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EL ANIMAL QUE LLEVO DENTRO


 Ma l`animale che mi porto dentro

Non mi fa vivere felice mai

Si prende tutto 


Anche il caffè


Mi rende schiavo delle mie passioni

 

Estos versos tan rotundos de Franco Battiato sirven de pórtico a la novela y le ofrecen al autor el título que lo dice todo. El italiano Francesco Piccolo se mira a sí mismo, revisa los acontecimientos esenciales de su vida y nos explica, con frecuencia desde la desolación, la lucha que siempre ha tenido con ese animal que lleva dentro. El animal que todos llevamos dentro. Esa masculinidad que nos condiciona limita y nos encarcela: “La relación entre aquello que te han impuesto ser y aquello que has intentado ser”. La jaula de la virilidad que el autor de La separazione del maschio nos describe con pelos y señales. En la que se va forjando desde que es un niño, en los grupos de iguales de la adolescencia y, muy especialmente, en las relaciones con las mujeres.  Una búsqueda de identidad en la que el autor siente una rabia que no puede calmar ni reconducir, en la que nunca dejará de luchar contra “los fantasmas de su pertenencia a la categoría de macho”.  Entre el malestar y la fragilidad:

            

Una parte de mí es un estereotipo, y este estereotipo se ha consolidado por el uso que hice de él durante los años de la preadolescencia y de la adolescencia entre los demás, para asemejarme a los demás,  para hacerme aceptar. Y también para defenderme de los peligros de mis debilidades”

 

A lo largo de este recorrido biográfico, vamos percibiendo la continua lucha entre ese “animal” que le reclama ser un hombre de verdad y la alternativa de un hombre capaz de rebelarse contra los mandatos de género: “siento que he sido así, que seré así y que ahora y siempre seré así”. El “hombre colectivo”, o sea, el fratriarcado, se acaba imponiendo: “cada elemento – los privilegios, el poder, la arrogancia y la fatiga del deber - derivan de la colectividad, del grupo de machos

 

De la mano de una radical sinceridad, con frecuencia punzante para el lector (que irremediablemente se verá reflejado en muchos de los episodios narrados), asistimos a los diversos rituales mediante los que Piccolo se va haciendo y sintiendo parte del grupo, cómplice de un juego sobre el que fue edificando su potencia. Un proceso de socialización en el que aprenderá a asumir y a sufrir la violencia, empezando por la que él mismo sufría a manos de su padre: “con frecuencia me perseguía por toda la casa, a menudo usaba el cinturón, pero más a menudo me golpeaba con las manos desnudas y continuaba si yo lloraba…” Sin embargo, de pequeño era para él un héroe, con el que tanto disfrutaba yendo a ver un western o un partido de fútbol. Más tarde, inició un largo y complejísimo proceso de separación, sobre todo cuando empieza a darse cuenta de que está pareciéndose a él. El padre macho como frontera entre lo que habría querido ser y lo que NO habría querido ser. Tras el progenitor, los héroes cinematográficos, los pistoleros de los westerns, el profesor de educación física o el Sandokan de sus primeras lecturas : “Aquello que tenía dentro de mí y se presentaba durante la hora de educación física o durante las películas de Maciste, o algunas noches cuando iba a dormir y tenía miedo, era la angustia de demostrar que era un macho”. Las espinillas en el rostro y la fimosis en el pene como pozos sin fondo - “era feo y tenía una polla que no funcionaba” -  y como señal de una debilidad sobre la que no se atreve a preguntar.

 

Para el autor, el sentido de la virilidad no deja de ser una lucha permanente entre  el horizonte de una referencia virtuosa según la “comunidad” y los valores que él mismo entiende que le darán solidez para el futuro. Entre medias, la necesidad de ser parte de la pandilla de chicos “arrogantes y violentos”. El miedo a perder la conexión con su “comunidad de machos”: “Bajo esta protección no sufría nunca”. 

 

Un eje esencial de este proceso de construcción será la vivencia de la sexualidad, partiendo del siguiente presupuesto: “El macho sueña continuamente con que todas (las mujeres) se transformen en aquello que según su formación erótica deberían ser: las zorras que lo desean desesperadamente”. En este relato, por ejemplo el autor nos ofrece la mejor definición de lo que entendemos por pornografía: “el deseo sexual masculino consiste en construir continuamente situaciones en que lo imposible se transforme en posible”. A costa de las mujeres, claro está. En el contexto de un imaginario “hipererótico, narcisista, viril, con el que identificarse” y que el cine le muestra a Francesco como una especie de escuela que le muestra “una forma mental, una relación con el deseo de la que no será posible liberarse”. Películas como “Malizia” que le enseñan que “el sexo es siempre la realización de un poder extraordinario, una prueba de fuerza”, la expresión más contundente de que para un macho “nada es imposible, todo es conquistable”. Y que incluso el sentimentalismo o el amor sirven para follar a esos hombres que de manera habitual se tocan los genitales. Como el Javier Bardem de “Huevos de oro”.

