George Valentin podría ser el reverso de Norma Desmond. Mientras que ésta no sabe digerir su fracaso, lo cual le lleva a una pasión destructiva del que pensó era su salvavidas, el protagonista de THE ARTIST es salvado por una mujer que lo quiere más allá de las palabras (o pese a los silencios).
Lo mejor de esta sorprendente película es su extraordinaria contemporaneidad. Cuando todo podía hacernos pensar que se trataba de un simple ejercicio de nostalgia cinéfila, en ella es posible encontrar un retrato agridulce del fracaso, de la descomposición del individuo en un mundo en crisis (la del 29 de fondo, otra crisis económica), de la masculinidad frustrada. Del héroe reducido a una sombra y, paradójicamente, salvado por una mujer (ah... y por un perro... que no habla, claro) y que se convierte en la heroína de la historia. De lo fácil que es ver derrumbarse los edificios que construimos sobre nuestro orgullo y, lo que es peor aún, sin conciencia de nuestra temporalidad.
Lo más terrible que podemos plantearnos tras ver esta película es si agotada la posmodernidad, con su confusión de márgenes, apenas queda nada que descubrir en el arte y muy especialmente en el cine. Y por lo tanto sólo nos queda volver a las esencias. Cuanto más desnudas mejor. Puede ser una opción siempre que no se convierta en un incómodo ejercicio reaccionario. Quizás la mayor lección de esta película es que hoy lo verdaderamente revolucionario es contar una historia sin artificios. Con la hondura que siempre es posible cuando hay artistas, verdaderos artistas, manejando los hilos. Nada más... y nada menos... Porque tras la aparente simpleza hay una tupida red de ingenios.
Pero, por encima de todo eso, THE ARTIST es un hermoso homenaje no sólo al cine sino a la capacidad de la ficción para retratarnos y emocionarnos. Y también, por qué no, una reivindicación del silencio o, cuando menos, de las palabras justas, en un mundo en el que se escuchan demasiadas tonterías.
Por todo ello, me quedo con la historia de amor de George Valentin y Peppy Miller, por más que durante décadas Sunset boulevard me hiciera temblar de pasión cinéfila. Esta noche de domingo que acaba me duermo soñando con las dos películas. Como si la Desmond fuera el vértice que faltaba para componer un triángulo arrebatador... sin contar, eso sí, al adorable perrito....
Lo mejor de esta sorprendente película es su extraordinaria contemporaneidad. Cuando todo podía hacernos pensar que se trataba de un simple ejercicio de nostalgia cinéfila, en ella es posible encontrar un retrato agridulce del fracaso, de la descomposición del individuo en un mundo en crisis (la del 29 de fondo, otra crisis económica), de la masculinidad frustrada. Del héroe reducido a una sombra y, paradójicamente, salvado por una mujer (ah... y por un perro... que no habla, claro) y que se convierte en la heroína de la historia. De lo fácil que es ver derrumbarse los edificios que construimos sobre nuestro orgullo y, lo que es peor aún, sin conciencia de nuestra temporalidad.
Lo más terrible que podemos plantearnos tras ver esta película es si agotada la posmodernidad, con su confusión de márgenes, apenas queda nada que descubrir en el arte y muy especialmente en el cine. Y por lo tanto sólo nos queda volver a las esencias. Cuanto más desnudas mejor. Puede ser una opción siempre que no se convierta en un incómodo ejercicio reaccionario. Quizás la mayor lección de esta película es que hoy lo verdaderamente revolucionario es contar una historia sin artificios. Con la hondura que siempre es posible cuando hay artistas, verdaderos artistas, manejando los hilos. Nada más... y nada menos... Porque tras la aparente simpleza hay una tupida red de ingenios.
Pero, por encima de todo eso, THE ARTIST es un hermoso homenaje no sólo al cine sino a la capacidad de la ficción para retratarnos y emocionarnos. Y también, por qué no, una reivindicación del silencio o, cuando menos, de las palabras justas, en un mundo en el que se escuchan demasiadas tonterías.
Por todo ello, me quedo con la historia de amor de George Valentin y Peppy Miller, por más que durante décadas Sunset boulevard me hiciera temblar de pasión cinéfila. Esta noche de domingo que acaba me duermo soñando con las dos películas. Como si la Desmond fuera el vértice que faltaba para componer un triángulo arrebatador... sin contar, eso sí, al adorable perrito....
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