Reflexiones a modo de conclusión tras en el Encuentro FEMINISMOS, GÉNERO Y MASCULINIDADES (La Rábida, UNIA, 20-22 de julio de 2015)
Cuando Juan José Tamayo y yo nos planteamos hace meses la
posibilidad de organizar un encuentro en torno a los temas que a ambos nos
ocupan y preocupan, no solo profesional sino también personalmente, ambos
partíamos de lo que entendíamos era una evidencia:
“En un
contexto en el que, gracias a las indudables conquistas jurídicas alcanzadas en
países como el nuestro, vivimos en una especie de “espejismo de igualdad”, es
urgente que desde el feminismo nos sigamos planteando todo lo que nos queda por
hacer. Después de un siglo XX de múltiples construcciones teóricas en torno a
las diferentes identidades y subjetividades, urge una reflexión serena, pero
activa, sobre los principales retos que el feminismo tiene planteados en un
mundo donde la alianza capitalismo/patriarcado/colonialismo/depredación de la
naturaleza se torna especialmente férrea”
(Feminismos, género y
masculinidades, artículo publicado
en Blog Mujeres de EL PAÍS, 30 de junio de 2015: http://blogs.elpais.com/mujeres/2015/06/feminismos-genero-y-masculinidad.html)
Esta
evidencia, que podríamos resumir de manera muy simple en ese tan reiterado
estribillo de “corren malos tiempos para la igualdad”, nos sitúa con relativa
frecuencia en el pesimismo y, lo que es peor aún, en la melancolía. Quizás, y
dicho de manera muy egoísta, nuestra intención fuera superar ese estado de
ánimo y de alguna manera recuperar la energía “feminista” necesaria para seguir
construyendo un modelo de sociedad distinto a éste que tanto hace sufrir a las
mujeres y que tanto también nos incomoda a algunos hombres.
Esas expectativas han sido superadas con creces en los tres
días que hemos tenido la suerte de compartir encuentro en la sede de la UNIA en
La Rábida no solo con un profesorado “de primera” sino también con un alumnado
que ha constituido la mejor alianza ante los retos que nos planteábamos.
Resulta muy complicado resumir en unas pocas líneas las muchísimas ideas y
reflexiones que se han aportado en unas sesiones de trabajo que han superado
los límites temporales del horario académico. Tal vez la palabra que puede
definir mejor las conclusiones finales sea la de “radical”, en el sentido
etimológico de “raíz”, puesto que ante la evidencia del carácter estructural de
las discriminaciones por razón de género hacen falta propuestas radicales, es decir, propuestas que han
de incidir en las raíces de la injusta desigualdad y que han de ser transformadoras
y emancipadoras. En otras palabras, rotundamente FEMINISTAS.
Vivimos, como bien nos explicó Ana de Miguel, en sociedades “formalmente
igualitarias y con políticas activas de igualdad” que siguen reproduciendo desigualdades. El patriarcado
sigue articulando nuestra convivencia de forma que las mujeres se continúan
situando mayoritariamente al servicio de los proyectos de vida de los hombres.
El terrible peligro actual es que esa posición se nos vende como una opción de
libertad de las mujeres, de forma que el “patriarcado de coacción” ha pasado a
convertirse en un “patriarcado de consentimiento”. De esta manera, el “neoliberalismo sexual” –
qué ganas de leer el nuevo libro de Ana de Miguel – se convierte en un disfraz
brutal de unas sociedades que continúan reproduciendo el sistema jerárquico
sexo/género. Algo que Ana nos explicó a la perfección a través de tres
ejemplos: los agujeros en las orejas de las niñas recién nacidas (marcas de
género), la prevalencia de los apellidos masculinos y la diversa socialización
de chicos y chicas.
Es necesario replantearnos como el sistema capitalista ha
convertido la sexualidad en una de sus escenarios de supuesta libertad del
individuo, hasta el punto que ha llegado a “enturbiar” las propuestas emancipadoras de las mujeres.
Porque en nombre de una sacrosanta libertad ya no parece haber argumento que
valga frente a la decisión de una mujer que quiera ser puta o madre. Este
predominio de un concepto muy economicista de la “libertad de elección”, sumado
a la reacción patriarcal y a la débil incidencia de los postulados feministas en las “nuevas
maneras” de hacer política, nos sitúa ante un panorama singularmente complejo
de “confirmación” del grupo dominante.
Es decir, bajo una aparente revolución sexual, embridada por el
mercado, el poder sigue en manos de “los”
de siempre y las mujeres – sus cuerpos, sus mentes, su autonomía – continúan sometidas
a los excesos de una libertad dictada por el patriarca.
