Ir al contenido principal

LA CORPORACIÓN BAJO PALIO

Las fronteras indecisas
Diario CÓRDOBA, 8- 12-2014

El Pleno de mañana, por más que provoque un intenso debate entre los distintos grupos municipales, y dada la mayoría absoluta con la que cuenta el partido gobernante, aprobará la moción presentada por el PP con el objetivo de garantizar "la presencia física de los miembros de la Corporación en todas aquellas manifestaciones que forman parte" de las tradiciones cordobesas como sus fiestas y procesiones. De esta manera, el Ayuntamiento de Córdoba se situará en las antípodas de lo que exige nuestro sistema constitucional, el cual opta por la aconfesionalidad de los poderes públicos. Una posición singularmente llamativa en el caso de un partido político que insistentemente reclama en otras cuestiones el cumplimiento escrupuloso del orden constitucional pero que en lo referente a la religión --con la Iglesia hemos topado-- no tiene ningún reparo en adoptar posiciones, como mínimo, de dudosa constitucionalidad.
En estos momentos de crisis institucional y de un modelo que ha dado de sí todo lo que podía y que por tanto reclama a gritos una seria revisión, deberíamos tener muy presentes todos los elementos que nuestra Constitución dejó sin resolver o que, en el mejor de los casos, situó en la escurridiza imprecisión motivada por el consenso y, no nos engañemos, por la presión de poderes escasamente democráticos. Una de las cuestiones en las que, casi cuatro décadas después, no hemos culminado con éxito la transición es sin duda la que tiene que ver con el tratamiento jurídico-constitucional de las creencias de la ciudadanía. El artículo 16.3 de la Constitución es un magnífico ejemplo de los juegos malabares que hizo el constituyente para no romper con el pasado al tiempo que se ajustaba a las exigencias de un sistema basado en la libertad de conciencia, el pluralismo y la igualdad. Tres valores constitucionales que solo pueden ser debidamente garantizados en un marco de laicidad, es decir, en un sistema en el que no haya confusión alguna entre poderes públicos y religión, al tiempo que se garantiza la plena igualdad de la ciudadanía en el ejercicio de sus cosmovisiones, sean éstas de tipo sagrado o no. Ni una cosa ni la otra hemos conseguido en estos 40 años de democracia. Al contrario, y ha sido una constante alimentada tanto por la derecha como por la izquierda gobernantes de este país, la Iglesia Católica ha seguido manteniendo sus privilegios, al tiempo que lo público no ha dejado de estar sometido a sus símbolos y rituales. Todo ello en clara contradicción con la debida neutralidad de un espacio compartido por todas y por todos, el cual, de manera consecuentemente democrática, solo debería estar presidido por los valores cívicos que sirven para hacer posible la convivencia de las diferencias.
Hace años que este país demanda una adecuada Ley de Libertad de Conciencia, y no solo religiosa, que supere las limitaciones de la caduca norma de 1980, además de un Estatuto de Laicidad en el que se dejen muy claro, al margen de las opciones políticas de turno, la no confusión de lo político y lo religioso en todos los actos y las actividades en los que nuestros gobernantes participan en representación de toda la ciudadanía y no solo de aquellos y aquellas que comparten una fe, por más mayoritaria que sociológicamente sea. Justo lo contrario es lo que precisamente ahora anuncia el gobierno municipal del PP, lo cual evidentemente forma parte de esa campaña insistente desarrollada en los últimos tiempos con la que se trata de dejar muy claro el poderío de la confesión católica y el peso, también político, que dicha Iglesia continúa teniendo en esta ciudad que algunos se empeñan en convertir en justo lo contrario de lo que históricamente fue. Una situación a la que, por cierto, han contribuido también los representantes de una supuesta izquierda laica que en su día ya adelantó por la vía de los hechos lo que ahora los populares pretenden convertir en norma

Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad ...

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía...

CARTA DE MARÍA MAGDALENA, de José Saramago

De mí ha de decirse que tras la muerte de Jesús me arrepentí de lo que llamaban mis infames pecados de prostituta y me convertí en penitente hasta el final de la vida, y eso no es verdad. Me subieron desnuda a los altares, cubierta únicamente por el pelo que me llegaba hasta las rodillas, con los senos marchitos y la boca desdentada, y si es cierto que los años acabaron resecando la lisa tersura de mi piel, eso sucedió porque en este mundo nada prevalece contra el tiempo, no porque yo hubiera despreciado y ofendido el cuerpo que Jesús deseó y poseyó. Quien diga de mí esas falsedades no sabe nada de amor.  Dejé de ser prostituta el día que Jesús entró en mi casa trayendo una herida en el pie para que se la curase, pero de esas obras humanas que llaman pecados de lujuria no tendría que arrepentirme si como prostituta mi amado me conoció y, habiendo probado mi cuerpo y sabido de qué vivía, no me dio la espalda. Cuando, porque Jesús me besaba delante de todos los discípulos una ...