Debo confesar que mi relación como espectador con el cine de Woody Allen ha pasado por diferentes etapas, no sé si paralelas o no a las que podrían distinguirse en su filmografía. Durante un determinado período de mi vida - los años 80 y 90 del pasado siglo -, sus películas se convirtieron para mí en una cita ineludible, en un espejo en el que yo mismo me descubría, en un goce incluso cuando apostaba por adentrarse en los mayores dramas del ser humano. Posteriormente, el "mito" fue adelgazándose en mi memoria cinematográfica e incluso empezó a costarme serios esfuerzos la revisión de algunas películas que en su momento habían sido para mí obras maestras. Sus últimas historias, con la excepción de la brillante Match point y de la más que interesante Blue Jasmine, me han resultado prescindibles, incluso aburridas. Al mismo tiempo fui dándome cuenta de que, desde una perspectiva de género, su cine era tremendamente conservador y se encontraba en muchas ocasiones a un paso de ...
Cuaderno de bitácora de Octavio Salazar Benítez