Virginia Woolf escribió su imprescindible ensayo Tres guineas en el período turbulento que Europa vivió en los años 30 del pasado siglo, cuando ya el nazismo avanzaba y las heridas provocadas por la primera guerra mundial todavía sangraban. En una propuesta radicalmente feminista y pacifista, la autora de Mrs. Dalloway cuestiona un mundo hecho a imagen y semejanza de los hombres, detentadores del poder y la autoridad, legitimadores durante siglos del uso de la violencia para resolver los conflictos. Es en ese libro donde Virginia proclama que como mujer ni tiene ni quiere patria. Porque si la patria representa una forma de organización política basada en los pactos masculinos, excluyente de las mujeres y legitimadora de las guerras, ella rechaza forma parte de esas componendas. Por el contrario, proclama su ciudadanía del mundo y vindica la necesidad de buscar nuevos métodos y nuevas palabras con los que organizar la convivencia.
He vuelto a Tres guineas en estas semanas en las que
hemos vuelto a sentir la guerra tan cerca, y con ella el dolor de quienes son sus
principales víctimas, mujeres y menores de edad. Otra guerra en suelo europeo
que nos enfrenta a las masculinidades preparadas para al combate y a la
estrecha conexión que existe entre virilidad, poder y violencia. Un triángulo
de consecuencias dramáticas que vemos perfectamente tatuado en Putin. El es el mejor emblema de esa permanente
puesta en escena que representa la hombría, proyectada en un cuerpo hiperviril
y despojada de cualquier atisbo de empatía sin la cual es imposible construir
la dignidad. El hombre como sujeto depredador, de territorios, de pueblos, de
recursos naturales, de seres humanos en general y de mujeres en particular. La
omnipotencia como esa ficción mediante la cual nos hemos creído siempre
superhéroes y que no es sino parte de la mentira sobre la cual hemos construido
el patriarcado: nuestra superioridad sobre las mujeres. Para mantener esta
posición hegemónica hemos tenido que recurrir siempre a las violencias de todo
tipo. Controlar, dominar, conquistar: tres verbos que resumen a la perfección
cómo la mitad masculina de la Humanidad nos hemos creído dioses, habitualmente
entretenidos en esos juegos consistentes en demostrar quién la tiene más larga.
Lo anterior no quiere decir que los hombres seamos violentos
por naturaleza, mientras que las mujeres son pacíficas y cuidadoras. Son los
procesos socializadores, la cultura y la política, los que nos han ido
perfilando como seres opuestos, con capacidades y habilidades desarrolladas de
manera diferenciada, al servicio siempre de una jerarquía en cuya cúspide
siempre hemos estado nosotros. Un mundo en el que mujeres y hombres hemos
disfrutado de un desigual estatus y en el que la guerra vendría a ser la máxima
expresión de cómo la masculinidad entiende
el poder, los territorios y las vidas. En esta perversa concepción que insiste
en justificar que, como bien ha explicado Judith Butler, hay vidas que parecen
valer más, que son más dignas de duelo, de lágrimas incluso cuando se pierden o
viven precarias sobre el alambre. Las
que vemos sucumbir en el Mediterráneo, las que huyen sin derechos hacia tierras
de nadie, las que ahora vemos de nuevo refugiarse bajo tierra cuando suenan las
sirenas.
Cualquier guerra tiene argumentos geopolíticos complejos, en
muchos casos anclados en una historia mal resuelta, pero en todas ellas
encontramos el factor común de una concepción del poder y de lo público que sigue marcada por los
pactos de varones. Esos que no han dejado de generar víctimas en muchos lugares
del planeta y que ahora nos tocan más de cerca. En una Europa en la que de
nuevo tendríamos que recuperar la voz de Virginia y su vindicación de cambiar
las patrias por un mundo en el que cualquier ser humano tuviera garantizado el
derecho a tener derechos. La matria soñada por tantas mujeres que a lo largo de
los siglos se han visto impotentes ante la crueldad que supone parir hijos
destinados a morir en la guerra.
* PUBLICADO EN EL NÚMERO DE ABRIL DE 2022 DE LA REVISTA GQ ESPAÑA.
Fotografia: ONU MUJERES (https://www.flickr.com/photos/unwomen/51914939966/in/album-72177720297082007/
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