Concierto de Pasión Vega en el Gran Teatro de Córdoba, 9-6-2012
La voz de Pasión Vega es una de esas voces. Voz que suma la de muchas mujeres, que mira al Sur, que se pasea entre sábanas tendidas y que tiene el corazón entre Cádiz y la Habana. La que, como nadie, cose pespuntes entre los cantes de acá y de allá, haciendo eterno el drama de las mujeres despechadas, de las luchadoras, de las que piden un ron para olvidar y de las que, hartas de ser cenicientas, se beben las calles. La voz de crímenes pasionales y telegramas que hieren. La madre, la novia, la amante, la que cierra la puerta y se va.
Escucho a Pasión y escucho a Cádiz, al mar, el Levante, las cancelas blancas y las coplas de mis abuelas. La vida en pétalos sobre el escenario. "Gracias la vida que me ha dado tanto". El fuego y las lágrimas, la arena y la lluvia. Niñas que juegan en las terrazas y pinzas que sujetan los corazones recién lavados. Pasión es María la Portuguesa, y La Bien Pagá y una dama que espera una carta que no llega. Dama de fina estampa que como pocas consiguen hacer nos deja con su arte vencidos sin batalla.
Anoche Pasión Vega en el Gran Teatro volvió a hacer el milagro. Multiplicó el tiempo con sus músicas y dibujó en los mapas que no entiendo la brújula que tanto me hace falta. Recupero en la copa que me ofrece la vida que a veces se me hace tan cuesta arriba y, de su mano, me atrevo a buscar "algún lugar más allá del arco iris". Ese guiño de niña traviesa con el que la malagueña-gaditana nos dejó finalmente asaetados con el puñal que tiene en su garganta. Aunque todavía le quedó tiempo, antes de que resucitáramos al bulevar de la noche, para recordarnos todas las "cosas que hacen que la vida valga la pena". Escucharla, dejarse traspasar por su voz de sirena atlántico-mediterránea, es una de ellas.
Hay voces que traspasan la piel y son capaces de llegar a lo más hondo. Como un bisturí que nos partiera en dos con la dulzura de una caricia y dejara al descubierto nuestras pasiones y miserias. Abiertos en canal. Desnudos. Vulnerables. Buscadores perennes de una pizca de ternura que nos abrace. "Abrázame con tu abrazo que tengo frío, arrópame con tu ropa que yo no tengo..."
La voz de Pasión Vega es una de esas voces. Voz que suma la de muchas mujeres, que mira al Sur, que se pasea entre sábanas tendidas y que tiene el corazón entre Cádiz y la Habana. La que, como nadie, cose pespuntes entre los cantes de acá y de allá, haciendo eterno el drama de las mujeres despechadas, de las luchadoras, de las que piden un ron para olvidar y de las que, hartas de ser cenicientas, se beben las calles. La voz de crímenes pasionales y telegramas que hieren. La madre, la novia, la amante, la que cierra la puerta y se va.
Pasión pasa del fado a la rumba, mezcla baladas con oraciones laicas ("porque los últimos serán los primeros, no es verdad, porque los últimos siempre van detrás..."), se hace actriz y bailarina oriental, canta descalza desde una cama y seduce con su flequillo entre platino y dorado. Y todo ello con el desgarro fatal, melodramático, intenso, de la que se sabe heredera de Miguel de Molina, la Piquer o Carlos Cano. Deseo, violencia, cuerpos, mentiras, pasión, pasión, mucha pasión.
Escucho a Pasión y escucho a Cádiz, al mar, el Levante, las cancelas blancas y las coplas de mis abuelas. La vida en pétalos sobre el escenario. "Gracias la vida que me ha dado tanto". El fuego y las lágrimas, la arena y la lluvia. Niñas que juegan en las terrazas y pinzas que sujetan los corazones recién lavados. Pasión es María la Portuguesa, y La Bien Pagá y una dama que espera una carta que no llega. Dama de fina estampa que como pocas consiguen hacer nos deja con su arte vencidos sin batalla.
Anoche Pasión Vega en el Gran Teatro volvió a hacer el milagro. Multiplicó el tiempo con sus músicas y dibujó en los mapas que no entiendo la brújula que tanto me hace falta. Recupero en la copa que me ofrece la vida que a veces se me hace tan cuesta arriba y, de su mano, me atrevo a buscar "algún lugar más allá del arco iris". Ese guiño de niña traviesa con el que la malagueña-gaditana nos dejó finalmente asaetados con el puñal que tiene en su garganta. Aunque todavía le quedó tiempo, antes de que resucitáramos al bulevar de la noche, para recordarnos todas las "cosas que hacen que la vida valga la pena". Escucharla, dejarse traspasar por su voz de sirena atlántico-mediterránea, es una de ellas.
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