"Yo nací en esta comunidad. No tuve elección". Estas palabras, en boca de Esti (Rachel McAdams), resumen a la perfección el drama que nos cuenta la primera película que el chileno Sebastián Lelio, ganador del Oscar por Una mujer fantástica, ha realizado en Estados Unidos. La historia de amor imposible de dos mujeres, interpretadas de manera magistral por la ya citada Rachel McAdams y por una siempre fascinante Rachel Weisz, en una ortodoxa comunidad judía de Londres, nos sitúa frente a uno de los grandes dilemas de la igualdad de género. Me refiero al peso de las comunidades de pertenencia, sobre todo cuando responden a dogmas religiosos llevados a su extremo más fundamentalista, y a la dificultad que sobre todo las mujeres tienen para escapar de unas reglas que las convierten en singulares "guardianas de las costumbres".
La vuelta de Ronit (Rachel Weisz), que vive en Nueva York como una mujer autónoma, a la comunidad en la que creció y de la que un día escapó, para asistir al funeral de su padre, un admirado y querido rabino, desata el conflicto en la vida de Esti, con Dovid (Alessandro Nivola), considerado el heredero espiritual del fallecido. Comprobamos cómo ese contexto tan cerrado responde a las reglas más extremas del patriarcado - son los hombres los que mandan, los que tienen la palabra, los que administran la virtud - y cómo por tanto en él las mujeres están condenadas a vivir por y para ellos. Así se pone sobre la mesa en una de las escenas más rotundas de la película en la que, en una cena familiar, Ronit deja claro que escapó de allí para ser una mujer libre. Todo lo contrario que Esti, que cumplió las reglas y permaneció atada, y que se verá sacudida por el regreso de la mujer a la que amó en silencio.
Gracias a la interpretación llena de matices de las dos protagonistas, cuyos rostros hablan por sí solos, y de las que no desmerece un Alessandro Nivola que encarna perfectamente la desorientación de un hombre que ha heredado la autoridad del patriarca pero que también es capaz de entender a esposa que sufre, Lelio nos cuenta el hondo drama que sigue suponiendo para muchas mujeres intentar escapar de la comunidad en la que crecieron y que pareció dar sentido a sus vidas. Tal y como se refleja en las palabras que angustiado pronuncia Dovid al final de la película, la clave de la naturaleza humana está justamente en la libertad de elección. O, mejor dicho, en la autonomía, incluso para poder abandonar la cultura o la religión heredada. Es decir, lo que Disobedience nos cuenta es cómo el derecho a tener una identidad cultural, o a profesar una determinada fe, no es tal derecho sino conlleva también el reconocimiento de la desobediencia a lo heredado. Algo de lo que tanto saben las mujeres que han sido durante siglos, y todavía hoy en muchos contextos, las siempre sometidas a las reglas de conducta y a los límites marcados por varones. Incapacitadas por tanto para ser dueñas de sus proyectos de vida. De alguna manera, podríamos afirmar que la historia de las mujeres no ha sido sino la de las muchas desobediencias que han tenido que ir sumando para saltarse las normas patriarcales. Como la que viven, y sufren, Ronit y Esti, dos mujeres también fantásticas, que solo pueden ser libres si rompen las cadenas que los padres, autoritarios y por supuesto heteronormativos, trenzaron para ellas. Una vez más los deseos, los cuerpos, la vida, frente al pecado, los dogmas y la virtud.
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