Según el barómetro 'Juventud y Género. Identidades, representaciones y experiencias en una realidad social compleja', elaborado por el Centro Reina Sofía sobre Adolescencia y Juventud de la Fundación de Ayuda a la Drogadicción, y hecho público hace un mes, uno de cada cinco hombres de entre 15 y 29 años niegan la existencia de la violencia de género y creen que se trata de un «invento ideológico». Además, los varones que piensan que la violencia de género es un problema social más grave son menos que los que así lo creían hace unos años. Si en 2017 el porcentaje de chicos que lo pensaban era del 54,2%, en 2021 apenas se supera el 50%. En las chicas, por el contrario, aumenta el porcentaje que tiene esta percepción y pasa del 72,4% en 2017 al 74,2% en 2021.
Estos datos no son más que el
reflejo de una reacción masculina, que detectamos iracunda y con frecuencia
violenta en las redes sociales, frente a los avances de igualdad y muy
especialmente frente al protagonismo público de las vindicaciones feministas.
Una reacción que hace ya décadas Michael Kimmel analizó en el contexto
norteamericano en su ya clásico Hombres blancos cabreados, y que ahora
empezamos a sufrir en países como el nuestro, en el que muchos hombres se
sienten agraviados ante la precarización progresiva de su estatus tradicional
de dominio. Una situación que se convierte en el caldo de cultivo ideal para
que crezcan y se reproduzcan posicionamientos
políticos misóginos, profundamente simplistas y cargados de virulencia
emocional, y que lamentablemente están encontrando un altavoz privilegiado en
instituciones democráticas y en las que con frecuencia dichos discursos
encuentran complicidades vergonzantes. Ante el proceso de desubicación que
sufrimos los hombres en este siglo de cuarta ola feminista, y ante la falta de
una comprometida apuesta educativa que trabaje con los niños y los adolescentes
con el fin de superar la cultura machista que nos habita, parece inevitable que
muchos chicos jóvenes se aferren a las referencias clásicas, a los mensajes
simplistas y a la cómoda posición que no les interpela y les permite seguir
sintiéndose parte de la tribu.
Sin embargo, y no siendo yo quien
niegue la urgencia de actuar de manera pedagógica con los hombres, creo que es
importante que le demos una lectura positiva a los datos y que, desde ese
avance significativo, si tenemos en cuenta la sociedad brutalmente patriarcal
de la que venimos, nos comprometamos activamente con el futuro. Es decir,
pensemos en que 4 de cada 5 chicos jóvenes sí que consideran que la violencia
de género existe y que hay un 50% de ellos que consideran que es un grave
problema social. Sumemos esos porcentajes al hecho de que cada vez son más los
jóvenes que se consideran feministas. En el caso de las chicas ha pasado de un
porcentaje del 46,1% en 2017 a uno del 67,1% en 2021, mientras que los chicos
han pasado del 23,6% en 2017 al 32,8% en 2001.
Subrayemos la relevancia de este sector concienciado, aunque no sabemos
si comprometido, y trabajemos con ellos para convertirlos en agentes de
igualdad con respecto a sus iguales. Evitemos, en la medida de lo posible, y
van no sé cuántas, poner el énfasis en lo negativo como solemos hacer cuando
hablamos de las jóvenes generaciones, y sin ser ilusos, ni desconocer los
peligros que acechan, impulsemos políticas públicas, medidas educativas y
acciones personales y colectivas dirigidas a canalizar en positivo la energía
de quienes en unos años llevarán las riendas del país.
Porque frente a la reacción
conservadora, populista y misógina, no se me ocurre mejor respuesta que la
pedagogía y la concienciación. Sin hacerle el juego ni a la ira ni a las
emociones baratas de quienes piensan que cualquier tiempo pasado fue mejor.
Poniendo el énfasis creativo en los porcentajes que nos iluminan y asumiendo el
reto de (re)educar a quienes prefieren seguir pensándose como hombres de
verdad.
* Publicado en el número de Noviembre de 2021 de la revista GQ España.
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