Ir al contenido principal

MAIXABEL: La paz imperfecta de una sociedad decente


Icíar Bollaín da instrucciones a Blanca Portillo en un momento del rodaje.

Viendo Maixabel, la honda y necesaria película de Icíar Bollaín, una cineasta siempre dispuesta a rastrear el alma humana y sus tensiones, con intensidad pero sin sentimentalismos, me acordé mucho de todo lo que aprendí de Paco Muñoz, el profesor granadino que fue durante años el motor del Instituto de la Paz y los Conflictos de su Universidad y el gran impulsor del máster interuniversitario en el que desde hace años imparto docencia sobre los derechos humanos como procesos de lucha por la dignidad. Con Paco, siempre inquieto como un niño travieso y cantarín, aprendí todo el poderío que encierra el concepto de "paz imperfecta" y me di cuenta de que la mayoría de los conflictos no se resuelven sino que se gestionan. En la capacidad de reconducirlos a energía creativa, a convivencia pacífica, reside la mayor fuerza, y también la mayor esperanza, que representa la democracia. Un régimen político también siempre imperfecto, en el que libertad, igualdad y pluralismo siempre andan en la cuerda floja de los equilibrios inestables. En fin, el tesoro sin fondo de la dignidad.

Al trata de ponerme en la piel de Maixabel, que Blanca Portillo hace suya con la tierna sobriedad de la actriz grande pero temblorosa, mi cuerpo se dejó llevar por el impulso narrativo y constructor de verbos como conversar, entender o empatizar. Y me fui dando cuenta, al ponerme también en el lugar de Ibón, que solo podía tener el rostro de un Luis Tosar que siempre me desarma pese – o por, no sé - a su perfil de varón todopoderoso, que en cualquier conflicto todas las partes son víctimas. Con distintas intensidades de dolor y de responsabilidad, claro. Pero todos y todas, como Maixabel, como Ibón, como Juan Mari, como la madre de Ibón, comparten la vida rota y la enredadera asfixiante de la muerte, la propia o la ajena. La que se traduce en carne que se corrompe como la que vive maloliente en el cuerpo de los que sobreviven.

Al igual que Maixabel, yo huyo de la carga religiosa del perdón, y no digamos del sentimiento inútil del arrepentimiento, pero me aferro como un demócrata utópico a las segundas oportunidades, al derecho de todos y cada uno de nosotros a recomenzar. Uno de los fundamentos de esa que Avishai Margalit denomina una sociedad decente. Solo desde el esfuerzo, dolor incluido, de ponerte en la piel del otro, de entenderlo, de buscar los grises en las enredaderas de su pecho, es posible continuar viviendo. Seres interdependientes, vinculados, frágiles y casi siempre a la deriva. Lo contrario, no ofrece otra salida que convertir los espacios comunes en campos de batalla y la política en un pulso permanente que no deja de alimentar bandos y trincheras.

La mirada de Maixabel reflejada en los ojos de Ibón, y viceversa, nos habla además del valor central de la memoria en el presente de la democracia. Una de esas cuentas pendientes que en nuestro país muchos condenan a la ira de quien quiere reducir los relatos plurales en catecismo. El lugar de los dogmas y de los enemigos. De los muros y de los silencios. De la cadena perpetua y de la muerte en vida. Frente a ellos, y como bien me enseñó Paco Muñoz, el vulnerable hilo de los puentes, la hermosa lujuria de los grises, la decencia de buscar humanidad incluso en el corazón de los monstruos. En fin, la esperanza de la política entendida como el arte de hacer posible que en el monte quemado por el fuego vuelvan a crecer árboles. Y flores blancas, junto a las rojas, que nos hablan de todo lo que cabe "a partir de ahora".

Publicado en Diario Público, 1 de octubre de 2021:

https://blogs.publico.es/otrasmiradas/52330/maixabel-la-paz-imperfecta-de-una-sociedad-decente/


Comentarios

Entradas populares de este blog

YO, LA PEOR DEL MUNDO

"Aquí arriba se ha de anotar el día de mi muerte, mes y año. Suplico, por amor de Dios y de su Purísima Madre, a mis amadas hermanas las religiosas que son y en lo adelante fuesen, me encomienden a Dios, que he sido y soy la peor que ha habido. A todas pido perdón por amor de Dios y de su Madre. Yo, la peor del mundo: Juana Inés de la Cruz". Mi interés por Juana Inés de la Cruz se despertó el 28 de agosto de 2004 cuando en el Museo Nacional de Colombia, en la ciudad de Bogotá, me deslumbró una exposición titulada "Monjas coronadas" en la que se narraba la vida  y costumbres de los conventos durante la época colonial. He seguido su rastro durante años hasta que al fin durante varias semanas he descubierto las miles de piezas de su puzzle en Las trampas de la fe de Octavio Paz. Una afirmación de éste, casi al final del libro, resume a la perfección el principal dilema que sufrió la escritora y pensadora del XVII: " Sor Juana había convertido la inferioridad

EL ÁNGEL DE AURORA Y ELENA

  El dolor siempre pasa por el cuerpo. Y la tristeza. También el goce, los placeres, la humillación. Somos cuerpo atravesado por las emociones. Los huesos y la piel expresan los quiebros que nos da la vida. Esta acaba siendo una sucesión de heridas, imperceptibles a veces, que nos dan nombre. Algunas supuran por los siglos de los siglos. Otras, por el contrario, cicatrizan y nos dejan tatuados. Las heridas del amor, de los placeres, de los esfuerzos y de las pérdidas. Estas últimas son las que más nos restan. Como si un bisturí puñetero nos arrancara centímetros de piel.   Sin anestesia. Con la desnudez propia del recién nacido. Con la ligereza apenas perceptible del que se va. No puedo imaginar una herida más grande que la provocada por la muerte de un hijo apenas recién iniciado su vuelo. Por más que el tiempo, y las terapias, y   las drogas, y los soles de verano, hagan su tarea de recomposición. Después de una tragedia tan inmensa, mucho más cuando ha sido el fruto de los caprich

CARTA A MI HIJO EN SU 15 CUMPLEAÑOS

  De aquel día frío de noviembre recuerdo sobre todo las hojas amarillentas del gran árbol que daba justo a la ventana en la que por primera vez vi el sol  reflejándose en tus ojos muy abiertos.   Siempre que paseo por allí miro hacia arriba y siento que justo en ese lugar, con esos colores de otoño, empezamos a escribir el guión que tú y yo seguimos empeñados en ver convertido en una gran película. Nunca nadie me advirtió de la dificultad de la aventura, ni por supuesto nadie me regaló un manual de instrucciones. Tuve que ir equivocándome una y otra vez, desde el primer biberón a la pequeña regañina por los deberes mal hechos, desde mi torpeza al peinar tu flequillo a mis dudas cuando no me reconozco como padre autoritario. Desde aquel 27 de noviembre, que siento tan cerca como el olor que desde aquel día impregnó toda nuestra casa, no he dejado de aprender, de escribir borradores y de romperlos luego en mil pedazos, de empezar de cero cada vez que la vida nos ponía frente a un n