A la
mujer que amé
Concierto de Ana Belén,
Teatro de la Axerquía (Córdoba), 18-8-2012
Podría
escribir mi biografía siguiendo el rastro de sus canciones. Conectando los versos de los poetas que
ha cantado con amores y desamores, con el fuego y con las sombras, con todas y
cada una de las habitaciones que en mis más de cuarenta he intentado, no
siempre con éxito, hacer propias. Sin que ella durante mucho tiempo lo supiera,
sus ojos han estado mirándome, recordándome cada día que hay mil razones para
que la justicia no me sea indiferente, para seguir buscando islas donde naufragar,
para vivir el amor como un derroche de besos y ternura. He vivido con ella debajo del puente y
en la lorquiana Nueva York, en la Italia de los ángeles y los rayos de sol, en
el largo lagarto verde que parió a Nicolás Guillén y a la sombra de un león
madrileño. Hasta he despertado con
ella tras haber soñado en catalán: “Mentre
jo canto, de matinada, la vila és adormida encara”. Siempre ella mi camisa blanca de la
esperanza, una paloma del Puerto de Santa María, la heroína galdosiana y la Graciela que vive en el infierno
de su matrimonio. Ella, Fedra o el
amor. La que, música callada, ha
hecho en tantas ocasiones que mi vida encontrara el verso que le faltaba para
rimar.
Anoche
Ana, mi Pilar, la Belén, volvió a Córdoba después de muchos años para
demostrarme que existen mil razones para
amarla, ella es mi razón primera, mil poemas en la calle y yo, yo rodando donde
quiera… En una calurosa noche de agosto la niña de la calle del Oso levantó
una ligera brisa en la Axerquía tras demostrarnos que ella no sería nada sin
los hombres a los que ha amado, de la misma forma que mi casa sin ella sería una embajada, el pasillo de un tren de
madrugada,, un laberinto sin luz, ni vino tinto, un velo de alquitrán en la
mirada. Porque yo, como Blanche Dubois, dependo de la generosidad de los
desconocidos, pero también, como Ana Belén, de la ternura de mis afinidades
electivas.
“Quién dijo que todo está perdido, yo vengo a ofrecer a mi
corazón…” Así, con esta declaración de intenciones prestada por Fito Páez,
todo un alegato de solidaridad en estos tiempos de ley de la selva, empezó Ana
una noche en la que fue recorriendo con elegancia los versos que ella ha hecho
suyos y que, en consecuencia, han llegado también a ser nuestros. Con su habitual perfección en el escenario,
que en ocasiones provoca el riesgo de hacerla excesivamente prisionera de un
guión y por lo tanto distante, la
Desideria de mis sueños recorrió algunas de las más bellas páginas de la música
española de las últimas décadas, debidas al talento de hombres como Pedro
Guerra, “su canalla” Sabina, Aute, Miguel Ríos, Milanés, Serrat o Víctor
Manuel. Sin olvidarse de que por
encima de todo ella es una intérprete, una cantante que crea y recrea lo que
otros han imaginado, una especie de hada que en el escenario mezcla con
sabiduría de abuela los ingredientes de una pócima mágica.
Por el
escenario de la Axerquía pasaron anoche todas las Anas posibles: la
comprometida social y políticamente, la tierna y vulnerable, la loba que marca
su territorio, la que tiene una boca que sabe dulce (dicen), la que en su
cuerpo extremadamente delgado alberga pasiones y heridas, la que con su mirada
torva es capaz de seducirnos como si fuéramos castos babilonios. La que lo mismo convierte en jazz el Te echo de menos de Kiko Veneno como recrea con amargura de actriz
despechada el Ojalá que te vaya bonito de
José Alfredo Jiménez. La que nos
contamina, nos lía y nos recuerda que el amor, ay el amor, no es un pacto con
Dios.
