He de confesar que tenía mis reparos ante la última película de Ang Lee. No tenía claro que pudiese conectar con el discurso "espiritual" de una película atípica, rara, sugerente en todo caso. Sin embargo, una vez vista y disfrutada, debo confesar mi rendida admiración por un cineasta capaz de rodar una historia tan simple y compleja a la vez. Una historia que, supongo, despertará pasiones encontradas. Habrá muchos a los que resulte aburrida y considere su discurso como propio de una cierta espiritualidad "new age". Habrá otros que la verán como un lápiz al que es imposible dejar de sacarle punta.
Además de su deslumbrante estética - no en vano Ang Lee es uno de los directores con más "sentido y sensibilidad" del cine contemporáneo -, la película nos ofrece una intensa reflexión sobre la finitud del ser humano, sobre el papel de la religión en nuestras vidas, en fin, sobre nuestra fragilidad. Quizás la enseñanza más radical de la historia no sea otra que el reconocimiento de nuestras propias limitaciones, de la con frecuencia dolorosa vulnerabilidad que nos hace depender de los demás y vivir en ocasiones como náufragos a la deriva. Dramabundos, que diría mi amigo Jesús Leirós. De ahí la necesidad de sobrevolar lo meramente material, de inventar dioses y argumentos, de crear mitos y de amarrarnos a cualquier fe. En cuanto seres frágiles que somos necesitamos agarrarnos a la esperanza. Aunque al final, como bien podría ser una de las lecturas de la película, la única fe auténticamente válida sea la que tenemos en nosotros mismos. Una fe que, al mismo tiempo, para que no nos convirtamos en depredadores, requiere de la empatía y del reconocimiento de los otros como sostén de nuestras debilidades.
Ese océano a veces terrible, a veces hermosísimo, en el que naufraga Pi, es nuestra misma vida. El tiempo limitado que tenemos como seres conscientes. El tigre, que tiene nombre de persona, Robert Parker, es el otro, el prójimo, el que nos devuelve nuestra imagen y al que necesitamos aunque hable un lenguaje distinto al nuestro. La Naturaleza, el milagro de la Belleza, la luz del mundo, quizás sean los únicos dioses posibles. A los que cada religión pone nombres distintos y para los que el hombre inventa ropajes y dogmas. Y tal vez la naturaleza humana sea como esa isla carnívora, de aguas dulces por la mañana y ácido destructor por la noche. De la que Pi acaba salvándose porque usa la razón para entender lo que otros dejaron escrito.

Ese océano a veces terrible, a veces hermosísimo, en el que naufraga Pi, es nuestra misma vida. El tiempo limitado que tenemos como seres conscientes. El tigre, que tiene nombre de persona, Robert Parker, es el otro, el prójimo, el que nos devuelve nuestra imagen y al que necesitamos aunque hable un lenguaje distinto al nuestro. La Naturaleza, el milagro de la Belleza, la luz del mundo, quizás sean los únicos dioses posibles. A los que cada religión pone nombres distintos y para los que el hombre inventa ropajes y dogmas. Y tal vez la naturaleza humana sea como esa isla carnívora, de aguas dulces por la mañana y ácido destructor por la noche. De la que Pi acaba salvándose porque usa la razón para entender lo que otros dejaron escrito.
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