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MEN LOVE SHOPPING

 


Son muchas las cosas que me gustan de Italia. Entre otras, la pasión por el diseño, por los productos bellos, por la alegría de vivir. Esa que es fácil de descubrir incluso en sus ciudades más caóticas, tanto en una lujosa avenida de Milán como en una descuidada callejuela napolitana. Una de las singularidades italianas que más me siguen sorprendiendo es la cantidad de tiendas dedicadas a ropa para hombre. Nada que ver con la limitadísima oferta que encontramos habitualmente en las ciudades españolas, que además suele ser muy conservadora y nada atrevida. Como si aquí tuviéramos todavía más asumido que ser un hombre de verdad implica también responder a unos determinados códigos de vestimenta.  Una parte más de esa máscara que supone la virilidad y que durante siglos nos ha socializado en la idea de que el agrado, la estética, el arreglo personal, y no digamos la fantasía y el colorido en el vestir, eran atributos femeninos.  Y que, en consecuencia, el hombre que hace alarde de ellos ha merecido con frecuencia algún reproche homófobo. Yo soy todavía de esas generaciones de hombres que habitualmente contaban con las mujeres – las madres, las esposas, las novias – como las encargadas de comprarnos la ropa o, en el mejor de los casos, de acompañarnos en esa tarea para muchos tan penosa que es ir de tiendas. Da igual que el objetivo fuera comprar unos calzoncillos que un traje de chaqueta. A diferencia de lo que siempre he visto como habitual entre las mujeres, no ha sido frecuente que un grupo de amigos vayan juntos de compras, que se lo planteen como una alternativa de ocio, que disfruten mostrando a otro el modelito recién adquirido, y no digamos que pasen una tarde entera de rebajas. Y no me digan que esto es cuestión de hormonas, porque más bien es el resultado de una cultura que nos ha educado como si ellas y nosotros viviéramos en dos mundos diferentes.

 

No sé si las nuevas generaciones están siendo capaces de romper con esos patrones. Tal vez la cada vez más extendida compra on line nos esté privando de un parámetro de medición de determinados usos y costumbres. En todo caso, además de que seguimos estando lejos de un mundo en el que lo masculino y lo femenino no funcionen como criterio de división también con respecto a la ropa, yo sigo viendo a más chicas que chicos disfrutando al ir de tiendas e interesadas por todo lo relacionado con su imagen. Es evidente que la dictadura de la belleza, y la ley del agrado, es mucho más exigente con ellas, aunque también cada día más los hombres estamos siendo parte de esa estrategia comercial que empieza a fijarse también en nuestros cuerpos como “capital erótico”. En todo caso, y aunque no se trata de que los hombres acabemos sometidos a las mismas esclavitudes que las mujeres, como tampoco que ellas repitan nuestras barbaridades para saberse iguales, lo que planteo es la necesidad, por nuestra parte, de romper muchas barreras que nos han situado en una jaula, la de la virilidad, que nos ha impedido disfrutar de tantas cosas y nos ha encerrado el cruel mandato que implica que ser un hombre significa ante todo no ser una mujer.

 

Por todo ello, me hizo tan feliz descubrir en una tienda de ropa masculina en la bella Amalfi un escaparate en el que lucían unas letras de neón de colores, que afirmaban rotundas: Men love shopping. Una especie de contra-mandato de masculinidad que todavía hoy a algunos nos parece revolucionario. Tal vez demasiado cómplice del consumismo que trata de definirnos, pero que yo querría ver como una llamada a la rebelión de tantos hombres que todavía hoy viven ajustados a los mandatos de género. Esos que vemos subrayados en los trajes azul oscuros casi negros y en las corbatas que nos recuerdan que también ese es el hombre que no deberíamos ser.


*Este artículo se ha publicado en el número de Octubre de 2022 de la Revista GQ España.

* La ilustración es de JUAN VALLECILLOS.

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