Acompañada de
unos músicos que arroparon con solvencia su voz más poderosa que nunca, la
Belén, la niña que parecía hija de la duquesa de Alba, la Electra que clama
venganza y a la que no le duelen prendas bajarse del tacón y coger la pancarta,
nos recordó anoche que la música, y más en concreto las canciones, contienen
una fuerza capaz de remover nuestras entrañas y así, con ellas, el mundo. Sólo
le pido a Dios que el futuro no me sea indiferente. Un estribillo que parece más necesario
que nunca en este momento en el que todo parece desmoronarse, en el que algunos
tenemos la sensación de despertar de un sueño del que Ana fue símbolo, en el
que nos vamos a la cama preguntándonos a
dónde huir cuando no quedan islas para naufragar. Asqueados de tanta
morralla, con el puente
resquebrándose. Y arriba del puente están los de arriba,
están los de abajo que es menos que arriba y luego está el puente que es menos
que abajo…
Hubo mucho de
nostalgia en la noche de ayer en la Axerquía. Y no sólo porque Ana nos trajera
las canciones de nuestra vida, sino porque al hilo de cada verso, de cada
imagen, era fácil sentir la tristeza honda de quien se siente un pez de ciudad
al que le han obligado a perder las agallas. Nostalgia de las cuatro y diez, de los que
nacieron en el 53, de las madrugadas en que Miguel Ríos cantaba en la radio
No estás sola, alguien te ama en la
ciudad, no tengas miedo que la alborada llegará…
La nostalgia
es mala compañera porque nos ata al pasado, es como un pozo lleno de barro en
el que los pies quedan atrapados y se hace muy difícil, por no decir imposible,
el movimiento. Es decir, el futuro.
La nostalgia nos enreda con su telaraña de dama astuta y nos acaba
convirtiendo en sufrientes espectadores, en pájaros sin alas. Casi en un remedo
de lo que un día soñamos cuando nos zarandeaban los aires de libertad. Mírala, mírala.
Hay mucho de
nostalgia, al mismo tiempo que de homenaje, en el último disco y espectáculo de
Ana Belén. De tiempos que se
fueron y no volverán. Lo cual puede resultar hasta paradójico cuando uno
contempla el cuerpo y el rostro de una mujer que lleva décadas acompañándonos.
Como si hubiera hecho un pacto con el
chivo que vive en el Retiro, Ana, mi Pilar, la Belén, quizás sea la
reencarnación de una bruja lista que se ocupa de mantener viva nuestra llama.
La que en mi caso encendió cuando sólo era un adolescente y de la que ahora
paso el testigo a Abel, el cual no deja de cantar Lo mismo te echo de menos, lo mismo, que antes te echaba de más, aunque
le cueste trabajo recordar una palabra como metacrilato.
Tal vez uno
acaba descubriendo con el paso de los años que la Belleza, entendida como un
puzzle en el que no todas las piezas acaban encajando, también acaba teniendo
algo de quietud, de serenidad, de abrazo cálido. Que irremediablemente, y de forma paralela a nuestra
trayectoria vital, se va convirtiendo en las aguas templadas de un bolero.
Aunque a veces, puro derroche, reaparezcan sus fauces de amante posesiva y nos
líe a la pata de la cama. Entonces, envueltos en una gasa que
nos recuerda que somos carne, volvemos y reincidimos, y liamos con una
enredadera la parte de nuestros sesos que manda en el corazón.
Ana nos volvió
a dejar muy claro anoche que no es perfecta mas se acerca a lo que yo
simplemente soñé. Basta con
ello para verla interpretar los maravillosos versos de El breve espacio en que no está, casi escondida tras el terciopelo
de las heridas que siguen doliendo.
O sacando la fiera que lleva dentro para cantarle al hombre del piano. O
volviéndose diva italiana para desgarrarnos con su sublime Ahora.
PUBLICADA EN EL PERIÓDICO DIGITAL SUR DE CÓRDOBA:
http://www.surdecordoba.com/opiniones/10727-ala-mujer-que-ame
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