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Los hombres siempre hemos necesitado mirarnos en dos espejos para definirnos: de una parte, como bien lo describió Virginia Woolf, en el que nos ha devuelto empequeñecida la imagen de las mujeres para así vernos nosotros el doble de nuestro tamaño natural; de otra, el de nuestros pares, mediante el que reforzamos cada día los patrones de la masculinidad hegemónica. Este doble juego ha alimentado los privilegios de los que históricamente nosotros hemos gozado y, en paralelo, las discriminaciones que han sufrido y sufren ellas. Es decir, las bases de un sistema sexo/género que solo débilmente hemos conseguido erosionar en el último siglo. En cuanto mitad privilegiada siempre hemos tenido mucho que callar con tal de que nada ni nadie, y mucho menos ellas, pusiera en peligro nuestros dividendos. De esta forma hemos sido durante siglos cómplices, por acción y por omisión, de unas relaciones de poder que han jugado en contra de ellas. Solo así se explica la pervivencia de tantas violencias que insisten en negar la subjetividad de las mujeres y en convertirlas en un cuerpo –o mejor dicho, en un objeto– a nuestra disposición. Siempre atentas, con dinero de por medio o no, a hacer posible que nuestros deseos sean satisfechos como derechos.
Por todo ello, no nos debería haber extrañado que los presuntos agresores de la joven de Pozoblanco participaran en un grupo de whatsapp junto a otros veinte y que ninguno alzara la voz contra lo que estaba siendo un flagrante atentado contra la dignidad y la integridad física y moral de un ser humano de sexo femenino. Es muy gráfico también que el grupo se llamase «la manada» pues de esa manera tan obvia se autodefinían como el ejemplo más burdo de fratría viril. La misma que entiende como parte de su ocio, y de su misma afirmación identitaria, ir de putas el fin de semana, o la misma que es capaz de desplegar en un campo de fútbol proclamando que «Shakira es de todos».
El próximo 21 de octubre se va a celebrar en Sevilla una manifestación contra las violencias machistas convocada por diversos grupos de hombres que hace tiempo entendimos que dichas violencias son un problema que tenemos nosotros y que sufren las mujeres. Es decir, que somos los principales responsables en el mantenimiento de un orden basado en nuestra omnipotencia y en el que sufre no solo la mitad femenina de la Humanidad sino también, aunque con mucha menos intensidad, los hombres que disienten del modelo hegemónico. Afortunadamente cada vez somos más, aunque todavía lamentablemente pocos, los convencidos de que debemos romper los silencios que nos hacen cómplices y a comprometernos, personal y políticamente, con una lucha que es nada más y nada menos que una exigencia democrática. Una exigencia que en estos tiempos neoliberales, donde se multiplican los instrumentos que dan rienda suelta a la erotización del dominio sobre ellas, y en los que resulta tan fácil justificar la sumisión en nombre de la libre elección, es más urgente que nunca. Porque los hechos nos muestran una alarmante realidad en la que el machismo recupera el púlpito del que nunca realmente se bajó y en la que comprobamos que no basta con las leyes para conseguir una igualdad real.
Es el momento pues de que como hombres nos posicionemos, siempre al lado de ellas y nunca robándoles protagonismo, y nos rebelemos contra todo tipo de manadas que nos devuelven aumentada la imagen de nuestra hombría. Son tiempos de aprehender la incomodidad que implica perder privilegios y asumir la mirada ética del feminismo. Una mirada que nos equivocamos si pensamos que ha de ser privativas de ellas, cuando realmente se trata de un compromiso de todas y de todos, incluidos quienes aún deben superar la esquizofrenia que supone calificarse como demócratas y afirmar que el feminismo nada tiene que ver con ellos/as.
LAS FRONTERAS INDECISAS, Diario Córdoba, 17 de octubre de 2016:
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/hombres-manada_1088454.html
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