El “depredador patriarcal” continúa pues vivo y coleando,
y mostrando bien sus garras también
contra la Naturaleza, tal y como nos recordó Alicia Puleo. La raíz de la
opresión reside en la cosificación de las mujeres que, de esta manera, se sitúan
junto a los otros “animales no humanos” también cosificados. Poco parece que
hayamos avanzado en relación a lo que ya planteara Aristóteles sobre la
posición de mujeres, esclavos y animales al servicio de los hombres en cuanto
que estos eran concebidos como seres dotados de razón. Alicia nos hizo ver como el
ecofeminismo es una teoría feminista contra todas las formas de dominación, las
cuales tienen un tronco común: el patriarcado. Para superarlas
es urgente cambiar la ética androcéntrica por otra en la que se revalorice lo
tradicionalmente “devaluado” y en la que se disuelvan los dualismos que
contraponen los valores masculinos frente a los femeninos. Desde este
posicionamiento, el ecofeminismo no es un mero feminismo “ambientalista”, sino
que se trata de un compromiso mucho más profundo, ya que implica conceptualizar
la Naturaleza no como recurso sino como un valor en sí mismo. Un objetivo que,
a su vez, conlleva la redefinición de la especie. Frente al modelo del “homo
economicus”, y de los patrones socializadores hechos a imagen y semejanza de
los varones, necesitamos mujeres y
hombres proveedores de cuidados, que compartan simétricamente derechos y
responsabilidades, que entiendan la emoción como parte de la racionalidad
humana. Solo así podremos reinterpretar en clave ecofeminista el mito de Teseo,
entendiendo que el objetivo no es ya matar a la alteridad, sino reconocerla y
cuidarla. El ovillo que Ariadna le da a Teseo es el ovillo de un saber
histórico y de una concepción del poder que implica poder “con”, no “sobre”
(Petra Kelly).
Afortunadamente, y como también se ha puesto de relieve en el
Encuentro de la Rábida, poco a poco nos vamos encontrando con hombres que
tratan de superar el mandato que nos obliga a ser importantes y ese “imperativo
categórico” que nos obliga a demostrar nuestra virilidad de manera permanente
frente a unas mujeres – y unos animales, y una Naturaleza – que entendemos que
están a nuestro servicio. Esta “revolución masculina” a la que hemos hecho un
llamamiento desde La Rábida necesita, por supuesto, de hombres que se
conviertan referentes pero también de una construcción teórica que, partiendo
del feminismo, nos permita analizarnos críticamente y revisar nuestra
subjetividad y a partir de ahí nuestra relación con los otros y las otras. Lástima sin embargo que hayan sido tan pocos hombres los que finalmente se decidieron a participar en un Encuentro, lo cual constituye sin duda una evaluación negativa del escaso interés que manifiestan la mayoría por formarse en cuestiones de género y feminismo, por sensibilizarse y por compartir redes y espacios con mujeres feministas.
El
historiador Jesús Gutiérrez es uno de jóvenes hombres igualitarios - ¿o feministas?, esta fue sin duda una de
las preguntas de estos días – que desde su ámbito de investigación procura
reconstruir la memoria de aquellos que
en siglos pasados se posicionaron “con” y no “sobre” las mujeres. Una mirada
histórica que tiene en cuenta unos presupuestos que no deberíamos ignorar: nosotros no
partimos de una experiencia vivida de opresión, hemos tenido siempre una
posición dominante en el sistema sexo/género y, en todo caso, no podemos
olvidar que el sujeto político del feminismo es la mujer. Solo de manera muy
reciente los inicialmente denominados Men`s studies y ahora Masculinities
studies han puesto el foco sobre lo que históricamente ha sido la masculinidad
hegemónica, lo cual supone a su vez la existencia de masculinidades
subalternas. Desde una perspectiva que cada vez se ha ido centrando más en las
condiciones estructurales de la dominación masculina, los hombres, algunos
hombres mejor dicho, hemos empezado a redefinir nuestra posición en la
sociedad, en la mayoría de los casos más empujados por nuestras propias
angustias identitarias que por la existencia de un auténtico compromiso de
transformación social y política.
En el recorrido que Jesús Espinosa realizó por aquellos
hombres que en términos históricos podemos calificar como profeministas dos
elementos son relevantes. En primer lugar, el hecho de que con frecuencia cayeran en el paternalismo sobre las mujeres: ellos como los liberadores de las
oprimidas. En segundo lugar, la cosificación de las mujeres, es decir, “la
defensa del bello sexo”. De fondo, la mayor autoridad que por el simple hecho
de ser varón se les concedía a los argumentos de varones que, obviamente, tenían
más peso intelectual y político que las mujeres que a finales del XIX o
principios del XX osaban desafiar el orden dominante.
Es importante subrayar como los movimientos de hombres que
han ido surgiendo en las últimas décadas, con diferente intensidad y dimensiones según la parte del
planeta en que nos situemos, no necesariamente responden
a criterios igualitarios ni tampoco tienen una agenda expresamente
transformadora desde el punto de vista político. Tanto en los que podemos
calificar como “masculinistas” hasta en los que secundan el movimiento
mito-poético liderado por Robert Bly encontramos una continuidad del modelo,
justificado con distintos argumentos o disfrazado con nuevos ropajes, pero no
una voluntad de cambio. Este es sin duda uno de los grandes retos que debería
interpelar a los hombres que buscamos otro modelo de sociedad, de reparto de
bienes y recursos, de democracia en definitiva.
