No es habitual que la vejez esté representada en los imaginarios colectivos con una mirada positiva. El edadismo que caracteriza al mundo contemporáneo, un mundo en el que cada vez por cierto habrá más viejos y viejas, va de la mano de una exaltación permanente de la juventud, de los cuerpos perfectos y de esos momentos de éxito y reconocimiento que solemos identificar con nuestros años "productivos". Una vez que dejamos de responder a las exigencias del homo economicus, el sistema nos arrincona. Nos expulsa a los márgenes. Como si al llegar a una determinada edad nos convirtiéramos en una especie de ciudadanía de segunda. En los productos culturales ese momento ha aparecido retratado de manera superficial, en muchos casos como pretexto para el humor y casi siempre bajo la influencia de estereotipos absurdos (el viejo cascarrabias, la abuelita tierna). Nos faltan sin embargo retratos de la vejez en los que las mujeres y los hombres llegados ese momento vital aparezcan como seres plenos, con deseos, con aspiraciones, con sueños, y por supuesto también con las limitaciones y fragilidades propias de un cuerpo que ha vivido lo suyo. Afortunadamente en los últimos años hemos empezado a encontrar algunas películas en las que de manera muy especial las mujeres mayores son retratadas de otra de manera. Recuerdo en este momento la hermosísima 80 egunean, de Jon Garaño y José Mari Goenaga, o la más reciente La vida era eso, de David Martín de los Santos, con una estupenda Petra Martínez.
Es complicado encontrar sin embargo relatos sobre hombres viejos que superen los esquemas manidos y que de alguna manera contribuyan a contarnos "otras masculinidades", un concepto en el que la vejez también suele estar ausente. Pareciera que incluso la deconstrucción de la virilidad fuera una cuestión exclusiva de jovencitos y de hombres "en la flor de sus vidas". Incluso lo que vemos con relativa frecuencia es un alargamiento, artificial e imposible, de nuestro heroísmo (este año se estrenará la última de Indiana Jones, en la que un Harrison Ford de 80 años sigue siendo un superman). Esta ausencia es especialmente evidente en las historias, afortunadamente cada vez más presentes, de relaciones homosexuales, en las que también pareciera que lo que más interesa, o lo que más vende, son los cuerpos jóvenes y musculosos, como mucho los maduros triunfantes y atractivos, como si en la vida real los hombres gais no llegaran a ese tiempo en que la sociedad nos arrincona. En este panorama tan limitado ha sido pues un auténtico regalo encontrarme con la bellísima Zuk Zuk. Dirigida en 2o19 por Ray Yeung, la película nos cuenta la historia de amor de dos viejos. Uno de ellos es un taxista, casado, con varios hijos, que se resiste a jubilarse y que parece medianamente feliz con su vida familiar y sobre todo con un trabajo que es el que da sentido pleno a sus días. El otro es un hombre ya jubilado, que vive con su hijo y con su nuera, y que hace ya muchos años se separó de su mujer. Ella decidió hacer una nueva vida y él se hizo responsable de la crianza y el cuidado del hijo. Ambos se encuentran y se enamoran. Y tratan de vivir su historia de amor entre la clandestinidad y el deseo. Descubriéndose, encontrándose, sin que los años que tienen sea un obstáculo para vivir emociones y pulsiones. La película, que está rodada con una delicadeza exquisita y que acompaña las imágenes con una preciosa banda sonora, nos muestra, entre otras cosas, como estos dos viejos descubren sus cuerpos, los recorren y los valoran. Cómo de alguna manera rejuvenecen cuando buscan cómo encontrarse, cómo encontrar tiempo para estar juntos, cómo mantener, sobre todo en el caso del taxista, la familia que es parte de sus sostén. En ella, la mujer, esa mujer que observa y calla, es parte esencial del relato.
Todo esto que en cualquier contexto tendría fuerza dramática suficiente se enfatiza si tenemos en cuenta que la historia se desarrolla en China, un país donde la diversidad todavía lucha por alcanzar los niveles de reconocimiento y garantía que entendemos como derechos humanos. En este sentido, una de las aportaciones más interesante de Zuk Zuk es cómo nos muestra la realidad de una comunidad de hombres gais viejos, para los que en un momento determinado se plantea la posibilidad de crear una residencia destinada especialmente para ellos. Esto permite al director mostrarnos la dura realidad de unos hombres que viven en soledad, que se han ido convirtiendo en seres no completamente autónomos y para los que a su edad sigue siendo un obstáculo "salir del armario". Una situación problemática que también se vive en contextos como el nuestro donde, pese a todos los avances, no nos hemos parado a pensar en qué ocurre con esos hombres gais de otras generaciones, que han vivido en contextos familiares complicados, cuando llegan a ese momento en que no pueden valerse por sí mismos. Una cuestión que por ejemplo, cuando se aborda el reto de pensar otro modelo de residencias para los viejos y las viejas, no se suele tener presente. Algunas de las más bellas escenas de la película tienen que ver justamente con como entre uno de los protagonistas y un amigo gay que casi ya no puede valerse por sí mismo se crean lazos de cuidado y amor. Además de mostrarnos la necesidad de que estas masculinidades tengan voz y reconocimiento. Una cuestión política pendiente. Lo personal es político y al revés. La ética del cuidado tiene que ver también con esto.
Por todo esto, Zuk Zuk, que está contada con ese ritmo pausado que nos remite a una concepción oriental del tiempo y los acontecimientos, es una de esas películas que se te quedan clavadas en la memoria y que te emocionan al evidenciarte que también los viejos, y por supuesto las viejas, tienen deseos, pieles hermosas y sueños por cumplir. Y que el amor, y que el sexo, no tiene la fecha de caducidad en que insiste el mercado. Incluso el final, que no adelanto, es de una belleza desgarradora, porque nos habla también de la renuncia y de la esperanza de "otra vida", en un sentido muy espiritual o religioso, en la que sea posible vivir el amor en plenitud.
La historia de estos dos hombres, con arrugas, con cuerpos imperfectos y bellos, con miedos y frustraciones, es una llamada de atención para quienes seguimos creyendo que la edad va marcando horizontes que nos restan. Y también para quienes pensamos y miramos la masculinidad como si en ella no habitaran esos otros hombres que están en posiciones subalternas. Además de, por supuesto, una muestra maravillosa de cómo amar es cuidar y de cómo los hombres tenemos una tarea pendiente: incorporar esos lazos de afecto y cuidados en las relaciones con otros hombres, sea cual sea el nombre que pongamos a nuestra sexualidad.
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