 

La masculinidad como omnipotencia, eso es lo que básicamente nos describe a la perfección la novela autobiográfica de Francesco Piccolo, que no es otra cosa que el relato de su búsqueda de “los instrumentos para dominar, para tener poder, y, en consecuencia, para hacer el mal”.  El hombre como sujeto que aprende a tener derecho a todo.  Dice literalmente: “Mi vida es una continua adquisición de potencia, de masculinidad”. Incluso el dolor y la frustración se convierten para este hombre que lleva una bestia dentro en el medio que encuentra la brutalidad para salir hacia fuera y no sentir culpa alguna. Y un clásico: la erección como señal de poder. El pene que se hace falo. La falta de erección como fracaso. Bendita Viagra:

 

La vida del hombre… está completamente basada en la erección. La seguridad, el humor, el carácter, la simpatía, la capacidad de control tienen una relación directa con el hecho de que la erección aparezca de inmediato, casi de inmediato, en fin, pronto”.

 

En paralelo, otro clásico: el miedo a ser penetrado. La feminización y devaluación absoluta. Políticas anales.

            

Los hombres están siempre alarmados, están siempre en lucha, en busca de una afirmación. Y tienen la necesidad de defender el orificio, de oponerse a la idea de que sea penetrable”.


Una de las mejores cosas de este libro, duro y desolador a veces, es cómo el autor repasa lecturas y películas que le han marcado, autores, sobre todo autores varones, que le ofrecen referentes de esos sujetos narcisistas y egocéntricos que con frecuencia habitan dentro de nosotros.  Francesco acaba identificándose con Nino Sarratore, uno de los personajes masculinos de “La amiga estupenda” de Elena Ferrante, y concluye que los machos no evolucionan, se acaban pareciendo a los padres y acaban aceptando, como en El padrino, las reglas de la familia. Unas reglas que tiene que ver con la violencia, incluso la que él mismo reconoce ejercer con sus hijos:

 

Pero no es la violencia física el comportamiento característico del animal, porque con el tiempo he aprendido a contenerla, sé que no puedo usarla, pero no usarla me hace ejercer una violencia psicológica, verbal y gestual, una rabia reprimida que termina por dirigirse a los demás para desfogarse; incluso no hacia las personas, sino hacia los objetos, los muebles, las paredes”.

 

De esta manera, el animal se vuelve más peligroso, genera más miedo, porque “está dentro de un hombre que no tiene las características exteriores del animal”. Y que se siente orgulloso de serlo, incluso ante la hija que le escribe desesperada ante “esos momentos de bestialidad”:

 

El macho se siente eufórico de ser como es. Se siente autorizado a ser como es, a los ojos de los otros machos no se avergüenza, por el contrario, es la fuerza del mundo masculino que le lleva a ser así y es una fuerza que ella no tendrá nunca”.

 

El libro de Francesco Piccolo, que casi puede leerse como un tratado sobre la masculinidad patriarcal, nos muestra que finalmente todos formamos parte de un “sistema que cada hombre contemporáneo trata de combatir y del que, en el fondo, cada hombre sale derrotado”. La masculinidad como una suerte de panóptico que nos controla: “mi público está compuesto por todos los hombres que he encontrado en mi vida”. Las rebeliones y las contradicciones se pagan. Y tal vez, como concluye Piccolo, no nos quede otra que “una especie de convivencia entre la persona que quiero ser y la persona que tu comunidad de hombres te pide ser”. Aunque en algún momento el autor parezca encontrar una vía de escape de esa lucha: “no confiar en la virilidad ni en la potencia, sino encontrar sentido en la fragilidad de los sentimientos”.  Descubrir, al fin, que “el máximo de la potencia solo puede provocar el máximo de debilidad”. 

 

Ojalá este relato, descarnado, intenso, agobiante a veces, pueda ser un espejo para tantos hombres que deberíamos empezar por reconocer que la bestia está en nosotros. Siempre buscando una coartada en la que hemos depositado la potencia. Sin ser consciente apenas del dolor que hemos dejado en otros y, sobre todo, en otras. Gracias a esa roca que nos empeñamos en mantener en el pecho y que nos hace, en el fondo, débiles, infelices y melancólicos.


* Los fragmentos literales citados en la reseña han sido traducidos por mí. La novela está editada por EINAUDI. De momento, no hay traducción al castellano.

 

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