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DE ESPERANZA Y UTOPÍAS

 


Nos ha tocado vivir un tiempo tan incierto y complejo, nos sentimos tan rodeados de amenazas, que es cada vez más difícil tener una mirada optimista hacia el futuro. Al contrario, cada vez crece más eso que algunos llaman “futurofobia”, al tiempo que se expanden los discursos conservadores y reaccionarios. Los que vindican un retorno al orden tradicional como salvavidas. Los que, por ejemplo, identifican las propuestas feministas, y en general todos los avances en igualdad de derechos, como una amenaza a las posiciones de privilegio de unos cuantos. Unos discursos que se nutren del miedo y de la vulnerabilidad que nos sacude, y que no dejan de alimentar unas lógicas democráticas cada vez más prisioneras de los ombligos partidistas, tan machirulos ellos,  y que carecen de la capacidad para elevarse a lo común. En el capitalismo de pantallas que habitamos y nos habita, es el individuo, narcisista y autorreferencial, el eje sobre el que se construye una ciudadanía devaluada que, no olvidemos, continúa amarrada por la lógica excluyente del “nosotros” frente a “los otros”. Todo ello amparado en y por unas redes sociales que multiplican odio y mentiras, lo cual nos dibuja el contexto ideal para que surjan por doquier salvadores y profetas. La distopía está servida al tiempo que nos convencen de que en esta vida fugaz no hay mejor salida que vivir con intensidad el presente. La existencia como una suma de acontecimientos, los deseos como derechos, el consumo como vitamina. Domesticados, desiguales, solos, pero felices en Instagram. 

 

Ante una realidad en la que cuesta encontrar argumentos para ser optimista, y ante un tiempo en el que pareciera que conservar lo que tenemos es la única salida posible ante tanta amenaza, quizás no haya nada más revolucionario que reivindicar la esperanza. En su sentido más radicalmente político, a lo María Zambrano.  Entendida, como bien nos explicara Ernst Bloch, como la capacidad de imaginar el futuro. Es decir, la esperanza como capacidad cognitiva y como estado emocional.  La única herramienta capaz de contrarrestar la fuerza de las distopías, las cuales se aprovechan de nuestros miedos y ansiedades, al tiempo que nos permite vislumbrar alternativas posibles. En este sentido, nada más necesario hoy que recuperar el valor de las utopías como esa energía política que nos permite desmontar y avanzar, aprender y desaprender, movilizarnos y salir de nuestra torre de marfil. Un movimiento que requiere mucha imaginación, esa capacidad que, si lo analizamos bien, es la que el sistema intenta reducir a la mínima expresión. Porque los sujetos que imaginan son los únicos que pueden desafiar el poder.

 

Tenemos que practicar la esperanza radical, concluye la profesora Kristen Ghodsee, la cual nos deslumbró hace unos años con su imprescindible Por qué las mujeres disfrutan más del sexo bajo el socialismo, publicado en España por Capitán Swing. Ahora, en Utopías cotidianas, que acaba de publicar la misma editorial, nos plantea el reto de partir de las utopías imaginadas en el pasado para llevarlas a un presente que nos permita un futuro posible. En su apasionante recorrido, que va desde Platón a las experiencias más recientes de viviendas colaborativas, pasando por los socialistas utópicos o por propuestas como las de Alexandra Kollontai, Ghodsee nos plantea cómo esa posibilidad de futuro estará muy ligada a la superación de la familia nuclear y a la adopción de proyectos comunitarios que hagan más sostenibles y felices nuestras vidas. De ahí la centralidad de cuestiones cómo la crianza comunitaria de los hijos, la educación en redes amplias de cariño y cuidados o la superación de un modelo liberal de propiedad que nos impide construir lo colectivo. Frente a la desesperación distópica, la autora nos ofrece prácticas y experiencias que incluso desde las vivencias religiosas han supuesto romper con unos esquemas rígidos de convivencia. En una política apuesta por la vida en común, en la antítesis de las subjetividades narcisistas que hoy cotizan alto en el mercado. Unas propuestas que en general comparten la liberación de las mujeres de sus roles tradicionales y el cuestionamiento de un modelo patriarcal en el que el capitalismo ha encontrado su cómplice perfecto.

 

No se me ocurre pues mejor manera que llegar a la primavera recién estrenada, aunque en estos años de crisis climática las estaciones hayan dejado de obedecer a las reglas tradicionales, que nutriéndonos de la apuesta por el pensamiento creativo, por la imaginación transformadora y por la utopía como músculo político que nos plantea Ghodsee.  Una vacuna más que recomendable para liberarnos de virus reactivos, neomachistas y violentos. “La esperanza radical es el arma más potente que tenemos”, nos advierte. Empecemos a utilizarla, sin miedo, sin angustia. No nos queda otra ante el pesimismo, la desesperación y el miedo que otros aprovechan para mantenernos en estado de sujeción y silenciados. En fin, no dejemos que quienes ostentan el poder sigan beneficiándose de nuestra desesperanza. 


PUBLICADO EN DIARIO PÚBLICO, viernes 29 DE MARZO DE 2024:

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