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EL SILENCIO MASCULINO POR ROMPER


Las noticias recientes de la presunta agresión sexual cometida por el futbolista Dani Alvés, o el revuelo causado por la denuncia similar de una actriz por el comportamiento de un productor en la fiesta de los Feroz, en el contexto además de las tensiones generadas por la entrada en vigor de la conocida como “Ley del solo sí es sí”, son un magnífico ejemplo de cómo, en nuestro país, afortunadamente, ha empezado a ponerse el foco sobre realidades que hasta hace relativamente poco tiempo eran cubiertas por un velo de silencio y complicidad. Gracias a la presión del movimiento feminista, a la valentía de muchas mujeres que dado la cara y de algunas leyes que han servido para, como mínimo, situar en el debate público cuestiones que por siglos fueron invisibles, hemos empezado a modificar una cultura que hizo de los cuerpos y la sexualidad de las mujeres un territorio en el que el orden patriarcal siempre se ha inscrito con violencia y abusos. Incluso el aumento significativo de este tipo de delitos en las estadísticas oficiales seguramente tiene que ver no tanto, o al menos no solo, con un incremento de este tipo de actuaciones sino también, y muy principalmente, con el hecho de que las mujeres hayan perdido el miedo a denunciar.  Es evidente que, poco a poco, y no sin resistencias, estamos asistiendo a un cambio paulatino de reglas y valores, de manera que empezamos a ver cómo insoportables e injustas praxis y actitudes que durante siglos fueron naturalizadas y aceptadas como parte de un orden en el que los hombres éramos socializados para sentirnos dueños y señores. En todos los espacios, en todas las situaciones, y muy especialmente con respecto a quienes pensábamos que no tenían otro papel social que satisfacer nuestros deseos y necesidades, incluidas las sexuales, esas que legitiman el monstruo de apetitos irrefrenables que, al parecer, muchos de nosotros llevamos dentro.

 

En este contexto, en el que sin embargo no deja de haber voces reaccionarias y peligrosos discursos que cuestionan la oportunidad de determinadas políticas públicas, continúan siendo necesarias las leyes, las medidas de protección de las (posibles) víctimas y, en definitiva, todo el aparato del Estado creado para reaccionar frente a cualquier forma de violencia. Sin embargo, lo esencial, la clave de la transformación sigue sin abordarse en serio. Y me refiero a cómo estas realidades, al fin desveladas como injustas, nos cuestionan a los hombres y, muy especialmente, a nuestra percepción de las mujeres, de sus cuerpos, de su sexualidad y, al mismo tiempo, también de la nuestra. Una sexualidad, la masculina, que es un problema político porque muchos la siguen viviendo como un espacio donde ejercer dominio, en el que incluso la violencia es erotizada y en el que tanto nos cuesta poner en práctica aspiraciones como la empatía y la reciprocidad.

 

A estas alturas, pues, lo más urgente no es tanto que veamos a un condenado por un delito contra la libertad sexual sufrir un largo período de prisión, sino que como hombres nos sintamos interpelados, que no atacados,  por todo lo que las mujeres están denunciando y vindicando. Que entendamos que sin una revisión profunda de una virilidad, todavía prisionera de un afán de potencia, no será posible habitar un mundo en el que seamos capaces de construir relaciones afectivas y sexuales más positivas y placenteras. Y ello pasa por asumir, desde nuestras prácticas cotidianas,  que de ninguna manera nos gustaría ser como esos hombres que habitualmente hemos identificado como ejemplos de éxito y referentes de una virilidad poderosa. Esa que siempre deseamos alcanzar en nuestros sueños de superhéroes. Es decir, de la misma manera que las mujeres han roto tantos silencios, nos toca ahora a nosotros romper el que nos continúa hermanando con una masculinidad que nos convierte en depredadores. Lo contrario, es decir, la indolencia y la comodidad continuarían siendo una forma de complicidad intolerable con el machismo y las violencias que genera.


* ARTÍCULO PUBLICADO EN EL NÚMERO DE MARZO DE 2023 DE LA REVISTA GQ.

LA ILUSTRACIÓN ES DE JUAN VALLECILLOS

 

 

 

 

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