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LUGARES A LOS QUE NUNCA HEMOS IDO: Vidas imperfectas y otras masculinidades


Llegué muy tarde al cine de Roberto Pérez Toledo.  Fue su muerte repentina en enero de 2022 la que, paradójicamente,  lo trajo a mi vida. Rescaté y me emocioné con sus Seis puntos sobre Emma y descubrí su capacidad para abordar las complejas relaciones personales - afectivas y sexuales - en Como la espuma. También descubrí que este creador infatigable era el responsable de la primera campaña de San Valentín de unos grandes almacenes en la que se veía a dos chicos enamorados. Pérez Toledo nos dejó al empezar este año, cuando no había sino recién terminado su último largometraje, Lugares a los que nunca hemos ido, que ahora podemos disfrutar en la plataforma Filmin.

De nuevo, el director nos presenta a varios personajes alrededor de los 40, cuando podríamos pensar que sus vidas han alcanzado un cierto nivel de estabilidad y plenitud, y a los que sin embargo los contemplamos debatiéndose entre la insatisfacción y las oportunidades perdidas, entre mantener el orden o hacer una locura, entre conformarse con lo conquistado o atreverse a dar el salto. A través de cinco historias, que son como pequeños cortos que Pérez Toledo paraciera, solo pareciera, haber sumado indiscriminadamente, la película nos muestra cómo sobre el amor, sobre las pasiones en general, tenemos sobre todo muchas preguntas y muy pocas respuestas. Apoyada en el soberbio trabajo de unos actores y de unas actrices que parecen nacidos para sus personajes, y con los que juega a favor de la verdad de la historia que no sean especialmente conocidos, la película nos hace empatizar con todos y cada uno de ellos y de ellas. Con las razones que nos dejan que ver, con sus dudas y con sus carencias. Porque, sobre todo, Lugares a los que nunca hemos ido, es una suma de historias sobre nuestra imperfección, nuestra incomplitud, en fin, sobre esa fragilidad que nos titene siempre al borde del naufragio. 

Como es habitual en su cine, Pérez Toledo no construye las cinco historias que componen este largometraje sobre arquetipos trillados. Al contrario, sus personajes tienen aristas, muchas aristas, como cualquiera de nosotros. Tanto ellas como ellos son seres dubitativos, con mochilas que les condicionan y que, cada cual a su manera, trata de responder a eso que Carmen Martín Gaite describía como "la sed de infinitud luchando contra los barrotes de la jaula". En este sentido, la película nos ofrece un repertorio a tener en cuenta de unas masculinidades que están lejos del heroísmo y de la potencia que suelen tener los hombres en el cine. Ni siquiera el personaje interpretado por Emilio Buale, que es el que tiene más papeletas para ser definido como un hombre de los de toda la vida, se salva de andar metido con calzador en un molde que tampoco le sienta bien, por más que él intente sacarle partido a su lugar de macho dominante. Junto a él, la mujer que por primera vez se dispone a serle infiel a su marido nos sirve de espejo para darnos cuenta de que, en cuestiones de amor, y de sexo, y de otras muchas cosas, ellas empiezan a habitar otra galaxia.




Pero el personaje que más me ha removido mis cimientos de hombre que todavía lleva un machito dentro es el Orestes de la última historia. Interpretado por Sergio Torrico, cuyo físico está en apariencia en las antípodas de lo que su personaje nos trasmite, estamos ante un hombre que expresa su necesidad de tocar, de ser tocado, de sentir la piel de otro o de otra, de abrazar la ternura como forma de comunicación, de salir del pozo nadando desde los afectos. Una masculinidad que es capaz de expresar sus grietas y necesidades, su pequeñez frente a un mundo despiadado y egoísta, su búsqueda de luz cuando podríamos pensar que tenía todas las papeletas para no tener que soportar ni una sombra. Orestes, el único hijo varón de Agamenón y Clitemnestra, el vengador sacudido por la culpa y  perseguido por las Furias. El nombre rescatado y encarnado en un hombretón, musculoso e hiperviril, que es sin embargo un tesoro de ternura por dar. Otra masculinidad posible. La que de alguna manera también representaba Roberto Pérez Toledo que, en esta película, como creo que en toda su obra, no dejó nunca de insistir en que mientras queden lugares por descubrir la vida tiene sentido.


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