Ir al contenido principal

EL MITO DE LA CRIANZA PARITARIA


 

La reciente encuesta del CIS  acerca de las percepciones sobre la igualdad de género nos ha vuelto a demostrar como el espacio de lo privado continúa ajeno a ella. Por más que desde el punto de vista formal hayamos avanzado de manera sustantiva, y así por ejemplo en nuestro país los hombres podamos disfrutar de un permiso de paternidad de 16 semanas, la corresponsabilidad continúa siendo una meta. La encuesta citada nos revela que en un día laborable, las mujeres dedican más tiempo a las tareas del hogar que nosotros:  ellas ocupan 172 minutos de media al día frente a nuestros 126,76 minutos.  En el cuidado de los hijos la distancia entre ambos sexos aumenta: mientras las mujeres dedican 412,25 minutos (6,7 horas), ellos ocupan unos 228,88 minutos (3,7 horas). El tiempo se iguala en lo relativo al cuidado de personas dependientes, aunque las mujeres le dedican casi una hora más que nosotros.

Estos datos, que coinciden con los de otros países, nos demuestran que las mujeres siguen soportando una carga mayor de trabajo y que los hombres no nos hemos incorporado en condiciones de paridad al ámbito familiar. Sin duda hemos avanzado con respecto a generaciones anteriores, y cada vez es más frecuente ver a hombres implicados en trabajos que durante siglos entendimos femeninos. Todo ello en un contexto en el que con demasiada frecuencia el mercado, y de su mano el patriarcado, usa el discurso de las “nuevas paternidades” casi más como una marca que nos mantiene en un lugar de privilegio que como sujetos de una radical transformación, la cual ha de pasar por la pérdida de comodidades y la asunción de responsabilidades. Algo que, en general, estamos lejos de abrazar, lo cual tiene consecuencias muy negativas no solo en las trayectorias profesionales de las mujeres sino también en su salud física y mental. No olvidemos que siguen operando, culturalmente hablando, ideales y estereotipos que subrayan la singular capacidad de ellas para el cuidado, incluso aludiendo a consideraciones biológicas no avaladas científicamente, y que inciden en su dedicación y entrega, hasta el punto de que muchas de ellas acaban sintiéndose culpables cuando actúan como “malas madres”.

Por más que algunos hombres se hayan incorporado a determinadas tareas de cuidado, habitualmente las más gustosas y de más reconocimiento público, continúan siendo las mujeres las que asumen la penosa e interminable tarea de planificar todo lo que tiene que ver con la intendencia doméstica y el cuidado de los hijos y las hijas. Es decir, la “conciencia parental” continúa pesando singularmente en la mochila de ellas, mientras que nosotros, en el mejor de los casos, nos limitamos a ser ayudantes y continuamos beneficiándonos de una cultura que a ellas les inculca que tienen unas habilidades innatas para la entrega a los otros. Lo cual nos vuelve a colocar en un lugar de privilegio por ejemplo con respecto al tiempo del que seguimos disponiendo solo y exclusivamente para nosotros. Eso nos permite ser fieles cumplidores de nuestro rol principal de proveedores, en una cultura laboral y profesional que premia la entrega absoluta y la productividad sin límites. Unos parámetros, a los que también se ven sometidas las mujeres que quieren triunfar en lo público, y que son absolutamente incompatibles con una vida privada sostenible.

De todo esto nos habla la psicóloga Darcy Lockman Toda la rabia (Capitán Swing), un libro en el que demuestra cómo la crianza paritaria continúa siendo un mito, ya que en gran medida la mujer sigue siendo la obrera física y emocional de la familia, mientras que nosotros seguimos despreocupados de los vínculos y de lo relacional. Todas y todos, con distintas posiciones de poder, reproducimos de hecho un contrato sexual que todavía no ha conseguido desmontar la promesa feminista. Una promesa que nos interpela muy especialmente a nosotros que, con frecuencia, abanderamos el discurso de la igualdad pero somos incapaces de traducirlo en prácticas que nos bajen del púlpito que nos resistimos a abandonar. La pelota, pues, está en nuestro tejado, chicos. No hay más ciego que el que no quiere ver.

 

PUBLICADO EN EL NÚMERO DE MARZO 2023 DE LA REVISTA GQ ESPAÑA 


Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n