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AMA: La madre imperfecta

Pepa no es una buena madre. Es una de esas mujeres que parecen condenadas a estar en las afueras, en lucha consigo misma, prisionera de una vulnerabilidad extrema que a duras penas consigue disimular.


Pepa es mucho más frágil de lo que parece. Aunque no sabemos apenas nada de su recorrido vital, intuimos luchas, precipicios y errores. El precio de la libertad en un mundo que no está hecho a imagen y semejanza de las mujeres.

 

Pepa no responde a las expectativas y por eso es permanentemente expulsada a los márgenes. Su cuerpo es el una amazona que ni siquiera puede ya tensar el brazo para lanzar una flecha. 

 

Pepa sin techo ni comida. Sin un contrato que llevarse a la boca. Solo un bocadillo de embutido barato en la arena de la playa.


Pepa abraza y quiere a su hija. Le duele solo pensar que la pequeña pueda perderse entre la gente. Pepa la quiere aunque no sabe como quererla bien. Como se quiere bien. Quien dicta lo que es el buen y el mal querer.

 

Pepa se defiende como gata panza arriba y busca a dura penas sosiego el mar. Desnuda en el mar. Como si por unos instantes fuera capaz de conjugar todos los verbos del planeta a su favor.

 

Pepa no es una mujer 10, es una madre imperfecta, mala madre, mala hija. Atesora todos los adjetivos que un mundo de machitos se encarga de añadir a los sustantivos femeninos.

 

Pepa es uno de esos personajes que solo podría cobrar vida gracias a otra mujer. Al fin mujeres que hablan sobre mujeres. Madres que no son hijas fieles de la Virgen María. Que no se callan, que pelean, aunque parezca que no les queda otra que darse por vencidas.


Pepa es Tamara Casellas: la angustia de la supervivencia encarnada, el cuerpo de la sirena que se resiste a ser el cuerpo de otros, la mujer sola y la madre que grita. Leire Marín es la hija: esa niña que dice más cuando calla que cuando habla. Testiga y cómplice. La futura mujer.

 

Ama, la primera película de Julia de Paz, es un relato duro y punzante de una maternidad imperfecta, de una mujer que no sabe o no puede ajustarse al molde, que es el eslabón más vulnerable de la cadena. La que al final retorna a la casa de la madre, en el momento más bello de toda la película. Tres mujeres, tres generaciones. Amar es cuidar. La abuela, la madre, la nieta. Y el olor a café recién hecho como bálsamo doméstico. Cuidadanía. Otro mundo es posible. El que cabe en la bañera donde recupera aliento la niña a la que no le gustan las matemáticas.

 

Ama, amor, amar, las madres que no saben siempre cómo hacerlo y los padres ausentes, des-cuidados, irresponsables, a lo nuestro. Los que se levantan de la silla del bar y dicen, entre balbuceos de gigantes de plastilina, ahí te quedas.

 

Ama, verbo en presente y en imperativo, interrogante y fusta, caricia y socavón.


Ama. Una de esas películas que, al fin, nos cuenta la vida de otra manera. Sin heroínas ni superhéroes. La dura y descarnada realidad. La difícil tarea de sostener y amar. 

 

 


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