Cuando hablamos de derechos humanos tenemos que hacerlo irremediablemente de memoria. Porque la historia de los derechos es la de los procesos de lucha por la dignidad de tantos sujetos y colectivos que durante siglos han estado situados en los márgenes. Es imposible darle un valor absoluto al concepto de dignidad sin ese ejercicio de memoria y sin, al mismo tiempo, su proyección hacia el futuro, en cuanto que la igualdad siempre está por hacer. El cine juega un papel esencial en construir, en un primer momento desde lo puramente emocional, ese hilo que conecta pasado, presente y futuro. Así lo siento cuando veo películas como Great freedom, del austriaco Sebastian Meise, la cual nos lleva a décadas pasadas, pero nos sacude las entrañas porque nos está hablando de seres humanos que, en este caso por motivo de sus deseos no heteronormativos, fueron expulsados de la ciudadanía. Y de como el trato discriminatorio hacia ellos se traduce en humillación, en cuerpos heridos y en una lenta agonía en la peor jaula en la que puede ser encerrada una persona, aquella en la que les imposible desarrollar libremente sus deseos, sus necesidades de amor y cuidados, las diferencias que le hacen digno de ser un equivalente a los otros.
La película que triunfó en el pasado Festival de Sevilla nos cuenta una historia real, repartida en tres momentos del pasado siglo (1945, 1957, 1968). En la Alemania de posguerra, vemos cómo el joven Hans – un soberbio Franz Rogowski - es encarcelado una y otra vez en virtud de una previsión del Código Penal, el fatídico 175, que castigaba con prisión a los homosexuales. Una previsión que no desaparecería hasta 1969. En prisión, Hans entabla una peculiar relación con Víktor – un no menos soberbio George Friedrich - , que está condenado por un asesinato, y al que de entrada vemos con un tipo que responde a todos los extremos del que podríamos considerar un hombre heteronormativo. Sin embargo, poco a poco, entre los dos se va generando un vínculo de afectos y cuidados, tan raro entre hombres, y que hace que vivan una historia que yo solo me atrevería a calificar de “amor”.
Narrada sin alardes sentimentales, y hasta en ocasiones con una cierta frialdad, Great freedom podría ser la antítesis de los tan habituales dramas carcelarios en los que domina un retrato hiperviril de la masculinidad y en los que suele quedar poco espacio para los afectos, para la sensibilidad, para toda esa dimensión de lo humano que todavía hoy tantos varones se resisten a conocer. Más allá del relato histórico que la película nos ofrece a través de los tres distintos momentos en que vemos a Hans en prisión, y hasta que finalmente sale en libertad y acude a un bar de ambiente que se llama como la película, para mí lo más interesante de ella es cómo retrata ese progresivo vínculo entre los protagonistas, que se va forjando sobre la necesidad de querer y de ser querido, también de dejarse llevar por los deseos y por la piel, mostrándonos pues que el amor, y el sexo, y la vida en general, tienen que ver sobre todo con los cuidados, la empatía y el reconocimiento. Y como también la sexualidad encarna una forma de encuentro, de diálogo, de liberación. La antítesis de la vis coactiva que representa el Estado.
El final de la película, sobre el que no daré detalles, nos sitúa sin embargo en una posición incómoda, en cuanto que nos plantea si más allá de las cárceles oficiales, existen otras en las que se ven condenados a (sobre)vivir quienes no se ajustan a la norma. Si, efectivamente, no basta con cambiar los códigos penales sino que es necesario revolucionar los códigos culturales, las costumbres, los valores de la convivencia.
Great freedom, que va poco a poco enredándote en la peripecia emocional de dos hombres que tanto necesitan un abrazo, es una de esas películas que de manera sobria, con la ayuda de unas interpretaciones que conmueven sin necesidad de alardes, te emociona y te sacude. Y que te alerta, en fin, de las muchas cárceles que todavía hoy nos construimos y nos construyen quienes confunden lo normal con lo normativo. Esos quienes aún no han aprendido que lo normal no existe y que lo que nos abraza como humanos es nuestra radical vulnerabilidad.
* GREAT FREEDOM puede verse en Movistar +.
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