Escribo estas líneas cuando no ha hecho más que estallar el bochornoso espectáculo de la calle Ferraz y por lo tanto no sé en qué punto de la crisis estaremos cuando sean publicadas. Me temo que pase lo que pase las consecuencias solo pueden ser negativas para el PSOE, sobre todo tras la herida de muerte que ha supuesto mostrarse ante la ciudadanía como un nido de víboras que mal parecen entender el sentido último de la democracia. Es indiscutible que había muchas razones para censurar la gestión de Sánchez pero también es más que evidente que había otros métodos y otras palabras más fáciles de conciliar con las inevitables tensiones que genera el disenso. En todo caso, no creo que el problema del PSOE sea quién sea o deje de ser el secretario general. El problema del PSOE tiene que ver con la indefinición de su proyecto político, con unas estructuras anquilosadas que monopolizan profesionales de lo público y con un sangrante alejamiento de la ciudadanía. De manera similar a lo que está sucediendo con sus homólogos europeos, el partido que en los 80 fue capaz de ilusionar y que tanto hizo por la modernización de este país, hace tiempo que perdió el nervio de la justicia social y se convirtió en cómplice, más o menos velado, de las políticas neoliberales y de los férreos poderes que se benefician de ellas. No podemos olvidar como la segunda legislatura de Zapatero, reforma constitucional incluida, supuso una auténtica bofetada a muchos electores que pensamos que las convicciones pesaban más que las presiones del mercado.
Desde ese momento, el partido ha sobrevivido de mala manera, plagado de contradicciones y de tensiones más o menos contenidas, lo cual ha sido clave para que en tan poco tiempo Podemos empiece a arrebatarle su espacio. En un período clave en la misma definición de Europa, ante una crisis económica que más bien es un cambio de paradigma y en un contexto constitucional que pide a gritos una reforma, el PSOE no solo ha carecido de liderazgos dignos de tal nombre sino que, lo más grave, ha sido incapaz de generar alternativas sólidas y creíbles. Todo ello por no detenernos en el serio problema de definición que siguen teniendo con respecto a un modelo territorial que hace aguas y ante cuyo futuro ya no cabe esgrimir la unidad de la nación española como si fuera un mantra.
El coste del lamentable show al que estamos asistiendo, y que es solo la punta del iceberg esculpido tras muchos años de parálisis y cobardía política e institucional, está siendo ya lamentable en un país en el que las ciudadanas y los ciudadanos empezamos a estar hartos de: 1º) una clase política que solo parece atender a su ombligo; 2º) una izquierda temerosa y acomplejada que es incapaz de plantar cara, con firmeza y coherencia, al proyecto rotundo y claro de una derecha a la que estamos proporcionando el mejor de los escenarios posibles. Algo que se constata de manera muy especial entre el electorado más joven al que hace años que dejó de seducirle un partido en el que habitan demasiados elefantes y en el que faltan servidores y servidoras de lo público que no tengan la mirada puesta en su horizonte personal.
La única esperanza que nos queda es pensar que una vez tocado fondo ya solo quedará ir remontando poco a poco. Una tarea que, sin embargo, requerirá tiempo, mucha generosidad, lucidez ética, y a la que poco aportarán los discursos caducos, los eslóganes archisabidos o los rostros que aún siendo jóvenes nos parecen tan viejos. El reto es gigantesco y urgente. La amenaza de quedar reducido a la insignificancia debería bastar para asumirlo con seriedad. No desde el púlpito de las costureras a las que tanto gusta ser aclamadas sino desde el tejido horizontal de tantos hombres y mujeres convencidos de que el socialismo es mucho más que postureo.
Las fronteras indecisas, Diario Córdoba, 3 de octubre de 2016:
http://www.diariocordoba.com/noticias/opinion/psoe-costuras_1083918.html
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