Supongo que a estas alturas del verano una gran mayoría de lectoras y lectores habrán visto el éxito cinematográfico del año. La Barbie de Greta Gerwig se ha convertido en todo un fenómeno y ha devuelto a las salas de cine la magia de un público que las ha llenado en un ritual que cada vez se da con menos frecuencia. Con un guion muy inteligente y una puesta en escena brillante, la película está lejos de ser un relato de esos con que tanta frecuencia el cine norteamericano nos trata como a menores de edad. La directora de la maravillosa Ladybird le da un giro al mensaje obvio que podríamos esperar de un producto como la famosa muñeca y aprovecha todo su universo para poner el dedo en la llaga del patriarcado y en cómo en el mundo real, en nuestro mundo, el orden de género sigue condicionado hoy las vidas de mujeres y de hombres. A ellas, marcándolas con unas expectativas que siguen situándolas en unos niveles de desigualdad y de exigencia difícilmente compatibles con una vida digna, y a nosotros, lanzándonos el mensaje de que seguimos habitando un planeta hecho a nuestra imagen y semejanza. En el que el poder sigue siendo mayoritariamente nuestro, en el que necesitamos del grupo de iguales para sentirnos reconocidos y en el que no dejamos de reproducir ese modelo de tipo duro e hiperviril que no es sino una máscara con la que a duras penas disimulamos nuestras impotencias.
Como explica Beatriz Ranea en su imprescindible libro Desarmar la masculinidad, difícilmente avanzaremos hacia sociedades en las que mujeres y hombres disfrutemos de un mismo estatus si nosotros no hacemos todo un proceso de concienciación y revisión. Es urgente que empecemos a darnos cuenta de que la masculinidad es un problema, que va de lo personal a lo político, y que solo superándola, en cuanto mandato que nos dicta como ser hombres de verdad, podremos poner las bases para un nuevo pacto de convivencia. Necesitamos pues desmontar ese Ken que todos llevamos dentro, ese sujeto que, como vemos en la película, se deja llevar entusiasmado por los privilegios y el poder que para nosotros representa el patriarcado, aunque también descubramos en él que debajo de la capa de superhéroe hay una extrema vulnerabilidad por descubrir y de la solemos escapar porque contradice nuestra dimensión de dioses.
Uno de los grandes aciertos de Barbie es que nos muestra, yo diría que de manera muy pedagógica, las claves de cómo los hombres, con frecuencia tan absurdos, seguimos empeñados en controlar el mundo. Lo cual exige, a su vez, el autocontrol de nuestras emociones, de nuestras debilidades, en definitiva de nuestra humanidad, además de la prórroga insensata de un modelo relacional en el que pareciera que no sabemos entender ni el amor ni el sexo fuera de las lógicas dominadoras.
En uno de los momentos más geniales de la historia, Ken le pregunta a Barbie cómo podrá reorientarse sin ella, si él siempre ha sido parte de un tándem. Barbie le indica que ha de aprender a vivir por sí mismo, a ser autónomo, a no definirse en función de ella. De esta manera, Greta Gerwig nos da otra clave. Desarmar a Ken, o sea, desarmar la masculinidad, pasa por superar dos fantasías masculinas: la de invulnerabilidad y la de la independencia. Una tarea complicada para quienes siempre hemos triunfado en lo público porque hemos tenido mujeres cuidándonos en lo privado. De esta manera, nos hemos creído los más libres e independientes del mundo, cuando esa autonomía necesitaba ser sostenida por las que se ocupaban de la familia, de los vínculos, de los cuidados. La superación de este contrato no escrito entre mujeres y hombres es el gran reto de la igualdad en el siglo XXI. Un reto que no es solo tarea de una Barbie liberada de los estereotipos sino también de un Ken que habrá de asumir su parte de responsabilidad y que habrá de entender, al fin, que el feminismo también es cosa nuestra.
* Artículo publicado en el número de Septiembre de 2023 de la revista GQ España.
* Ilustración de JUAN VALLECILLOS
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