderEliminarMejor pensado, te doy las gracias por escribir y describir mi mundo.
Un abrazo, caro Maestro.
Gracias Javier por tus siempre cariñosas palabras. Creo que lo que tu llamas "tu mundo" es el mundo de muchos... Islas que nos vamos encontrando y formamos, no sin dificultades, un archipiélago.
ResponderEliminarPor cierto, dame un toque cuando seas padre.
Abrazos cómplices