Diario CORDOBA, 11/04/2011
La secretaria de organización del PSOE andaluz dijo hace unos días que se sentían abochornados por el escándalo de los ERE. Tal vez sin ser consciente, Susana Díaz dio con el adjetivo más adecuado para describir cómo nos sentimos la mayoría de los ciudadanos ante una clase política que defrauda todas nuestras expectativas. No podemos sentirnos de otra manera ante por ejemplo unos europarlamentarios que no renuncian a viajar en primera clase y mucho menos ante los socialistas que, tal vez ligeramente abochornados, decidieron finalmente optar por la abstención. Una noticia que aparecía el mismo día en que el CIS volvía a mostrarnos que, tras el paro y la crisis económica, la clase política es uno de los principales motivos de preocupación de los españoles.
Algo grave pasa en una democracia cuando los políticos, en vez de percibirse como legítimos representantes de nuestros intereses, se contemplan como un problema. Justo cuando la situación crítica que atravesamos exige más que nunca unos gobernantes que inspiren confianza, que transmitan credibilidad y que no parezcan dominados por los intereses partidistas, los nuestros gastan sus energías en guerras intestinas y parecen empeñados en dar muestras constantes de su mediocridad y de su cortedad de miras. Todo ello está provocando hastío e indignación en una ciudadanía que comprueba como la política es incapaz de ponerle freno a la economía y de cómo las instituciones siguen en manos de una casta que habla un lenguaje que necesitamos que nos traduzcan.
Como bien reclama Stéphane Hessel, es el momento de indignarnos y, a partir de ahí, de convertirnos en seres militantes, fuertes y comprometidos. Vivimos un simulacro de democracia gracias, en gran medida, a que hemos ido renunciando a nuestra capacidad de movilización, al deber de exigencia con nuestros representantes y a nuestras obligaciones cívicas. Algo que es muy alarmante en una juventud adormecida ante un futuro que ya nunca será el paraíso en el que la criaron sus mayores.
Ahora más que nunca, y apropiándome de la metáfora que Alessandro Baricco usó en Córdoba para definir la poesía, necesitamos que esos gritos encuentren bocas y sean capaces de mover las conciencias que durante los años de bonanza hemos convertido en bellas durmientes. Tenemos que asumir que nuestros políticos no son algo ajeno a nosotros. No solo dependen de nuestro voto --cuando votamos elegimos pero también exigimos responsabilidades-- sino que también reflejan el clima ético que se respira en la sociedad. Y la nuestra durante muchos años ha sido una sociedad de nuevos ricos, acomodados bajo la tutela de papá Estado y confiados ciegamente en que el progreso era un movimiento que nunca se frena. Cegados por ese espejismo, hemos dejado que los políticos se alejen de la realidad, que los medios de comunicación se conviertan en instrumentos a su servicio y hemos contribuido, en ocasiones con nuestro silencio cómplice, a generar y mantener clientelas. Algo de lo que Andalucía tendría mucho que contar.
En Córdoba ayer finalizó Cosmopoética. El mejor ejemplo de cómo la cultura se multiplica cuando escapa de las garras institucionales y la ciudadanía la hace suya. Durante estos días cientos de voces nos han dado razones para mirarnos y para mirar a nuestro alrededor. La poesía ha hecho un año más que crezcamos como ciudadanos, algo que por cierto poco le gusta a buena parte de los que nos dirigen. Es pues el momento de que con ese arma cargada de futuro tengamos la valentía de convertir la indignación en compromiso. Asumiendo que lo mismo que la poesía es de que quien la necesita, la política, en democracia, no es monopolio de unos pocos. Al contrario, es el nervio que permite que en vez de súbditos seamos ciudadanos.
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