Porque, y esta sería otra de las referencias constantes del
Encuentro, cuando hablamos de igualdad de mujeres y hombres estamos hablando de
democracia, de ciudadanía, no de la situación de un colectivo necesitado de
especial atención. Desde este posicionamiento, son más que evidentes las
conquistas jurídicas que se han ido alcanzando en nuestro país, de manera
singular en la VIII legislatura, si bien las debilidades son manifiestas. Y
estas no son otras que las que derivan de la no ruptura con un modelo jurídico
que continúa siendo androcéntrico, del
predominio a nivel legislativo de mecanismo de “soft law” y de las dificultades
que encierra remover unas estructuras de poder, político y económico, que
continúan en manos de la mitad masculina. De ahí la necesidad de una
transformación feminista, la que nos lleve a una auténtica “democracia
paritaria”, y no solo en un sentido cuantitativo, para lo que serán necesarias
adoptar políticas “revolucionarias” en lo social y en lo económico, al tiempo
que los agentes políticos asumen de una vez por todas que la democracia o es
paritaria o no lo es.
Mientras que no se produzcan esas transformaciones, de la
mano del feminismo entendido como propuesta crítica del orden liberal y
emancipatoria de todos los individuos, la igualdad continuará devaluándose, tal
y como nos puso de manifiesto Soledad Murillo.
La igualdad, entendida como “equivalencia de derechos”, no pasa por sus
mejores momentos debido a la acción complementaria de política y economía, la
cual niega las aportaciones de las mujeres, devalúa todo lo relacionado con el
género y mantiene una arquitectura social que se apoya en la expropiación del
tiempo de ellas para beneficio de nosotros.
Las mujeres continúan estando en la periferia – de la política, de la
economía, de la Ciencia - y sufren las
múltiples violencias que el sistema genera contra ellas.

Las estructuras simbólicas que articulan nuestras sociedades continúan
dándole aliento al patriarcado, como bien nos explicó Rosa Cobo. No hay un solo imaginario colectivo que no
sea patriarcal, lleno por tanto de prejuicios y estereotipos, con ideas “sacralizadas”
que se sacan del debate político. Es necesario por tanto desactivar esas
estructuras que sustentan los sistemas de dominio. Y en esa tarea es
fundamental la labor del feminismo en cuanto teoría que ha logrado visibilizar
la desigualdad y los mecanismos que la generan. Solo mediante el feminismo, y
de los diálogos y alianzas entre sus múltiples interpretaciones, podremos
acabar con las violencias patriarcales que no sino una necesidad de un sistema
de poder para reproducirse. Es urgente volver a “politizar” la naturaleza
violenta de las estructuras simbólicas del patriarcado y que el feminismo
retome las riendas del relato y se posicione en el centro de la agenda
política.
No cabe duda de que las religiones, muy especialmente las
monoteístas, forman parte de esas estructuras simbólicas. De ahí, como puso de
manifiesto Juan José Tamayo, la necesidad de someterlas a una reinterpretación
feminista que permita superar su concepción patriarcal (“Si Dios es varón, el
varón es Dios”, Mary Daly). Frente a la guerra que las religiones han declarado
al feminismo – a través por ejemplo del discurso posmachista de la “ideología
de género” - , es urgente darle valor y visibilidad a las teólogas feministas.
Solo desde una lectura que reposicione a la mujer en lo sagrado y en lo espiritual
podrán transformarse unas organizaciones religiosas que funcionan como “patriarquías”
y que contribuyen a mantener una versión del patriarcado que Tamayo se atrevió
a calificar de “extremoduro”.
Muchas ideas, reflexiones y propuestas pues tras un encuentro
intenso y enormemente enriquecedor para todas las personas que hemos tenido la
suerte de participar en él. Como se ha puesto en evidencia en estos días compartidos en HuelVa, los diálogos
interdisciplinares, intergeneracionales y entre la “academia” y los “movimientos
sociales y políticos” son más necesarios que nunca ante un contexto en el que
la igualdad se devalúa a pasos agigantados y el sistema patriarcal se reinventa.
Ante los retos planteados, la herramienta parece evidente: más feminismo y más
política. Frente a la estrategia de despolitización, la acción política
transformadora. Frente al neomachismo reaccionario, el feminismo emancipador. Y
todo ello generando redes, alianzas, conversaciones, en las que los hombres debemos participar también, renunciando a privilegios y compartiendo espacios, tiempos y poderes con las mujeres, que continúan siendo las subordiscriminadas. Tejiendo entre todas y todos un hermoso tapiz, el del futuro, con el ovillo ecofeminista de Ariadna de mano en mano.
FOTOGRAFÍAS: Ángela Escribano.
Gracias Alicia Puleo por el título.
Publicado en la revista HOMBRES IGUALITARIOS de la Asociación de Hombres por la Igualdad de Género: http://www.hombresigualitarios.ahige.org/?p=496
Enhorabuena por la experiencia cargada de vida, esperanza y trabajo. Un abrazo. Manuel Buendía
ResponderEliminarLas conclusiones son muy interesantes. Enhorabuena por el trabajo realizado.
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