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EL SOL DEL FUTURO y la melancolía del presente


«Si no puedo bailar, tu revolución no me interesa"
Emma Goldman

Para quienes crecimos con el cine como educación sentimental, y en un mundo en el que parecía cierto que las utopías podían cambiar el mundo, el presente se nos está volviendo con frecuencia agrio y difícil de digerir. Por más que hagamos esfuerzos para ilusionarnos y recuperar la fe en la política, o en el arte, o en los otros, es más fácil que caigamos en el desaliento y en ese pozo sin fondo que acaba siendo la melancolía. Que se lo digan a una izquierda que hace años que es incapaz de salir del ombligo en el que habitan por igual ceguera e impotencia. También en lo personal hemos ido pasando de un mundo en el que las reglas parecían esculpidas en piedra a otro en el que, en este caso yo creo que afortunadamente, los individuos nos hemos ido convirtiendo en legisladores de nosotros mismos. El capitalismo de pantallas que nos seduce y nos estrangula por igual ha acabado por reducir a mínimos el espacio para pensar despacio, imaginar posibilidades y trenzar lazos. Como diría Santiago Alba Rico, hemos ido dejando que se expanda la fantasía, tan masculina, a costa de la imaginación.

 

Por todo ello, para muchas y muchos de nosotros la última película de Nanni Moretti nos ha resultado tan cercana, tan nuestra. Y por eso precisamente nos ha hecho emocionarnos, sonreír y hasta sentir un ligero escozor de tristeza al no ser capaces de transformar la memoria en energía para el futuro. Con esa absoluta libertad para contar y contarse, que es marca de la casa, el director de Caro diario habla no solo del cine, de las tesituras y difícil equilibrio en el que viven las películas en este siglo de plataformas y productoras coreanas, sino también de cómo hemos ido dando de lado al sentido político de las cosas y, por tanto, a la dimensión más colectiva de la existencia. En este sentido, una película es tal vez la obra de arte en la que con más rotundidad se comprueba cómo sin la suma de múltiples manos y cabezas no es posible un resultado exitoso. El director, que está rodando una película ambientada en la Italia de 1956, cuando el PCI era todavía una referencia de valores y comunidad, pero que al mismo tiempo está viviendo una crisis personal y se muestra entre cascarrabias y peleón frente al contexto que le ha tocado en suerte, es una vez más un hombre ensimismado, que parece prisionero de su “genialidad” y que con frecuencia es capaz de salirse de una identidad que le enseñó a ser un individuo sin vínculos. De ahí que su mujer, interpretada por la siempre maravillosa Margherita Buy, decida al fin romper con él, tan necesitada de recuperar sus propias alas, harta de ser un medio y no un fin. “Tú no me has necesitado, yo te he sido útil”, le suelta con contundencia a un hombre que, como tantos de nosotros, no parece haber entendido el profundo sentido de la vida que late en esos vínculos que representan escuchar, empatizar, construir con. Lo mismo que en definitiva le reclama la actriz que es parte de esa vindicación que, de alguna manera, nos está avisando de que otro mundo solo será posible si acabamos con esa masculinidad ensimismada, fantasiosa y tantas veces ridícula que representa Giusseppe, o Nanni, o Woody, tantos y tantos varones con tan poca capacidad para salir de su ego y bailar con otros. Tan poco atentos, e incluso a la defensiva, ante las mujeres e hijas que son capaces de romper las reglas (las escritas por y para ellos, claro). La esposa productora, la hija compositora, la madre cuidadora que ya no está. En medio él, prisionero de su fantasía de invulnerabilidad y tan poca cosa sin las que de verdad saben tomarle el pulso a los días. 

 

Con muchas estelas de Fellini – la banda sonora pareciera firmada por Nino Rota-, y llena de homenajes al cine clásico, El sol del futuro, a diferencia de otras historias que nos ha contado Moretti, apuesta finalmente por el optimismo. Por recuperar el hilo perdido de la utopía y pensar que, pese a Netflix, pese a la violencia real y filmada, pese a la desmemoria de las nuevas generaciones, es posible en el porvenir, en lo que está por llegar, desde una posición distinta a la soga del ahorcado. En este compromiso positivo tiene mucho que ver la inclusión de muchas canciones que hacen que la película casi se convierta en un musical, en un tímido intento de musical, en el que incluso un hombre tan hecho y derecho como Moretti se pone torpemente a bailar – los hombres duros, como Scorsese, no bailan – y se nos pone romántico, en un intento de retomar lo irrepetible. El baile como espacio de liberación. Yo quiero verte danzar, todos necesitaríamos danzar más y gruñir menos, e invadir los desiertos como bailarines que no paran de girar.

 

Lo mejor de El sol del futuro es que, tras la escena final, y tras el cambio de guion en la película que vemos dentro de la película, sales a la calle, por más que como yo lo hagas en un día nublado y a punto de tormenta, con la sensación de que el porvenir puede ser escrito de otra manera. Que no todo está perdido. Que sigue habiendo lugar para las películas, para la música, para el baile, para las utopías. Porque la luz inmensa penetra en la nueva casa de Paola, la productora al fin emancipada. Porque la marcha que vemos por los foros romanos nos demuestra que en lo colectivo está la clave, en los puentes que desde el ayer pueden hacernos llegar al futuro, en las conversaciones intergeneracionales y el sentido de comunidad que hoy está tan debilitado. Lo mejor de la última película de Moretti es que nos dice, nos canta, que es ahí donde reside la verdadera revolución. 

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