Hay muchas cosas en la
primera película como directora de la actriz Paola Cortellesi que me incomodan.
Algunas me recuerdan, para mal, a otra película italiana exitosa, La vida es
bella, con la que nunca logré
conectar emocionalmente y que siempre me dejó la duda de si es honesto pintar
de colores una realidad tan negra. Ambas comparten una excelente factura, unas
estupendas interpretaciones y una evidente continuidad no solo con el neorrealismo
italiano sino también con un cierto tipo de tragicomedia que tantas veces vimos
en el cine del país que ahora gobierna Meloni. En las dos hay un evidente protagonismo de sus
creadores que también son protagonistas, aunque he decir que mientras que Roberto
Benigni me pareció siempre insoportable,
Cortellesi tiene una potencia y una
belleza indiscutibles, con un cierto aire a Olivia Molina y con esa fuerza que
siempre han atesorado actrices italianas muy pegadas a la tierra. Las dos películas,
también, están llenas de trampas y de golpes de efecto que buscan la complicidad
fácil del espectador y de la espectadora (en este caso, sobre todo de las
espectadoras: de hecho la publicidad subraya los millones de mujeres que la han
visto en Italia). No es casual por tanto que las dos compartan éxito de
taquilla, como tampoco que la recién estrenada en nuestro país haya sido auspiciada
por Netflix, esa máquina de generar productos tan bien armados como artificiales.
Entiendo que C`è ancora
domani – que es su título original y que es mucho más expresivo de lo que
cuenta que su tonta traducción al castellano – conecte con varias generaciones
de mujeres que en nuestro país vivieron situaciones similares a las que vive
Delia, la protagonista, o bien las tienen presente en la memoria heredada de
sus madres y abuelas. Hay en la cinta una evidente pretensión pedagógica, por
momentos demasiado paternalista, pero eso no impide que tenga momentos brillantes
(sobre todo los que retratan la vida familiar y la cotidianidad de los años 40),
junto a otros literalmente bochornos (la historia del soldado americano o los flashbacks
con los que se nos rememora, como si fuera un videoclip, el pasado de Delia). La directora toma alguna decisión
arriesgada, como la de convertir los momentos más dramáticos y violentos en una
suerte de coreografía al ritmo de canciones italianas cuyas letras son parte de
la historia, pero justamente esas apuestas desentonan del resto de una película
que parece hecha para ser digerida sin necesidad de almax en una tarde tranquila
de sábado. A mí, sin embargo, me sobran obviedades, casualidades y subrayados
que parecen responder a la intención de explicar lo evidente: la naturalización
del patriarcado, y con él de la violencia machista, en unas sociedades, las de
la segunda posguerra mundial, en las que las mujeres seguían sin voz ni voto.
Una historia sin duda jugosa pero que habría necesitado, a mi entender, menos
complacencia y más riesgo, y sobre todo que debería haber evitado mezclar las
claves narrativas de un cine clásico con la intenciones éticas del presente.
Entiendo que el final,
construido sobre una serie de carambolas que difícilmente se sostienen salvo
que asumamos el territorio de la fábula, está pensado para que el espectador, y
sobre todo la espectadora, vibre en la butaca e incluso respire aliviada al
comprobar que la salida para Delia no ha sido la propia de un cuento romántico
sino más bien la de un manual de feminismo para todos. Por supuesto que hay esperanza en ese punto
de partida que es el final, pero también una cierta trampa que la directora
esquiva en su endulzada propuesta. Una trampa que no es otra que asumir que el
acceso de las mujeres a la educación y al voto acabaría con el machismo y con
las violencias que genera. A las pruebas lamentablemente me remito. Es entonces
cuando me doy cuenta de que nunca Virginia Woolf habría escrito un final como
el de esta película, aunque, claro, ella siempre miró su vida de mujer desde un
ventanal que nada tenía que ver con el sótano de Delia. Un final sí,
ilusionante, pero tan de película. Uno de esos que permiten salir del cine con
el corazón vibrando de emoción, aunque en el fondo seamos conscientes de que
hemos sido hasta cierto punto manipulados, engañados para llevarnos a donde el
creador o la creadora querían, como si fuéramos niños y niñas a los que (re)educar.
Unas pretensiones que a estas alturas de mi vida cada vez me cuesta más digerir
y que ni siquiera alivia un buen almax.
PUBLICADA EN EL BLOG QUIÉN TEME A THELMA Y LOUISE, CORDÓPOLIS:
Comentarios
Publicar un comentario