Raúl, Pedro, Santi y Luis podríamos ser cualquiera de nosotros. Incluso en quienes llevamos ya una larga temporada desaprendiendo lo que desde pequeñitos nos vendieron como hombría, es fácil detectar a menudo algunas de las carencias y de los excesos de los protagonistas de Machos alfa. Basta con tener la conciencia suficiente para situarnos delante del espejo y reconocer que esa cultura que el feminismo lleva siglos tratando de superar forma parte de nosotros. Un ejercicio de concienciación que algunos hombres vamos haciendo, sin duda menos de los deseables y también a un ritmo más lento del que nos gustaría a quienes tenemos en mente la utopía de una sociedad radicalmente democrática, y que ha sido sin duda impulsado por quienes hace ya mucho tiempo se interrogaron sobre sí mismas y sobre el lugar que ocupaban en la sociedad. Este proceso, felizmente acelerado en las últimas décadas, está poniendo patas arriba buena parte el mundo que habitamos y está poniendo el foco en cuestiones que hasta hace nada eran invisibles. Todo ello, insisto, gracias al compromiso, el esfuerzo y la valentía de tantas mujeres, nos debería estar interpelado de manera singular a los hombres, que somos quienes continuamos pese a todo disfrutando de un estatus superior y beneficiándonos de una cultura hecha a imagen y semejanza de nuestros intereses.
A quienes llevamos ya un tiempo ocupados y preocupados por cómo superar la masculinidad tradicional, y con ella toda una estructura social y política se apoya en la división jerárquica del mundo en dos mitades, nos preocupa especialmente de qué manera llegamos a tantos hombres que se resisten al cambio, que no están dispuestos a asumir nuevas responsabilidades y que, sobre todo, no parecen muy convencidos de que desandar el camino puede contribuir no solo a que la sociedad sea más justa sino también a que nosotros mismos seamos seres más plenos y felices. Con demasiada frecuencia, los discursos y los debates sobre los hombres y la igualdad no superan los niveles más académicos, o bien se reducen a la superficialidad de lo políticamente correcto, esa que tanto el mercado como quienes pretenden situarse en la esfera pública aprovechan para construir un imaginario atractivo. Nos falta herramientas pedagógicas que se dirijan más a la praxis cotidianas y que no se regodeen en las elucubraciones teóricas, así como maneras de trasmitir y conversar que nos alejen de los púlpitos desde los que con frecuencia pareciera que transmitimos dogmas y advertencias moralizantes. Este reto se multiplica cuando pensamos en los más jóvenes, con los que es imposible la comunicación y la empatía si no usamos su mismo lenguaje y si, de entrada, renunciamos a reprocharles su pasividad o su conservadurismo.
Por todo ello, una serie como Machos alfa, que en estas semanas se ha convertido en la más vista de la plataforma Netflix, ha de ser tan bienvenida. Debo confesar que las primeras impresiones, prejuiciosas claro, sobre la serie fueron negativas. Me temía lo peor de los creadores de La que se avecina y de su ubicación en una plataforma que con tanta frecuencia nos ofrece productos de usar y tirar. Sin embargo, vencí esas primeras resistencias y me dejé llevar por una comedia que, aunque también caiga en estereotipos y lugares comunes, y por supuesto se deje llevar inevitablemente por ese tono facilón que tiene un producto de estas características, tiene la gran virtud de ponernos delante de los ojos una clarificadora fotografía de lo que estamos viviendo. Una realidad que nos muestra cómo, de manera general, los hombres andamos absolutamente perdidos y desubicados ante todos los cambios positivos que el feminismo ha ido provocando en nuestro mundo y, en consecuencia, ante unas mujeres que ya no están por la labor de reproducir el eterno rol de seres dependientes y “para otros”. Los cuatro amigos de la serie, que están justo en esa mediana edad en la que con frecuencia la vida hace que se agrieten muchas de las cosas que creíamos sólidas, representan esa desorientación que supone para nosotros darnos cuenta de que ya no nos sirve el modelo tradicional de referencia y de que nuestras compañeras tienen voz, deseos y criterio propios. Y que incluso pueden convertirse en las proveedoras principales, en las que acumulen éxito y prestigio público, y hasta las que lleven la iniciativa en el sexo o en el fin de una relación agotada.
Además de jugar con muchas referencias del presente –las redes sociales para conseguir reconocimiento social y económico, las aplicaciones para ligar, las nuevas formas de pareja y familia, los tentáculos perniciosos del mercado que convierte en producto hasta el más bienintencionado de los discursos - , la serie, que en algunos momentos casi que se convierte en el reverso de “La que se avecina”, tiene el gran valor de poner nombre y contenido a muchas de esas ideas y conceptos que se han ido popularizando en los últimos años en torno a las masculinidades y el feminismo. De manera ligera y divertida, los episodios nos permiten reconocer situaciones, diálogos y conflictos en los que se ejemplifican los componentes de eso que llamamos masculinidad tóxica, las resistencias viriles a reconocer nuestras carencias, la construcción del ego masculino a través de nuestro rol de proveedores o el papel del grupo de amigos como mecanismo de validación de nuestra hombría. También hay en la serie una mirada crítica sobre cómo los buenos propósitos pueden convertirse en un nicho de mercado, así como sobre la posibilidad, también real, de que tanta insistencia en el tema provoque una reacción a la contra y surja, como en uno de los capítulos, un “Moisés de los machirulos”.
Por supuesto que en la serie faltan referencias de “otras” masculinidades – los protagonistas pertenecen a un mismo patrón de edad, clase social y orientación sexual, por ejemplo - , que con frecuencia el guion parece seguir con escasa revisión crítica los dictados de un manual de posgrado de “nuevas masculinidades”, que se olvide la dimensión más política y por tanto colectiva del cambio, o que algunos comportamientos y reacciones de las mujeres carezcan de un buen sustento argumental, pero en general es un producto que consigue, como mínimo, abrir una puerta para que empecemos a construir otros imaginarios. Y para que a partir de ellos entablemos, para empezar, otro tipo de conversación, entre nosotros y con las mujeres. En este sentido, Machos alfa podría ser un magnífico punto de partida para que, sin renunciar a la alegría y al optimismo, los hombres empezáramos a darnos cuenta de que es urgente, como decía bell hooks, que nos curemos de hombría. Una aventura en la que lo de menos son los cursos que hagamos y en la que lo de más es cómo llevamos a nuestra vida diaria el propósito de reinventarnos. Una tarea compleja, no nos engañemos, y en la que drama y comedia, como la vida misma, nos obligarán a no bajar la guardia. En esa tarea cotidiana y penosa a veces que supone superar al macho alfa que todos llevamos dentro.
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