Corría el año 2001, si no me equivoco, cuando tuve la suerte de compartir mesa y conversación con JUAN LUIS GALIARDO. Fue en la Casa del Inca, en Montilla, en una de esas fecundas actividades que no paraban de organizar los chicos de Forajidos. Tuve la suerte de presentarlo y de preguntarle. A él y a un entonces casi desconocido Juan Carlos Rubio. En aquel tiempo estaba rodando con Gutiérrez Aragón el Quijote y nos contó mil anécdotas del rodaje y hasta nos enseñó alguna que otra magulladura. Debo confesar que aunque el tema era la relación entre la literatura y el cine, y que yo llevaba preparada una buena lista de preguntas, el siempre desbordante Galiardo hizo innecesario el guión. Era un torrente de vida, de nervio, de ideas, de pasión por su trabajo y por las cosas. Un hombre curtido sobre las tablas, sabio, intenso, entonces con un atractivo mil veces superior al que lucía en su juventud: el forjado desde la experiencia y la tranquilidad que supone estar de vuelta de muchas cosas.
Hoy, al escuchar la noticia de su muerte mientras desayunaba, me he acordado de aquella noche en Montilla y he sentido un pellizco dentro. Recordando al que, sin duda, era uno de los grandes de nuestra escena. Al que siempre recordaré en Turno de oficio y al que siempre envidié su vozarrón. Lástima que en este país seamos tan poco generosos en reconocimientos y gratitudes con nuestros artistas...
Una tragedia para lo que el cine se refiere, sin obviar por su puesto el primerísimo factor humano de esta desgracia. Uno de los grandes, auténtica fantasía en interpretación, un porte regio inigualable, uno de esos actores que posiblemente ya han desaparecido, generación de Fernán Gomes y Alexandres, esperemos que Caba y Juan Diego nos duren para rato. La última vez que le he visto ha sido en La chispa de la vida, demostrando lo que es, un ACTORAZO, cine.
ResponderEliminarUn saludo