Lola, aunque nosotros siempre la llamamos Loli, fue durante mi infancia la vecina de abajo. La mujer a la que yo entonces, tan niño, veía que era diferente a mi madre y a otras mujeres del vecindario. De la calle María Mohedano. De los pisos de "los maestros" (así, en masculino, por qué claro entonces lo de pensar en un lenguaje inclusivo era ciencia ficción...) Yo me crié en un mundo donde todavía la mayoría de las mujeres cumplían fielmente con su papel de esposas y madres. Mis vecinas eran todas madres y esposas de maestros (ahora que lo pienso podría escribir un libro con la memoria de muchas de ellas, algunas sufrientes amas de casa, otras silenciadas, la mayoría trabajadoras apenas reconocidas... )
Loli, sin embargo, era distinta. También era esposa y madre, pero tenía "vida pública". En aquellos años de mi EGB ella llegó a ser concejalA, elegida en las listas del PSOE, y formó parte de las corporaciones más ilusionantes de aquella joven democracia. Al lado de ese "loco maravilloso" que fue Juan Muñoz.
Yo la observaba, en aquella sociedad sin redes sociales, sin teléfonos móviles, con tan pocas posibilidades de información, como una mujer inquieta, comprometida, activista. Yo tardaría muchos años en descubrir la palabra feminista y lo que significaba. Yo estaba siendo educando en un país donde todavía había maestras - las "seños" - que empezaban sus clases con una oración. Pero también había otras que nos hacían leer, o escuchar música clásica, o pensar. Doña Pilar, Juanita, M. Luz. Yo empezaba a ver en aquellas mujeres otras formas, otros estilo de vida, otra voz, muy distinta a las de mis abuelas o incluso a la de mi madre. Loli, tan dispuesta siempre a arremangarse en lo colectivo, tan defensora de la alegría, era de esas que yo no sabía muy bien cómo situar en el relato que desde pequeño me habían inculcado.
Con el tiempo fui poco a poco despojándome de esa pesada mochila que significó educarme en un país que todavía arrastraba el peso del nacionalcatolicismo, tan poco habituado a la democracia y, por supuesto, tan machista. Me costó años y años convertirme en un "macho disidente". Gracias a ese proceso, que fue posible gracias a tantas mujeres, muchas de ellas tan feministas sin saber nombrarse como tales, me ha sido posible hacer un flash back, como en las películas, y entender, y poner en su justo lugar, tantas cosas de mi infancia y de mi adolescencia. Y entre ellas, a esa vecina luminosa, de ojos siempre danzarines, la mujer del hombre tranquilo, la madre de Antonio Jesús, Lidia y Manuel Ramón, la concejala de Cultura que un día subió a mi habitación, donde yo me recuperaba de una penosa caída, para decirme que un escrito mío había conseguido el primer premio en un certamen organizado por el Ayuntamiento. Casi un presagio de mi futura vida de libros, papeles y palabras, siempre palabras...
En este siglo de cuarta ola feminista, donde de vez en cuando compruebo a través de este espacio que sigue viva y bella, y cuando se avecina el 8M, recuerpo la memoria de Loli Salido, mi vecina, la amiga de mis padres, la señora elegante y alegre que a mí me parecía a veces salida de una película, la generosa y siempre dispuesta a montar una fiesta, y me sumo emocionado al homenaje más que merecido que acaban de hacerle en mi, nuestro pueblo. Un lugar donde no siempre se reconoce a sus hijos e hijas, y si en muchos casos se hace es cuando ya no pueden disfrutarlo. Escuchar esta mañana el relato emocionado de mi madre y de mi padre, que asistieron al homenaje y me lo han narrado como si fueran cronistas locales, fue como retornar a la infancia, a la calle María Mohedano. Pero no con nostalgia, sino con la energía siempre utópica, en movimiento, que me hace sentir que el socialismo y el feminismo tienen que ver con un futuro mejor.
Un futuro que no será posible si memoria democrática (que ha de ser necesariamente feminista).
Un futuro que ojalá tenga el rostro y el poder de muchas mujeres como Loli.
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