La belleza del blanco y negro. La Italia del arte y los deseos, la madre y la madrastra. Nápoles, Roma, Venecia, Palermo. Amalfitanos azules que solo habitan en la mente del que los pinta. El mar es aquí turbio y gris. El fondo del Mediterráneo como amenaza, la playa como un precipicio, el filo del canal como una advertencia. Caravaggio. Un hombre asesinado. Sangre que no vemos roja. Mina. Siempre Mina. El deseo de ser otro y los laberintos de soñar con palacios. Escalones amalfitanos y cortinas venecianas. Entre sombras cualquiera pueda ser otro.
Hombres con caparazón y mujeres que acaban en sus manos. El orden masculino, el Estado - policías, jueces, conserjes -y el desorden del arte. Un gato que mira y calla, la sabia Margherita Buy, máquinas de escribir con letras descolocadas y cartas, muchas cartas. Los buzones como espacio de fantasía. Una firma por comparar y un pasaporte con fotos superpuestas. Tú, yo, nosotros. Yo, tú, cualquiera. La identidad nómada.
Las aguas turbias de la Highsmith como si fueran el fondo de una alcantarilla. Piedras, vía antica, vino que nubla y cuerpos en pecado. Los cuerpos terrestres. Las pinturas en el cielo. Zapatos que huyen y carnes que no vemos. La luz, el ansia, la maleta. El quizás que siempre habita en el sueño de hacer de la vida una obra de arte. El hombre, el genio, el artista. El talento. Andrew Scott como un bribón armarizado. Un artista de cine, un marchante, un sacerdote a medias, un curador. El que duerme en camas de nobles y en pensiones que huelen a ajo. El más listo. Un caballero con mochila. La magia del dinero que va de mano en mano. El capitalismo y sus duendes.
Palacios, iglesias, canales, estaciones y trenes. Italia como madre acogedora, prostíbulo y patio de vecinos, imperio y sotana, Fellini y Visconti. Matriarcado vestido de negro y fotografía en blanco y negro de la Loren. Esas mujeres italianas. Las que solo existen en la mirada de los hombres que las miran. Los periódicos enormes en los que un día se anunció la muerte de Pasolini. El poeta, el sodomita, el revolucionario. El que nunca habría escrito ni una línea en honor de Tom. Fantasmas y carabinieri. Un hilo de sangre por las escaleras de mármol. Todo blanco, todo mármol, todo cristal. Más escaleras. Y un gato. Ratones. De ratones y hombres. El temblor insano de las manos que imaginaron a Carol.
RIPLEY, la serie de Steve Zaillan, puede verse en NETFLIX.
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