DIARIO CÓRDOBA, 5-2-2012.
La decepción del 28 de junio, el permanente estado electoral, la crisis económica y la parálisis institucional se han sumado para provocar que la oferta cultural de Córdoba descienda en cantidad y en calidad. El fracaso de la capitalidad ha precipitado la extensión de un desierto que, salvo pequeños oasis, contradice los eslóganes que insistían en que la cultura era el motor del desarrollo de la ciudad. Algo de lo que es buena muestra la incapacidad de los patronos para hacer que la Fundación Córdoba Ciudad Cultural se ponga en marcha, a pesar de contar con un plan detallado de actuación. Las conclusiones del último Patronato fueron dignas de figurar en la antología del disparate, por lo que suponen de reincidencia en la ceguera y la irresponsabilidad.
Al margen de la Fundación, a la que entre todos parece que se le está aplicando una cínica eutanasia pasiva, lo que nos ofrece la ciudad deja mucho que desear. Tal vez porque nos habíamos acostumbrado, sobre todo en los dos últimos años, a un nivel de propuestas que nos había hecho creer que al fin en Córdoba se empezaba a apostar por la cultura. La mediocre y discutible exposición sobre Roma, la "desnortada" programación del Gran Teatro y del Góngora, de nuevo la Chiquita Piconera, la ausencia de espacios y oportunidades para los creadores y las creadoras, el vacío de la Sala Puerta Nueva o las infraestructuras sin utilizar son buena muestra de cómo la ciudad, o mejor dicho sus representantes, continúa sin saber gestionar el que constituye su mejor potencial.
Deporte, procesiones y turismo parece ser la tríada sobre la que ahora se proyecta el futuro. Una opción respetable, por supuesto, pero a mi parecer incompleta y contradictoria con los golpes de pecho de hace apenas un año. Mientras que en 2011 la apuesta de la ciudad en Fitur era EN CLAVE 16, este año la alternativa ha sido el turismo religioso y los Juegos Universitarios Europeos. Si a eso unimos la inyección de optimismo de la buena marcha del Córdoba, tendremos el termómetro perfecto del modelo de ciudad, y de ciudadanía, que está empezando a gestarse. Lo cual me demuestra que, salvo honrosas excepciones, la mayoría sigue instalada más en las raíces que en el futuro, estatus que imposibilita a su vez celebrar la diversidad. Además de certificarme que el gran fallo de nuestra candidatura fue partir de la ciudad que algunos soñamos y no de la real. Esta, de momento, parece más preocupada por cumplir escrupulosamente los límites de la cuaresma que por generar hábitos culturales que nos hagan más libres para pensar, reflexionar y, last but non least , fornicar.
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