No sé si las nuevas generaciones
están siendo capaces de romper con esos patrones. Tal vez la cada vez más
extendida compra on line nos esté privando de un parámetro de medición de
determinados usos y costumbres. En todo caso, además de que seguimos estando
lejos de un mundo en el que lo masculino y lo femenino no funcionen como
criterio de división también con respecto a la ropa, yo sigo viendo a más
chicas que chicos disfrutando al ir de tiendas e interesadas por todo lo
relacionado con su imagen. Es evidente que la dictadura de la belleza, y la ley
del agrado, es mucho más exigente con ellas, aunque también cada día más los
hombres estamos siendo parte de esa estrategia comercial que empieza a fijarse
también en nuestros cuerpos como “capital erótico”. En todo caso, y aunque no
se trata de que los hombres acabemos sometidos a las mismas esclavitudes que
las mujeres, como tampoco que ellas repitan nuestras barbaridades para saberse
iguales, lo que planteo es la necesidad, por nuestra parte, de romper muchas
barreras que nos han situado en una jaula, la de la virilidad, que nos ha
impedido disfrutar de tantas cosas y nos ha encerrado el cruel mandato que
implica que ser un hombre significa ante todo no ser una mujer.
Por todo ello, me hizo tan feliz
descubrir en una tienda de ropa masculina en la bella Amalfi un escaparate en
el que lucían unas letras de neón de colores, que afirmaban rotundas: Men
love shopping. Una especie de contra-mandato de masculinidad que todavía
hoy a algunos nos parece revolucionario. Tal vez demasiado cómplice del
consumismo que trata de definirnos, pero que yo querría ver como una llamada a
la rebelión de tantos hombres que todavía hoy viven ajustados a los mandatos de
género. Esos que vemos subrayados en los trajes azul oscuros casi negros y en
las corbatas que nos recuerdan que también ese es el hombre que no deberíamos
ser.
*Este artículo se ha publicado en el número de Octubre de 2022 de la Revista GQ España.
* La ilustración es de JUAN VALLECILLOS.
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